Aún había largas filas fuera de los bancos de Caracas el día que el presidente Nicolás Maduro se disponía a eliminar los billetes de baja denominación, en medio de una creciente evidencia de que el país había entrado en una peligrosa espiral de hiperinflación.
El asediado presidente sorprendió a Venezuela hace cuatro días cuando anunció planes de eliminar el billete de 100 bolívares que constituye casi la mitad de toda la moneda del país, pero que se ha vuelto cada vez más inútil en una economía donde se pronostica que la inflación anual sea del 1,600 por ciento el año próximo.
El plan —que el gobierno insiste es necesario para luchar contra los acaparadores de divisas y contrarrestar una "guerra económica — es sustituir el dinero antiguo por los nuevos billetes de alta denominación, incluyendo billetes de 10,000 y 20,000 bolívares, pero el jueves aún no habían entrado en circulación.
Pero las medidas, las cuales podrían dejar a los venezolanos comunes y corrientes sin efectivo en vísperas de Navidad, provocaron estampidas por parte de los ciudadanos quienes ya están enfrentando la caída de la moneda y una terrible escasez de alimentos, y quienes esta semana se formaron fuera de los bancos para depositar o intercambiar bolsas de dinero.
Maduro, quien también ha cerrado la frontera con Colombia, insiste que deshacerse de los billetes de baja denominación era necesario para luchar contra las "mafias" contrabandistas que, según dijo, intentaban desestabilizar la nación. El ejército venezolano confiscó 88 millones de bolívares en billetes de 100 cerca de la frontera con Colombia, según informó la agencia de noticias estatal esta semana.
La medida sobre la moneda se asemeja a la sorpresiva decisión el mes pasado del primer ministro de India Narendra Modi de eliminar los billetes de 500 y 1,000 rupias como parte de una ofensiva contra el "dinero negro", lo cual ha planteado un reto enorme para la economía de India al eliminar aproximadamente el 86 por ciento de todo el dinero circulante.
Sin embargo, los problemas de India no son ni lejanamente tan malos como los de Venezuela, la cual está sufriendo una combinación letal de la peor recesión mundial y la inflación más rápida. El Fondo Monetario Internacional ha dicho que en 2017 la inflación será de 1,660 por ciento.
"Venezuela ha entrado a los libros de récords", escribió Steve Hanke, un experto en hiperinflación del grupo de estudio Cato Institute y profesor de la Universidad Johns Hopkins. "Ha caído en la esfera ignominiosa de la hiperinflación, un mundo de caos económico, pobreza desgarradora y muerte. Deberían de encarcelar a los responsables y tirar la llave de la celda".
Pero Francisco Rodríguez, economista jefe de Torino Capital, un banco de inversión con sede en EU, está en desacuerdo con esta hipótesis catastrofista, diciendo que la caída del 60 por ciento en el valor del bolívar en noviembre se debió en parte a "una considerable expansión de la liquidez y el exceso de reservas bancarias asociadas con el pago de gratificaciones de fin de año".
El matemático y encuestador venezolano Luis Vicente León tiene una opinión diferente: "No se trata de ponerle o quitarle ceros a la moneda, sino de rescatar la confianza".
Aquellos que esperan que la inflación desenfrenada acelere la caída del gobierno de Maduro podrían llevarse un desencanto. Los precios galopantes sí aceleraron la salida del gobierno democrático de Raúl Alfonsín en Argentina en 1989.
Pero Robert Mugabe, quien ha gobernado Zimbabue desde su independencia de Gran Bretaña en 1980, se mantuvo en el poder incluso después de que la hiperinflación paralizó la economía de esta nación del África meridional de 2008 a 2009. La comparación ha llevado a algunos venezolanos a referirse irónicamente al país — que tiene reservas de crudo mayores que las de Arabia Saudita — como "Venebabue" o "Zimbazuela".
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