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La tradición mexicana de pedir ‘calaverita’ con chilacayotes

Los chilacayotes no sólo son parte de los guisados y dulces, son un elemento de la tradición de Día de Muertos: en algunos lugares de México aún se acostumbra tallarles rostros y colocarles velas dentro para pedir ‘calaverita’

Una escena cotidiana en San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, por estas fechas de Día de Muertos. Los pobladores preparan los chilacayotes para pedir "calaverita". (Shutterstock)

Cada primero de noviembre aún hay calles mexicanas que se iluminan a través de los rostros de los chilacayotes: a este fruto se le tallan ojos, nariz y boca y dentro se le coloca una vela que va alumbrando el camino de vivos y muertos.

Esta escena era común en la primera mitad del siglo XX, cuando se pedía “calaverita” en lugares como el sur-oriente de la Ciudad de México, principalmente en Tláhuac, Xochimilco, Iztapalapa, Iztacalco y Milpa Alta; también en parte del Estado de México y Morelos.

La palabra chilacayote viene del náhuatl tzilacayotli, de tzilac, liso, y ayotli, calabaza, significa calabaza lisa, según el Diccionario enciclopédico de la gastronomía mexicana, en el cual también se detalla que se ha estudiado su posible origen en México, aunque también hay investigaciones que lo ubican en Sudamérica.

Además de verlo presente en guisados como mole verde con chilacayotes o pipián con chilacayotes, así como en varios dulces con piloncillo y canela, este fruto ha sido parte de la tradición de Día de Muertos.

Pedir calaverita con el chilacayote

Existe una leyenda sobre el origen de la tradición de pedir “calaverita”. Se cuenta que es una tradición prehispánica que se originó cuando un niño macehual no tenía dinero para poner la ofrenda a sus muertos y decidió pintarse la cara para que le dieran comida, pan y fruta.

Sin embargo, esta versión es muy lejana a la realidad, ya que los rituales que se realizaban en la época prehispánica respecto a la muerte eran muy diferentes a los de Día de Muertos.

En el artículo Identidad y tradición cultural en el México contemporáneo, Eduardo Andrés Sandoval Forero explica que en el siglo XX comenzó a aparecer una influencia cultural estadounidense, especialmente en las ciudades, donde se mezclaron elementos de Halloween por su coincidencia en el calendario con el Día de Muertos:

“Muchos niños, disfrazados de brujitas, se dedican a recorrer las calles, y a tocar las puertas de las casas con sus chilacayotes y calabazas en forma de calavera, pidiendo dulces y monedas”.

Aunque esto no significa que la “calaverita” sea lo mismo que el famoso “dulce o trato” del Halloween estadounidense, pues hay diversas influencias y procesos.

Así, en lugares como la actual alcaldía Iztacalco hace casi cien años se pedía la “calaverita” con los chilacayotes del relleno luminoso de la vela, daban dulce de calabaza a los niños y tenían sus propios cantos tradicionales.

El campanero de Mixquic

En San Andrés Mixquic el chilacayote aún forma parte de las actividades de Día de Muertos.

La antropóloga Yurema Echeverría documenta en una investigación su presencia en la tradición del “campanero”, que se realiza en especial el día primero de noviembre: los niños se reúnen para ir a recorrer las ofrendas del pueblo, en el camino suenan una campana, cantan la frase “campanero, mi tamal, ¿me da permiso pasar a rezar?”.

Entonces son recibidos en las casas y rezan a los difuntos en de los altares y luego reciben pan, fruta, dulces o café.

“Algunos de los asistentes llevan disfraces, esto relacionado con el día de muertos o con el mismo Halloween, también algunos de ellos llevan su chilacayote, al cual le sacan el relleno y ponen dentro de él una vela, simulando hacerle ojos, nariz y boca con orificios; por otro lado, están también quienes llevan una calabaza de plástico color naranja”, escribe la investigadora.

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