Máxima austeridad y mínimas reformas han sido el resultado de la crisis griega hasta el momento. Los ajustes fiscales y externos han sido dolorosos. Pero los cambios en una política y economía plagadas de corrupción y clientelismo han sido modestos. Éste es el peor de ambos mundos. El pueblo griego ha sufrido en vano. Son más pobres de lo que ellos pensaban que eran. Pero tampoco emergió una Grecia más productiva. Ahora, después de la elección de Syriza, la salida forzada de Grecia de la eurozona parece ser más probable que un nuevo y productivo acuerdo. Pero no es demasiado tarde. Todo el mundo tiene que respirar profundo.
El inicio del nuevo gobierno ha sido predeciblemente accidentado. Muchos de sus anuncios con respecto a sus políticas nacionales indican un retroceso en las reformas, en particular la reforma del mercado laboral y el empleo en el sector público. Alexis Tsipras, el primer ministro, y Yanis Varoufakis, el ministro de finanzas, han caldeado los ánimos en la forma en la que han abogado por un nuevo enfoque. Al decirles a sus socios que ya no colaborarán con la "troika" – el grupo que representa la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional – ofendieron a varios. Es desconcertante también que el ministro de finanzas considerara apropiado anunciar ideas para la reestructuración de la deuda en Londres, la capital de una nación de observadores.
Más importante, sin embargo, es determinar si Grecia se quedará sin dinero pronto. La mayoría de los observadores creen que Grecia puede encontrar los 4.3 mil millones de euros que necesita para pagar al FMI el próximo mes, incluso si el programa actual se quedase sin vigencia a finales de febrero. Un posible peligro es que los bancos griegos, expuestos a las corridas de depositantes nerviosos, se verían privados de acceso a los fondos del Banco Central Europeo. Si eso llegara a suceder, el país tendría que elegir entre la opción de restringir el acceso de los depositantes a su dinero o la creación de una nueva moneda.
Como apunta Karl Whelan, economista irlandés, el BCE no está obligado a desligarse de los bancos griegos. El organismo tiene gran discreción sobre si y cómo ofrecer su apoyo. La cuestión fundamental, añade, no es si se considera que los títulos griegos cayeron en mora, ya que los bancos griegos no dependen en gran medida de ellos.
Mucho más importante son los bonos emitidos por los mismos bancos y que están garantizados por el gobierno griego. El BCE ha declarado que ya no aceptará dichos bonos después de finales de febrero, la fecha de expiración del programa del FMI. Si el BCE fuera a atenerse a esto, ejercería presión sobre el gobierno griego para firmar un nuevo acuerdo. Pero este gobierno bien podría rechazarlo. En dicho caso el BCE bien podría desligarse de los bancos griegos.
Este juego de la gallina podría llevar la eurozona a una crisis innecesaria y a Grecia a fundirse en llamas antes de una seria consideración de las alternativas. El gobierno merece el tiempo para presentar sus ideas acerca de lo que llama un nuevo "contrato" con sus socios. Sus socios seguramente desprecian y temen lo que Tsipras representa. Pero se supone que la UE es la unión de democracias, no un imperio. La eurozona debería negociar de buena fe.
Por otra parte, las ideas presentadas sobre la deuda son dignas de consideración.
Varoufakis reconoce que los países socios no van a amortizar el valor nominal de la deuda que se les debe, a pesar de pretender absurdamente que eso puede suceder. Así que por eso propone intercambios.
Un bono vinculado al Producto Interno Bruto nominal reemplazaría los préstamos de la eurozona, mientras que el préstamo perpetuo reemplazaría las tenencias del BCE de bonos griegos. Hay que asumir que el BCE no aceptaría este último. Pero aún podría aceptar bonos a largo plazo en su lugar. Los bonos vinculados con el PIB son una excelente idea, ya que ofrecen una distribución de riesgos. Una unión monetaria que carece de mecanismos de transferencias fiscales necesita un sistema financiero de riesgo compartido. Los bonos vinculados con el PIB serían un buen paso en la dirección correcta.
Muchos gobiernos se opondrían a cualquier cosa que parezca que se está cediendo campo a los extremistas. El gobierno español se opone firmemente a la legitimación de la campaña de su nuevo partido de la oposición, Podemos, contra la austeridad. Sin embargo, Grecia y España son muy diferentes. España no está en el programa y le debe gran parte de su deuda a su propio pueblo. Puede justificar gran parte de sus políticas en sus propios términos, sin tener que oponerse al nuevo acuerdo para Grecia.
Dos cuestiones cruciales siguen estando en pie. La primera es el tamaño del superávit primario fiscal, que ahora se supone es el 4.5 por ciento del PIB. El gobierno propone 1.0 a 1.5 por ciento. Dado el estado deprimido de la economía griega, esto tiene sentido. Pero también significa que Grecia pagará también cantidades triviales de interés en el corto plazo.
La segunda cuestión es la reforma estructural. El FMI señala que el gobierno pasado no pudo pasar 13 de las 14 reformas con las que supuestamente se comprometió. Sin embargo, sin duda alguna existe la necesidad de una reforma radical del Estado y del sector privado. Una indicación de la ineficiencia económica permanente es el fracaso del crecimiento de las exportaciones en términos reales, a pesar de la depresión.
De hecho, Grecia se enfrenta a mucho más que el reto de la reforma. Tiene que lograr alcanzar la modernización gobernada por leyes. Es en estos temas que las negociaciones deben centrarse.
Así que éste debe ser el trato: una reforma profunda y radical a cambio de un escape de la servidumbre por deudas.
Este nuevo acuerdo no tiene que sellarse este mes. Los griegos tienen derecho de pedir más tiempo. Pero finalmente, tienen que convencer a sus socios que son serios con respecto a las reformas.
Así que hay que calmarse y hablar. Veamos si la conversación puede convertirse en acción.
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