Presión deflacionaria, precios inmobiliarios débiles, desaceleración del crecimiento, empresas zombis. ¿Esto es Japón? No, es China.
Durante años, las autoridades de Beijing han tomado al Japón posterior a 1990 como una lección. Ahora, en muchos aspectos, la economía china de 2015 se parece a la japonesa de 1995. Eso es un problema, sobre todo para el Partido Comunista. En las últimas dos décadas, el crecimiento del ingreso real per cápita de Japón tiene un promedio de 1 por ciento anual. Si eso es todo lo que los líderes chinos puedan lograr las próximas dos décadas, lo más probable es que se encuentren en el basurero de la historia.
Afortunadamente para los que dirigen China, las comparaciones son exageradas. La mayor diferencia es la más obvia. Cuando Japón comenzó sus años de estancamiento a principios de los años 1990, ya era un país rico. En términos per cápita, el ingreso era de 80 a 90 por ciento del nivel de Estados Unidos. China, a pesar de su milagroso crecimiento, sigue estando aún muy lejos de esos niveles. Sobre una base de paridad de poder adquisitivo, su ingreso per cápita está apenas por encima del 20 por ciento del nivel de Estados Unidos. Eso es importante. Es más fácil para un país más pobre cerrar la brecha.
A pesar de sus problemas e ineficiencias – de hecho, precisamente a causa de sus problemas e ineficiencias – hay cosas relativamente fáciles que China puede hacer para mantener su programa económico por buen camino.
En lugar de comparar a China con Japón, es mejor hablar de la "nueva normalidad" china, como ha dicho el propio Xi Jinping. China debe, dijo su presidente el año pasado, "adaptarse a la nueva condición normal basada en las características del crecimiento económico de China en la fase actual". Entonces, ¿qué significa la nueva normalidad (con características chinas)?
Hasta hace poco, la economía se aceleró hasta el 10 por ciento al año. Eso ya acabó. Esto se debe en parte a que los datos demográficos han cambiado. La fuerza laboral ha comenzado a contraerse y la avalancha de migrantes internos se ha ralentizado. Conforme suben los salarios, se fortalece el renminbi y se detiene la demanda internacional, la industria manufacturera se vuelve cada vez menos importante para la economía. En la nueva China, las exportaciones netas ya no contribuyen en absolutamente nada al Producto Interno Bruto.
Los tecnócratas lo saben. Están tratando de guiar el crecimiento ligeramente hacia abajo, limitando el crédito cuando pueden, y abriendo la llave cuando se empiezan a preocupar. El año pasado, el crecimiento probablemente estuvo por debajo del 7.5 por ciento, su ritmo más lento en 25 años. Este año, podría bajar aún más. En pocos años, China probablemente estará creciendo a 6.5 por ciento – y eso es si no ocurre algún tipo de crisis sistémica.
Una segunda característica de la nueva normalidad es la deflación, o más bien una inflación muy baja. Después de años de preocupaciones por el aumento de precios, las autoridades chinas ahora tienen los mismos problemas deflacionarios que padecen todos los demás. El año pasado, la inflación de precios al consumidor cayó muy por debajo del 2 por ciento. Ésa fue una de las razones por las que en noviembre el banco central actuó enérgicamente y recortó las tasas.
La debilidad de los precios se debe en parte a los bajos precios de las materias primas, incluyendo el petróleo. Sin embargo, eso es un argumento un tanto circular ya que los precios mundiales de las materias primas han caído en respuesta al debilitamiento de la demanda china. De igual importancia es la sobrecapacidad crónica de gran parte de la economía china, especialmente del sector estatal.
Muchas empresas de propiedad estatal se mantienen artificialmente con vida. Así que las plantas siderúrgicas producen acero que nadie quiere y las fundiciones producen cobre que nadie puede usar. Los precios francos en fábrica han caído por más de 30 meses consecutivos.
También hay un exceso de capacidad en el sector de la vivienda, razón por la cual los precios se desvanecieron el año pasado. La nueva normalidad significará un flujo constante de reestructuraciones y quiebras.
Una tercera novedad es el cambio en el equilibrio entre las diferentes partes de la economía. Mientras que el sector estatal es un freno para el crecimiento, el sector privado es un acelerador. A gran parte del sector privado le cuesta trabajo obtener crédito. La deuda, sin embargo, todavía está creciendo más rápidamente que el PIB ya que el crédito lo absorben los rincones menos productivos de la economía estatal.
Al mismo tiempo, hay señales de un reequilibrio ya muy esperado. En el año 2013 los servicios representaron por primera vez una mayor proporción de la producción que la manufactura. La inversión está creciendo a su ritmo más lento en una década. Aidan Yao de AXA Investment Managers dice que el consumo del último año representó una mayor proporción del PIB que la inversión en capital fijo. "Estamos viendo señales de que está ocurriendo un reequilibrio, aunque no sea tan rápido como la gente desea", dice.
El truco para las autoridades chinas será transferir recursos del sector público al sector privado. Más empresas como Alibaba, menos chimeneas. "El crecimiento económico ya no sólo se trata de construir cosas. Se trata de la eficiencia", dice Arthur Kroeber, director de GaveKal Dragonomics en Beijing. Suena fácil, pero significa dislocación y reformas dolorosas. La nueva normalidad china es un viaje desde aquí hasta allá.