Además de demostrar la valentía de los ucranianos, la crisis política de las pasadas semanas en ese país ha demostrado la debilidad de Rusia.
Al presidente Vladimir Putin le gusta mostrar a su país como una potencia mundial en vías de revitalización pero Rusia se encuentra atrapada por su propia dependencia del petróleo y el gas.
Sin duda, las amenazas y la belicosidad continuarán. Rusia puede, y quizás se le deba permitir, mantener el control de Crimea y su base naval del Mar Negro en Sebastopol –aunque la historia sugiere que los sucesos actuales simplemente están sembrando las semillas de otro largo conflicto en la región, sobre todo con los tártaros. Pero más allá de esto, Moscú no se encuentra en posición alguna para enfrentarse a Europa, ni siquiera al nuevo gobierno de Kiev. Los ucranianos no se deben dejar provocar por un emperador que no tiene ropa.
La debilidad de Rusia es su abrumadora dependencia de los ingresos por exportaciones de petróleo y gas. Rusia exporta seis millones de barriles de petróleo crudo y otro millón más de barriles de derivados del petróleo hacia Europa cada día. Europa también compra un tercio del total de la producción rusa de gas. Moscú simplemente no puede darse el lujo de perder ninguna parte importante de esos ingresos. Cuatro gasoductos pasan a través de Ucrania. A corto plazo, Europa necesita la energía rusa, pero la dependencia es completamente mutua. A largo plazo, Europa tiene otras opciones y cada arranque de retórica rusa puede estimular a los gobiernos europeos a preparar planes de contingencia. Rusia no cuenta con esas opciones.
Los altos precios del petróleo y el gas han sostenido al régimen de Putin desde que llegó al poder hace 14 años. Los ingresos le han permitido al gobierno ruso sobrevivir, y han vuelto muy rica a una pequeña porción de la población del país. Sin embargo, esos mismos ingresos fáciles han permitido que los rusos evadan la necesidad de reforma y modernización.
Más allá del sector energético, la base científico-técnica del país es muy débil, y no ha podido ponerse a la par de los avances logrados en el resto del mundo –sobre todo los de China. Demasiadas mentes brillantes rusas han huido del país.
Por supuesto, lo mismo ha sucedido con la riqueza generada por el sector energético.
La economía rusa ahora depende más del petróleo y el gas que cuando el Sr. Putin llegó al poder. El petróleo y el gas representan 70 por ciento de las exportaciones rusas y más de 50 por ciento de todos los ingresos estatales.
Incluso si se mantienen las exportaciones a Europa a corto plazo –como sucedió en los días más álgidos de la Guerra Fría– Rusia continúa siendo vulnerable a los acontecimientos europeos que puedan socavar la necesidad de importaciones, especialmente de gas. Este proceso ya está en marcha. La demanda europea de gas cayó un 10 por ciento durante la última década y caerá aún más a medida que los mercados, como Alemania, hagan la transición a energías renovables. La competencia de gas a gas amenaza los antiguos contratos y hará que los precios bajen.
Rusia cuenta con enormes recursos –no sólo de petróleo y gas, sino de gas y petróleo de esquisto. Pero los recursos en la tierra tienen un valor limitado si el mercado está saturado. Las economías petroleras son inestables por naturaleza precisamente porque tienen mínima flexibilidad para responder a circunstancias externas fuera de su control.
Sin duda todo esto reforzará la paranoia rusa y podría provocar algunas respuestas peligrosas a la pérdida de un país que ha sido parte de la esfera de influencia rusa por muchas décadas. Rusia no se puede dar el lujo de aplicarle sanciones energéticas a Ucrania y si intenta hacerlo, lo único que demostrará son los límites de su poder.
Teniendo en cuenta esta realidad, es importante que las amenazas de Moscú no se tomen como expresiones de fuerza. Quizás un día Rusia se reforme y emerja, si no como una gran potencia, al menos como una economía fuerte y diversificada. Parece que tendremos que esperar que surja otro gobierno ruso para que se ponga en marcha ese proceso.
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