El Northrop Grumman B-2 Spirit es una aterradora pieza de equipo militar. El bombardero furtivo puede volar desapercibido durante miles de kilómetros para lanzar una bomba termonuclear en prácticamente cualquier blanco del planeta. Según una estimación del gobierno, cada B-2 en operación le ha costado a la Fuerza Aérea estadounidense, en promedio, 2.1 mil millones de dólares en desarrollar y desplegar.
Obviamente, muy pocos países tienen el dinero o la tecnología para inventar tales sistemas de armamentos. También existen muy pocas ocasiones en las que puedan usarse tales armas (menos mal). Por lo tanto, EU sigue siendo dominante en lo que denomina su primera y segunda estrategias de compensación: una clara supremacía en el campo de las armas nucleares y en el de los misiles guiados con precisión. Pero aunque estas tecnologías continúan siendo necesarias para contrarrestar los retos de las potencias rivales, ya no son suficientes en un mundo que cambia tan rápidamente.
La mayoría de los gastos de defensa en los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) continúan siendo dedicados a costosas cajas de metal que pueden conducirse, dirigirse o volarse. Pero, como en tantas otras áreas de nuestro mundo digital, la capacidad militar está rápidamente cambiando de lo visible a lo invisible, del hardware al software, de los átomos a los bits. Y ese cambio está drásticamente alterando la ecuación cuando se trata de costos, posibilidades y vulnerabilidades de desplegar la fuerza.
Comparemos los gastos de un bombardero B-2 con los insignificantes costos de un terrorista secuestrador o un pirata informático patrocinado por el Estado, capaz de causar estragos periódicos en los bancos o en la infraestructura de transporte de otro país, o incluso en las elecciones democráticas.
EU ha parcialmente reconocido esta cambiante realidad y, en 2014, esbozó una tercera estrategia de compensación declarando que debía mantener la supremacía en las tecnologías de próxima generación, tales como la robótica y la inteligencia artificial. El único país que pudiera competir con EU en estos campos es China, el cual también ha estado invirtiendo dinero en esas tecnologías.
Pero la tercera estrategia de compensación sólo contrarresta parte de la amenaza en la era del conflicto asimétrico. En el mundo virtual, existen pocas reglas del juego, escasas maneras de evaluar las intenciones y capacidades del oponente, y ninguna pista real para saber si estás ganando o perdiendo.
Tal turbiedad es perfecta para aquellos que desean subvertir la fuerza militar del Occidente. China y Rusia parecen entender este nuevo 'desorden mundial' mucho mejor que otros, y son expertos en convertir las vulnerabilidades del Occidente mismo en su contra.
Los estrategas chinos estuvieron entre los primeros en explorar este nuevo terreno. En 1999, dos oficiales del Ejército Popular de Liberación escribieron el libro 'Guerra irrestricta', en el que argumentaban que los tres "elementos de equipo indispensables de cualquier guerra" — es decir, soldados, armas y un campo de batalla — habían cambiado por completo. Los soldados incluían piratas, financieros y terroristas. Sus armas podían ir desde aviones civiles y navegadores de internet hasta virus informáticos, mientras que el campo de batalla estaría "en todas partes".
Los pensadores estratégicos rusos también han ampliado su concepción de fuerza. Moscú ha utilizado equipo militar tradicional en los recientes conflictos en Georgia y Ucrania. Pero también ha lanzado ataques cibernéticos contra ambos países, así como contra Estonia, y está acusado de piratear las elecciones presidenciales estadounidenses.
Más ampliamente, Moscú ha estado intensificando sus operaciones de "dezinformatsiya", derivadas de la KGB, como parte de lo que el profesor Mark Galeotti ha llamado "el uso de la información como arma". Según Dmitry Kiselyov, el presentador de televisión ruso y propagandista del Kremlin, las guerras de información se han convertido en "el principal tipo de guerra".
Rosa Brooks, una exfuncionaria del Pentágono, ha argumentado que el ejército estadounidense está lejos de ser la organización ideal para responder a esta multiplicidad de retos. Ella más bien sugiere que la defensa de las sociedades occidentales y la proyección del poder blando necesitan ser repensadas como un propósito nacional colectivo. "Imagínate un sector público mejorado basado en la idea del servicio universal; un EU en el que cada joven pasa un año o dos en un trabajo que promueve la seguridad nacional y global", ella ha escrito.
Tales ambiciones serán académicas mientras que Donald Trump permanezca en la Casa Blanca y siga comprometido con aumentar el gasto en equipo militar pasado de moda. Además, el Kremlin difícilmente pudiera desear tener un presidente estadounidense más complaciente que uno que ha elogiado el fuerte liderazgo de Vladimir Putin; que ha estado vacilante en apoyar la seguridad colectiva de la OTAN; y que ha denunciado a los medios de comunicación estadounidenses por diseminar "noticias falsas".
En el reino de la "guerra memética", como se le ha llamado, parecería que el Kremlin ya ha ganado. Pero, antes de que haga demasiado alarde, la comitiva de Putin puede que reflexione acerca de que el Occidente depende mucho menos de un individuo o de una institución que Rusia.
Financial Times