Durante la primera mitad de mi vida, la Guerra Fría definió la política internacional. La caída del muro de Berlín puso fin a esa era y comenzó otra: la era de la globalización. Ahora, 25 años después, se siente como si fuéramos una vez más testigos del fin de una era.
La sensación de que las cosas están cambiando es más fuerte en el terreno de las ideas. En los últimos años, el mundo occidental ha perdido la confianza en la fuerza de los tres pilares sobre los que se ha construido el mundo posterior a la guerra fría: los mercados, la democracia y el poder de Estados Unidos.
Por supuesto, el éxito de estas tres ideas estaba interconectado. Una vez que terminó la guerra fría, fue natural preguntarse por qué el sistema occidental había prevalecido. La conclusión obvia fue que los sistemas democráticos basados en el mercado simplemente habían superado a las economías dirigidas y las políticas autoritarias. Como decía el popular dicho: "La libertad funciona". El resultado fue que no sólo Estados Unidos fue la única superpotencia que sobrevivió, sino que también disfrutaba de la hegemonía intelectual.
Después de la caída del muro, había un nuevo vigor tras la propagación de la economía de mercado y la política democrática por todo el mundo. Por lo tanto, fue apropiado que el consenso de libre mercado promovido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional llegara a ser conocido como el "consenso de Washington".
El equivalente político del consenso de Washington fue la creencia de que la democracia finalmente triunfaría no sólo en Europa del Este, sino en todo el mundo. Y en la década de 1990, países tan diversos como Sudáfrica, Chile e Indonesia lograron de hecho exitosas transiciones hacia la democracia. Lo que sustentó estos acontecimientos económicos y políticos fue el hecho de que Estados Unidos era la superpotencia mundial indiscutible y se encontraba en el centro del sistema militar y estratégico de todo el mundo – desde América Latina hasta el este de Asia, el Medio Oriente y Europa.
En muchos sentidos, ése es el mundo en que todavía vivimos. Y sin embargo, cada vez hay más dudas en el mundo occidental acerca de la trinidad de ideas en torno a las que se ha edificado el mundo posterior a la guerra fría: mercados, democracia y poder estadounidense. En cada caso, se produjo un evento clave que sirvió para socavar la confianza.
La fe en el libre mercado se vio severamente sacudida por la crisis financiera de 2008 y por la Gran Recesión posterior – y nunca se ha recuperado realmente. Aunque la depresión mundial que muchos temían logró evitarse, la exuberante creencia de que la capacidad de los mercados libres lograría elevar los niveles de vida en todo el mundo no se ha recuperado. En gran parte del mundo occidental, el debate económico está dominado por la discusión acerca de la desigualdad de ingresos – y a esto, Europa ha añadido una dosis adicional de ansiedad sobre el euro y el alto desempleo. Los mercados emergentes en ascenso como Brasil e India han perdido su efervescencia, e incluso China se está desacelerando.
Por su parte, el evangelismo democrático se ha visto socavado por los horrores desatados por las revueltas árabes. La ola de cambio revolucionario que golpeó el Medio Oriente en 2011 inicialmente pareció ser el equivalente árabe a la caída del muro de Berlín. Los sistemas autoritarios caían y las nuevas democracias parecían estar surgiendo. Pero el fracaso de la democracia en afianzarse en cualquiera de los países que sufrieron revoluciones, con la excepción de Túnez, ha socavado la fe en el avance inevitable de la libertad política.
Igual de preocupante, en cierto modo, es una naciente pérdida de fe en la capacidad de las democracias establecidas para producir gobiernos competentes. En Estados Unidos, el respeto por el Congreso se encuentra en un nivel bajo casi sin precedentes. En los países europeos, como Italia y Francia, los sistemas políticos parecen incapaces de producir reformas o crecimiento – y los votantes están coqueteando con partidos extremistas.
El tercer pilar de la era de la globalización es el poder estadounidense. Y eso, también, se ve menos confiable que hace una década. Aquí el evento central fue la guerra de Irak.
Ese conflicto, desencadenado por el presidente George W. Bush, en un principio parecía una demostración triunfal del poderío de Estados Unidos después de que Saddam Hussein fuera depuesto rápidamente. Pero la incapacidad estadounidense para estabilizar a Irak o Afganistán, a pesar de muchos años de esfuerzo, ha demostrado que aunque el ejército de Estados Unidos puede destruir un régimen hostil en semanas, no puede garantizar una situación estable de posguerra. Más de una década después de la caída de Bagdad, Estados Unidos está de nuevo en guerra en Irak – y el Medio Oriente en su conjunto está en un estado de anarquía violenta.
El ascenso de China también ha generado preguntas acerca de cuánto tiempo más puede durar el reinado de Estados Unidos como "única superpotencia". En octubre, el FMI anunció que – en términos de poder adquisitivo – China es ahora la mayor economía del mundo. Todavía está muy lejos de igualar el alcance político internacional de Estados Unidos. Pero la propia capacidad y la voluntad de ese país para mantener su papel de potencia hegemónica mundial está en duda.
Dicho esto, vale la pena recordar que la caída del muro de Berlín se produjo en un momento en que muchos en Estados Unidos estaban obsesionados con el ascenso de Japón. Esto debería servir como recordatorio de cuán rápidamente puede cambiar el clima intelectual y de cómo se desvanecen las preocupaciones de moda. Pero, aunque en el inicio del año se ha visto un resurgimiento de la economía estadounidense, el renacimiento de la confianza de Occidente en su propio intelecto aún se ve muy lejos.