En 1985, cuando comencé mi carrera periodística, me invitaron a participar en un grupo de colegas femeninas que se reunían con regularidad para discutir cuán terrible era ser mujer en el trabajo.
Me aparecí una vez pero nunca más: me irritaban las quejas y no pude evitar notar que la gente que más se quejaba era la menos capaz en sus trabajos. Si no ejerces bien tu cargo, pensé, no debes culpar a la parcialidad debido a tu sexo.
En 30 años he progresado algo en mis opiniones. El hecho de que las personas desempeñen bien sus trabajos y de que sean víctimas de parcialidad debido al género son dos cuestiones diferentes. Si existe sexismo, armar un lío — aunque a veces es aburrido para ambas la persona que se queja y la que la escucha — es importante. Si no se dice nada, nada cambia.
Parece ser que los lectores del Financial Times no han cambiado tanto. La semana pasada Marissa Meyer se quejó al FT de que los medios estaban en contra de ella porque era mujer; y los lectores del FT respondieron de la misma manera que yo hace todos esos años. Uno escribió: "Usted es incompetente; eso es todo, Mayer. Deje de esconderse detrás de esa tontería de la persecución por género, por favor".
Cerca de doscientas personas publicaron comentarios similares. Su trabajo de directora ejecutiva de Yahoo había sido una basura, el sexismo no tenía nada que ver.
Su vehemencia me hizo sospechar que había algo más detrás de los comentarios. Mayer puede haber hecho un mal trabajo. ¿Pero tienen razón al decir que no había habido sexismo en el reportaje? ¿Y cómo se mide?
Mayer se quejó de cómo los medios estaban obsesionados con la ropa de las mujeres, citando a Hillary Clinton y sus trajes de pantalones. Esto es cierto, pero la brecha de género de la ropa se está cerrando; la semana pasada el FT publicó un artículo entero sobre la mochila de Boris Johnson. De cualquier manera, no estoy segura de que sea gran cosa. Me interesa lo que llevan las mujeres (y los hombres), y siempre y cuando los trajes de pantalones no sean una alternativa a la política, no veo que haga ningún daño.
En todo caso, Mayer en realidad no puede protestar la intrusión de la prensa en su vestuario, dada la foto de ella en Vogue hace un par de años posando de cabeza en el jardín, en un vestido ceñido y sandalias con un iPad en las manos que reflejaba su propia imagen.
Si yo fuera una directora ejecutiva no hubiera posado así en un millón de años, pero eso se debe a que en esa postura y vestida de esa forma, yo no hubiera sido un espectáculo agradable. La Sra. Mayer, por otra parte, sí era un espectáculo agradable, y le hizo un favor al mundo al probar que una mujer puede ser vistosa, rubia, aficionada a la ropa y dirigir una gran empresa en un mundo dominado por los hombres como la informática.
Igualmente, muchos han gritado sexismo ante los interminables artículos sobre su papel como madre. Desde su nombramiento cuando estaba embarazada, la hemos observado durante dos embarazos, hemos mostrado desaprobación sobre la escasa licencia de maternidad, quedado maravillados ante cuartos de niños y niñeras en la empresa, y hemos disfrutado las interminables fotos de las lindas niñitas en la oficina.
En contraste, nadie escribe sobre los hijos de los fundadores de Yahoo, David Filo y Jerry Yang; sus páginas de Wikipedia ni siquiera revelan que tienen hijos. Simplemente, nos interesan más las directoras ejecutivas y nos seguirán interesando hasta que más de ellas alcancen la cima. Esto no es una ventaja: la presión sobre las mujeres ejecutivas ya es suficientemente fuerte sin que todo el mundo reporte sobre todo lo que hacen.
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Financial Times