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Fantasmas y enchiladas en Café Tacuba: La leyenda de la monja que aparece en el restaurante

Café Tacuba es uno de los restaurantes más antiguos del Centro Histórico de la CDMX, donde se cuentan todo tipo de historias y hasta un asesinato. Prepara el cafecito para chopear estas leyendas.

Café Tacuba es uno de los restaurantes más antiguos de la Ciudad de México, antes habitado por monjas, las personas que ahí trabajan han dicho que ven a una religiosa. (Foto: cafedetacuba.com.mx).

¿Qué nos puede contar un restaurante de más de cien años de existencia? En calles tan nostálgicas como Tacuba, la más antigua de América, las leyendas rondan edificios históricos como el de Café Tacuba. En el lugar donde hoy comes enchiladas han pasado miles de historias, incluso un asesinato y un supuesto fantasma de una monja que flota bajo los murales.

En esa vía de la Ciudad de México abrió el primer café del país, era el siglo XVIII cuando en la esquina de Tacuba y Empedradillo (hoy Monte de Piedad) los camareros se asomaban por la puerta para gritar: “Entren a tomar café con molletes, al estilo de Francia (con leche y azúcar)”.

Quizá por su tradición cafetalera, muchos años después, en 1912, en el número 28 de esa misma calle se inauguró Café Tacuba, uno de los de más años en la CDMX, con una edad de 110 en la que no ha parado de preparar esas tazas ‘chopeadoras’.

Al inicio tenía una carta que se resumía en atoles afrutados, postres, pan y café; hoy entre sus especialidades destacan las enchiladas suizas, lengua de res a la vinagreta o Vizcaína, tostadas, panuchos, sesos empanizados, machitos, manitas de cerdo, pozole, cecina y no faltan las clásicas vitrinas de pan.


Aunque con el tiempo Café Tacuba formó su propia leyenda, esta cafetería y restaurante fundado por Dionisio Mollinedo se ubica en un lugar clave para la historia: una casona del siglo XVII, decorada con talaveras.

La leyenda de la monja en Café Tacuba

Antes de que esta cafetería se volviera el epicentro gastronómico de personalidades de la literatura, política, intelectuales y todo tipo de comensales, fue habitado por monjes, monjas y pacientes.

En la época del Virreinato, esa casona donde está el restaurante formaba parte del Hospital del Divino Salvador para Enfermas Dementes, el cual estuvo a cargo de monjes jesuitas. Para el siglo XIX pasó a manos de las monjas Clarisas.

Según la voz popular, en aquellos días, habitó entre sus paredes un interno que se enamoró de una de las religiosas y quiso seducirla, sin embargo, al no ser correspondido la asesinó.

El hospital psiquiátrico permaneció abierto hasta 1910, cuando las pacientes fueron llevadas a La Castañeda.

Según un texto del cronista Héctor de Mauleón en Centro Histórico: 200 lugares imprescindibles, el edificio luego fue una lechería con expendio de pan, hasta que en 1912 abrió el Café Tacuba, donde “los empleados relatan que en el café suceden las apariciones de una monja que flota bajo los murales del pintor Carlos González”.

Las historias la religiosa, confundida con una enfermera, recorren sus pasillos, a veces los baños, otras la cocina del restaurante.

El asesinato que sí pasó en Café Tacuba

Los críticos de esta leyenda afirman que un hombre no pudo asesinar a una monja porque el lugar era solo para mujeres; sin embargo, la marcada presencia de las religiosas forma parte de la historia de sus paredes.

Otras leyendas se han contado por la voz popular, se ha dicho que en 1922 ahí fue la recepción de la boda de Diego Rivera y Guadalupe Marín, aunque en realidad se casaron en Guadalajara, según explica de Mauleón; o bien, que ahí Agustín Lara compuso Señora Tentación, dedicada a la esposa del señor Mollinedo.

Más allá de su leyenda fantasmal, Café Tacuba sí presenció un homicidio en 1936, cuando en una de sus sillas fue asesinado Manlio Fabio Altamirano, gobernador electo de Veracruz, cuyo crimen fue atribuido al grupo La Mano Negra.

En su sitio web, Café Tacuba cuenta cómo ha sido vivir 110 años: “En nuestro Centro Histórico todo está tan callado, que lo único que se escucha es el rechinar de mi madera y el caer de cada gota de extracto de café en la garrafa de vidrio que me arrulla y marca mis segundos como un reloj. A estas horas, la monja Clarisa cuida mis haberes y me da tranquilidad para conciliar el sueño. Pero hoy me ha dado insomnio, y vi a la noche convertirse en día”.


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