Unas semanas después de mudarme a Perú en 2000, estalló un escándalo de corrupción masivo protagonizado por el presidente Alberto Fujimori y su jefe espía secreto, Vladimiro Montesinos. Vimos video tras video de Montesinos, quien normalmente operaba detrás de las escenas, reuniéndose con empresarios y otras figuras públicas y apilando fajos de billetes que representaban sus sobornos.
Fujimori acababa de ganar un tercer mandato, después de una votación dudosa y protestas fatales. Los peruanos no podían creer lo que estaban viendo. Pero tal vez nada transmitió el disgusto popular con el gobierno más que un ardid genial de la sociedad civil.
Era sencillo y elegante, pero altamente efectivo. Los activistas comenzaron a distribuir bolsas de basura negras y adornadas con imágenes de los dos hombres en trajes de prisión a rayas y el lema: "Pon la basura en la basura".
Este mes me acordé de eso cuando, después de una votación dudosa y protestas fatales, los manifestantes que se oponían al presidente hondureño Juan Orlando Hernández llevaron bolsas de basura a una base militar de EU, donde las abrieron y echaron el contenido a los pies de las fuerzas de seguridad que estaban en servicio.
El mensaje era claro: la base es un símbolo potente del poder que tiene EU en el país centroamericano y el truco tenía como objetivo despreciar el apoyo de Washington para Hernández como ganador de las elecciones del 26 de noviembre. La votación estuvo plagada por tantas irregularidades y acusaciones de fraude que la Organización de Estados Americanos (OEA) recomendó eliminar los resultados de la elección y comenzar de nuevo.
Salvador Nasralla, el comentarista deportivo quien afirmó que le robaron la victoria cuando su ventaja inicial se evaporó después de una serie de fallas y retrasos del sistema informático, se retiró de la contienda electoral justo antes de Navidad, admitiendo efectivamente que había sido superado tácticamente. El gobierno sostiene que la victoria de Hernández fue legítima después de que los recuentos parciales no pudieron anular los resultados oficiales.
Sin embargo, parece que las manifestaciones y las protestas cada vez más violentas se intensificarán en el periodo previo a la toma de posesión de Hernández el 27 de enero. Seguramente será una semana tensa.
En una impactante imagen compartida en las redes sociales el fin de semana, se ve a un anciano en la calle tambaleándose, desplomándose y aparentemente muriendo conforme una mancha de sangre carmesí se extiende sobre su camisa azul. Él fue la víctima más reciente en una serie de muertes y lesiones de ambos bandos desde la votación, debido a las protestas en las que las fuerzas de seguridad han utilizado gases lacrimógenos y balas reales.
La Alianza de Oposición Contra la Dictadura ha convocado un paro nacional, que comenzó el fin de semana. Está instando a los manifestantes a bloquear las calles y rodear el Estadio Nacional en la capital, Tegucigalpa, donde Hernández asumirá un segundo mandato sin precedentes en un país que se opone a la reelección presidencial.
Mientras tanto, los manifestantes se indignaron aún más por la juramentación del presidente del Congreso controlado por el gobierno a las 7 de la mañana del domingo.
Honduras está estableciendo un precedente preocupante, dado que estos sucesos son sólo el inicio de una ocupada agenda de elecciones en América Latina este año.
Como escribió Stefano Palestini Céspedes, becario postdoctoral en la Freie Universität de Berlín, la semana pasada: "Después de los intentos fallidos de presentar una respuesta colectiva en Venezuela, la crisis electoral en Honduras representa una nueva prueba para la credibilidad del compromiso de los estados americanos con respecto a la protección de la democracia multilateral".
Algunos analistas creen que Hernández podrá aplastar a la oposición porque controla el Congreso, y si bien las protestas se prolongarán, es poco probable que lo derroquen.
Queda por ver si las manifestaciones fracasarán o serán aplastadas después de la toma de posesión de Hernández. Pero los manifestantes que buscan lavar la ropa electoral sucia del país en público podrían seguir otro ejemplo de Perú.
Mucho después de que las protestas callejeras contra Fujimori se calmaron, los activistas organizaron un ritual semanal potente y pacífico: lavar la bandera en la plaza principal frente al palacio presidencial todos los viernes para simbolizar la necesidad de limpiar la política corrupta de Perú. Lo hicieron durante más de seis meses.
Los activistas cesaron sus actividades cuando se instaló un presidente interino, en cuyo momento plancharon y doblaron la bandera y se fueron a sus casas.
Financial Times