En la portada del más reciente número de Harvard Business Review se puede leer en grandes letras "Las Nuevas Reglas de la Competencia".
Debajo se encuentran tres viñetas, resaltadas en amarillo para aumentar el sentido de urgencia: Sé paranoico. Sé disruptivo contigo mismo. Declara la guerra por el talento.
Miré el título y busqué el artículo dentro de la revista, escrito por tres personas muy conocidas de McKinsey. Al comenzar a leer me sentí un poco aburrida, pero luego comencé a irritarme. Desde que comencé a seguir estas cosas — hace más de 20 años — la gente ha estado asegurando que el mundo se está haciendo cada vez más competitivo.
Y durante la mayor parte de ese tiempo han estado pregonando estas mismas tres "nuevas" reglas para lidiar con esa situación. Si alguna de ellas fuera correcta, su falta de originalidad podría no ser importante. Pero no lo son. Todas son incorrectas.
Consejo número uno — sé paranoico — se ha escuchado desde 1998 cuando Andy Grove escribió Only the Paranoid Survive (Sólo los Paranoicos Sobreviven). Era un gran título para un libro, pero es un principio peligrosamente malo. Tengo la desdicha de conocer a alguien que sufre de un trastorno paranoico; tiene delirios, es muy susceptible, es desconfiado y tiene extrañas y espectaculares ideas sobre sí mismo.
Semejantes características son poco atractivas y difíciles de conciliar en un ser humano, pero dentro de una compañía casi seguramente conducen a la bancarrota.
Posiblemente estoy siendo muy literal: seguramente al decir que las compañías deben ser paranoicas quieren decir que deben vigilar a la competencia. Eso está bien, pero es demasiado obvio para que valga la pena decirlo. No ha habido momento en que no haya sido una buena idea echarle un vistazo a los rivales de vez en cuando.
El siguiente consejo es sé disruptivo contigo mismo. Cuando yo era pequeña, ser disruptivo era algo malo según todo el mundo. "Lucy puede ser disruptiva en la clase" no era un buen reporte para mostrarles a los padres en casa. Desde que Clayton Christensen acuñó la frase "tecnologías disruptivas" en un artículo publicado en 1995, lo disruptivo se ha tomado como algo axiomáticamente bueno. Ahora cualquiera que escucha la palabra automáticamente piensa en Uber, y, por supuesto, se emociona.
Ser disruptivo es el cliché del momento y nadie se atreve a cuestionarlo (excepto Jill Lepore en su brillante ensayo publicado en el New Yorker el año pasado). No hay nada mágico en ser disruptivo, señala en su ensayo. Muchas ideas disruptivas son un desastre, y muchas compañías que son exitosas no han sido disruptivas en lo absoluto. Ser disruptivo ni predice el futuro, ni explica el pasado. Lo único que hace es dejar a todos sin aliento.
Pero la perogrullada que más me molesta es la idea de que deberíamos declarar la guerra por el talento. Ya hace casi 20 años que McKinsey renombró a la gente con el término "talento" y declaró la guerra por ellos.
Desde entonces, el mundo entero lo ha seguido. Los recursos humanos ya casi no existen; en cualquier parte que miremos, lo que vemos es talento.
Lo primero que no está bien en cuanto a la palabra es que es mentira. La mayor parte de las personas carecen de talento — son mediocres. Sin embargo, las compañías usualmente se refieren incluso a sus trabajadores más incapaces de esta forma poco sincera; Walmart ha abierto un "Centro de Talento" en Dallas para entrenar a la gente para empujar carritos y abastecer los anaqueles.
En lugar de hacer que todos se sientan bien consigo mismos, el talento deshumaniza de la misma forma en que lo hacían los "recursos", sólo que este último término lo hacía abiertamente.
Sin embargo, lo peor es que conduce a metáforas sorprendentemente tristes e inadecuadas. En todas partes hay tuberías de talentos y estanques de talentos, con sus respectivas y desafortunadas implicaciones de que si se abre un grifo, la gente saldrá a chorros, o de que hay montones de gente inteligente nadando en un estanque. Pero como metáfora, la guerra por el talento se lleva el premio. Lo importante de una guerra es que siempre hay un enemigo, pero en este caso parece no haberlo.
En lugar de declarar la guerra por el talento, le estoy declarando la guerra al talento. Mi enemigo es todo aquel que use este término y mis armas son el sarcasmo y la racionalidad.
Mi nueva regla de competencia es la siguiente: contraten trabajadores competentes y cuídenlos. Mi antigua regla de competencia era exactamente igual.
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