Hoy en México, al igual que todos los días de este año, las compañías extranjeras invertirán casi 100 millones de dólares en el país; varios miles de automóviles saldrán de modernas líneas de producción; y más de mil millones en exportaciones cruzarán la frontera con Estados Unidos.
México es uno de los países de más libre de comercio en el mundo y disfruta de una economía más diversificada y más estable que la mayoría de sus pares latinoamericanos dependientes de productos básicos.
Unos 65 mil turistas también podrán disfrutar de las playas y el patrimonio cultural de México, de las ruinas aztecas y la cocina fina, y algunos visitarán la Ciudad de México y encontrarán que no es lo esperaban, de hecho verán que es más rico, más pintoresco y más seguro también.
Abrirá un restaurante de moda; 35 millones de personas despertarán en EU mostrando su identidad mexicana-americana; y otro empresario expatriado regresará a casa para montar un negocio, que tal vez servirá a la creciente clase media del país.
Pero en este día también, unas 55 personas serán asesinadas en una población de 125 millones y más de 90 mil crímenes predatorios – desde extorsión hasta secuestro – serán cometidos, de los cuales menos del 10 por ciento serán reportados a las fuerzas policiales a las cuales pocos mexicanos tienen confianza. Tal vez surja otro escándalo de corrupción, provocando desprecio público, pero que probablemente resultará en poca sanción legal; otro soborno será pagado; y los comentaristas locales lamentarán, de nuevo, la ausencia del Estado del derecho y el malestar social de México.
Éstas son contrastantes pero igualmente verdaderas realidades de un país extraordinario, cuyo pasado está vivamente presente, y que no obstante, está atravesando una notable transformación.
Hace dos años, el 38 por ciento del electorado eligió a Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como su Presidente. "Siéntanse orgullosos, porque su voto va a cambiar México", el candidato de elegante peinado de 46 años de edad, dijo en ese momento. "Vamos a dejar atrás las viejas prácticas".
Al llegar al poder, Peña Nieto hizo a un lado la narrativa del anterior gobierno de Felipe Calderón, que había embarcado en una guerra contra el crimen organizado, que dejó más de 60 mil muertos. En lugar de ello, Peña Nieto dirigió hábilmente una serie de reformas históricas en el Congreso.
Se enfrentó a los oligopolios de telecomunicaciones anteriormente intocables, como América Móvil de Carlos Slim; las lagunas fiscales corporativas fueron cerradas; y puso en marcha una renovación del sistema educativo de México.
Lo más impresionante, el sector energético controlado por el Estado se ha abierto a la inversión privada por primera vez en 75 años. Incluso con la caída de los precios de la energía, se espera que las grandes petroleras subasten miles de millones de dólares en las licitaciones en los próximos años, aumentando la producción de energía menguante de México.
Durante un tiempo, las reformas recibieron importante reconocimiento evocando a lo que llegó a ser llamado "El Momento de México". México fue "abierto para los negocios", y los inversores y los gobiernos extranjeros elogiaron la posición estratégica de la decimoquinta economía más grande del mundo.
El aumento de los costos laborales en China y la integración cada vez más estrecha de México en las cadenas de suministro globales aumentaron aún más su atractivo como potencia manufacturera. Las empresas estadounidenses están hablando de un "reshoring" (retorno de la manufactura) a las Américas. Se prevén unos 30 mil millones de dólares de inversión extranjera cada año.
Además, el enfoque de las reformas en el aumento de la productividad debería ayudar a lograr un mayor crecimiento económico de la tasa media anual de menos de 2.5 por ciento, y también aumentar los salarios reales que han estado estancados. Ambos son decepcionantes en una economía emergente tan estrechamente integrada con EU.
"Creo que las reformas van a hacer mucho por México", dice Luis Videgaray, el ministro de finanzas. Las primeras señales de que las reformas están funcionando incluyen caídas significativas en los precios de telecomunicaciones y electricidad.
Pero entonces, a finales del año pasado, la burbuja estalló. El aparente asesinato de 43 estudiantes por bandas de narcotraficantes en el estado de Guerrero, al parecer con la aquiescencia del ex alcalde de la localidad y con la ayuda de la policía que trabaja en connivencia con los cárteles, fue un recordatorio espantoso del nivel de corrupción.
Surgió también una serie de escándalos de conflicto de interés, incluyendo uno en torno a las casas del presidente y Videgaray y enlaces a una empresa de construcción que ha ganado millones de dólares en contratos públicos.
Aunque las autoridades insisten que nada ilegal tuvo lugar, el escándalo pareció confirmar los temores de muchos de los mexicanos sobre el partido gobernante. El PRI había gobernado durante 71 impresionantemente corruptos años hasta la transición a la democracia en 2000. Ahora, con Peña Nieto, parecería haber vuelto a sus viejas costumbres.
Las meteduras de pata presidenciales, como llamar a la corrupción "una cuestión cultural", empeoraron las cosas. La paciencia pública se ha acabado y la indignación crece, instigada por escándalos frescos.
Existe el peligro de que el desencanto público con la podredumbre de las instituciones del país podría llevar a los mexicanos a sucumbir finalmente a las tradiciones latinoamericanas del populismo. Sólo "miren a Venezuela", como Videgaray ha advertido.
Los retos de los últimos cuatro años de esta administración son realmente abrumadores.
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