Cuando la Unión Europea y el Mercosur comenzaron a discutir un acuerdo comercial en 1999, la lógica parecía inevitable e inatacable. Aquí había dos grandes integrando agrupaciones regionales emitiendo un ojo oportunista hacia el siglo XXI y la marcha de la globalización. ¿Qué podía salir mal? ¿Quién iba a objetar?
Dice algo que, 15 años después, las negociaciones comerciales UE-Mercosur han superado la eternamente estancada Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en su récord de estasis. Y que los funcionarios europeos ven una mayor posibilidad de éxito en las difíciles negociaciones de Doha que un pacto con Mercosur.
Recientemente se preguntó a un alto funcionario en Bruselas cuáles eran las prioridades comerciales principales de la UE para 2015, dictó una larga lista, entre ella estaban negociaciones con EU, Japón e incluso Vietnam sin mencionar una sola vez Mercosur.
Para Brasil, ese tipo de respuesta presenta un problema que debe abordarse con urgencia, especialmente mientras enfrenta a una desaceleración del crecimiento económico.
La política comercial de Brasil ha tenido a Mercosur – el "Mercado Común del Sur" – como su centro desde que se formó el bloque en la década de 1990. Basado en lo que debería ser una buena razón: los países miembros Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay y Venezuela tienen una población combinada de más de 260 millones y representan el cuarto mayor grupo comercial del mundo.
La estrategia comercial de Brasil también ha previsto durante mucho tiempo participación activa en la OMC, la cual está dirigida hoy en día por Roberto Azevêdo, un veterano diplomático brasileño.
Ni el Mercosur ni la OMC ha sido una fuente particularmente dinámica de la liberalización del comercio en la última década y, como resultado, se han vuelto cada vez más una carga para Brasil.
En julio un artículo de Carl Meacham, el director del programa de las Américas del Center for Strategic and International Studies con sede en Washington, citó las "restricciones", presentadas por la dedicación de Brasilia a la OMC y al Mercosur como uno de los grandes factores limitantes de la política comercial brasileña.
El problema para Brasil es que el mundo ha cambiado. Frustrado con la falta de progreso en la OMC, EU, la UE y otras grandes economías han recurrido a negociaciones ambiciosas para llegar a los acuerdos comerciales regionales "del Siglo XXI" que se aventuran en áreas de vanguardia, como la economía digital.
Preocupado por quedarse atrás, China también ha estado explorando nuevas vías de comercio fuera de la OMC, a la cual se adhirió con gran bombo y platillo en 2001.
Más cerca de casa, en los últimos años Chile, Colombia, México y Perú aseguraron sus relaciones económicas y el compromiso con la liberalización comercial a través de la Alianza del Pacífico, que se ha convertido en un buen ejemplo de los beneficios potenciales de un nuevo "regionalismo" en el comercio.
El riesgo para Brasil es que está sentado en el banquillo y que en los próximos
años se encontrará cada vez más alejado de nuevos bloques comerciales con todas las consecuencias económicas que esto podría acarrear.
Eso puede estar a punto de cambiar. Hay expectativas de que tras la reelección de Dilma Rousseff en octubre, con una recesión en puerta, su gobierno cambie hacia políticas económicas y comerciales más favorables para el mercado con la esperanza de impulsar el crecimiento.
El propio jefe de gabinete de la presidenta Rousseff, Aloizio Mercadante, alimentó algunas de esas expectativas cuando dijo en un evento de noviembre en Brasilia que Brasil necesita acelerar el ritmo de las negociaciones comerciales internacionales y que el Mercosur necesita "avanzar" en sus conversaciones ya tardadas con la UE y otros.
Pero el gobierno ha jugado ese juego antes y su compromiso con el Mercosur sigue siendo al menos una parte del problema. En agosto de 2013, el entonces ministro de exterior, Antonio Patriota, dijo al Financial Times que Brasil estaba considerando ir solo en las negociaciones con la UE si las conversaciones con Mercosur no progresaban, una amenaza que parece no haber ido a ninguna parte desde entonces.
¿Qué pueden hacer la presidenta Rousseff y su gobierno?
La manera más obvia de avanzar puede estar en el acercamiento con la presidenta Michelle Bachelet de Chile, otra líder de centro-izquierda en América Latina. Chile en los últimos meses ha comenzado a convocar reuniones de funcionarios y ministros tanto de Mercosur como de la Alianza del Pacífico para discutir cómo mejorar las relaciones entre los dos bloques. También ha montado una ofensiva diplomática destinada a restar importancia a las rivalidades regionales.
"Los dos bloques ni son contradictorios ni competir", dijo en noviembre Luis Felipe Céspedes, ministro de Economía de Chile.
Las discusiones están claramente en una etapa temprana. Pero, para Brasil, pueden ofrecer una manera de salir de su actual estancamiento comercial, permitiéndole mantener al mismo tiempo los lazos políticos con el Mercosur que Rousseff valora.
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