Es fácil ver la debacle en Uber como una parábola sobre el estado de Silicon Valley en la cúspide de su último auge. La compañía es un negocio único en una generación, con una ambición que va mucho más allá del servicio de transporte privado y que pretende redefinir el transporte y la logística. La medida drástica tomada por un grupo de inversionistas de despojar a la compañía de su líder ha sido presentada como una acusación a todo el sistema que dio lugar a su cultura díscola.
Eso es exagerar el caso. La crisis en Uber sin duda destaca algunos de los últimos cambios en el mundo de las empresas "startup" de tecnología, pero éstos son factores que han agravado la situación en lugar de cambiar las cosas de manera fundamental.
Uno de los cambios es simplemente el tamaño de los nuevos mercados digitales que están surgiendo, y la velocidad con la que están emergiendo. Esto convence más a los empresarios exitosos de su propio genio, y las juntas de directores se muestran menos dispuestas a intervenir y cuestionarlos.
La comparación más cercana a Uber en este sentido es Groupon, la cual una vez poseyó la corona de la empresa "startup" de más rápido crecimiento, pero desapareció rápidamente. Hubo muchísimas acusaciones de mala conducta, incluyendo un intento por parte de personas enteradas de hacer efectivas sus acciones de forma anticipada. Su jefe ejecutivo, a quien — al igual que Travis Kalanick de Uber — le gustaba ignorar las tradicionales convenciones corporativas y quien contaba con el apoyo de acciones de súper-voto, finalmente fue destituido.
Otro factor es la forma en que compañías como Uber han rehuido a una cotización en el mercado de valores. Eso ha aislado a sus fundadores de los mayores estándares de gobernanza de las compañías públicas, incluso aquellas donde se concentra el poder de votación por acciones de súper-voto.
Como dijo un veterano capitalista de riesgo quien ha servido en varias juntas de tecnología: cuanto más tiempo permanezca privada una compañía, más divergirán los incentivos entre los inversionistas y los empresarios, y entre las diferentes clases de inversionistas. En algún momento, los primeros inversionistas necesitan una salida. Los distintos patrocinadores financieros a menudo han invertido en diferentes términos, lo cual los pone unos contra otros cuando se trata de encontrar la mejor manera de hacer efectivas sus acciones.
No es sorprendente si los fundadores deciden ejercer el poder que tienen para intentar mantener el control de la situación. En realidad, sólo un número muy pequeño de compañías de Internet de alto perfil han utilizado varias clases de acciones para afianzar el control de los fundadores, aunque la importancia de algunas de ellas, como Alphabet, Facebook y Slack, ha hecho de esto, con razón, un tema polémico.
Nada de esto indica que el sistema de empresas "startup" de Silicon Valley sea defectuoso. Pero demuestra que la difícil transición de enérgica empresa "startup" a empresa madura se ha vuelto más difícil conforme las apuestas han aumentado y el equilibrio de poder en las juntas de las empresas "startup" ha cambiado.
Las mejores juntas siempre han sabido que los empresarios necesitan asesoramiento. En Facebook y Alphabet, eso implicó buscar ayuda fuera de la empresa en los niveles superiores, una medida que Uber decidió intentar este año con la búsqueda de un nuevo jefe de operaciones, pero ya era demasiado tarde.
Tal vez la junta de Uber no hizo demasiado esfuerzo por moldear a Kalanick, o quizá simplemente él no quiso ser asesorado.
Ahora se corre el peligro de que el péndulo se mueva demasiado lejos hacia el otro lado. Con la gobernabilidad bajo el foco de atención y con varios grupos enojados que apaciguar — incluyendo a las empleadas y a los conductores — las prioridades del siguiente director ejecutivo serán proteger el negocio que Uber ya ha creado, llevándolo mas rápidamente a la rentabilidad, frenando su adicción a repetidas inyecciones de capital barato y reduciendo los riesgos.
Todo eso está bien. Pero el peligro es que esto impedirá que Uber se convierta en la gigantesca fuerza disruptiva que Kalanick una vez soñó.
Financial Times