La semana pasada recibí un correo electrónico de Henry Gomez, director de mercadeo y comunicaciones de Hewlett Packard Enterprise, poniendo reparos a la columna que yo había escrito la semana anterior. En ella, yo había repetido el consejo que su jefa, Meg Whitman, le dio al público en Davos — "Uno siempre puede ir más rápido de lo que uno piensa" — e indiqué que no, uno no puede. A veces, cuando uno va más rápido, se cae de bruces.
El lugarteniente de Whitman me dijo que estaba "decepcionado" con lo que yo había escrito, incluyendo mi sarcástica indirecta con respecto a la compra de Autonomy por su predecesor. Me aseguró que yo había "mal caracterizado" los comentarios de su jefa, quien era "líder de una de las compañías de informática más grandes del mundo", y tenía una "bien fundada perspectiva" sobre la administración del cambio. Entonces, en caso que tales afirmaciones de su importancia no hicieran mella, terminó con una amenaza: "La administración de Financial Times debería considerar el impacto de los prejuicios inaceptables sobre las relaciones con sus anunciantes".
Me senté a componer una respuesta a Gomez. Miré lo que había escrito, borré "y del cual he tomado nota" y escribí "con interés" en vez. Lo firmé "Sinceramente suya, Lucy Kellaway" y presioné enviar.
Sin embargo, al hacerlo, me sacudió una ola de tristeza. La proscripción del conflicto abierto en el trabajo y su reemplazo por el silencio y la agresión pasiva no es algo bueno. A veces tiene sentido no escalar. Otras veces, no tiene sentido. El costo de toda esta represión es que lo llena a uno de resentimientos debido a todas las quejas que nunca son mencionadas.
Por eso es que con esta columna estoy retractando mi primera respuesta a Gomez, y tomando en vez la vía agresiva y liberadora. Él fue agresivo conmigo. Le estoy devolviendo el favor.
Aún más, estoy eligiendo tener esta pelea en público, no sólo porque sospecho que los lectores tienen tanta hambre de conflicto abierto en sus propias vidas laborales que gozarán siendo testigos de una pelea a puñetazos. La razón más importante es que esto es algo que me preocupa; tiene importancia. Mi bien ponderada respuesta dice así:
Querido Henry,
Quiero pedir perdón por la poca sinceridad de mi último correo electrónico. No le doy gracias por su mensaje, el cual hallé — para usar su palabra — decepcionante.
Usted dice que la administración del FT debería pensar sobre los "prejuicios inaceptables" y su relación con los anunciantes. Mi artículo no estaba prejuiciado y me temo que usted no entiende nuestro modelo de negocio. Es la tenaz negativa de mis editores a considerar el impacto de los artículos sobre los anunciantes lo que nos hace el periódico decente que somos. Es la razón por la cual sigo trabajando aquí. Es la razón por la cual FT sigue pagándome.
En segundo lugar, usted parece creer que su jefa tiene que tener razón porque dirige una gran empresa y sabe sobre reestructuración. En mi experiencia, las personas con grandes puestos ocasionalmente dicen cosas que están un poco mal. Entonces no sólo es mi deber como columnista notarlo, sino el suyo también, como parte de su equipo principal.
En tercer lugar, veo que usted está a cargo de ambos mercadeo y comunicaciones. Este último papel quiere decir que tiene que ayudar a su empresa a lucir bien en los ojos de los medios de comunicación y del mundo. Su correo electrónico no lo logra.
Mis mejores deseos, Lucy.
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