La semana pasada se celebró en México el día de las madres, un día en el que la sociedad entera se aboca a reconocer la figura de la madre, abarrotando las redes sociales con mensajes alusivos a la fecha, gastando hasta 47 mil millones de pesos en regalos, cantidad impresionante pero que se queda corta a la hora de compensar las desventajas y retrocesos que significa para las mujeres el convertirse en madres.
Hoy en México las mujeres no solo ganan 18.8% menos que los hombres (OCDE, 2020), teniendo que trabajar 15 meses para ganar lo que un hombre gana en 12, sino que, como ocurre en todo el mundo, esta desigualdad tiende a agravarse en el momento en el que las mujeres tienen hijos, pues entonces enfrentan un retroceso permanente en la posibilidad de participar en el trabajo pagado y perciben 33.2% menos que las mujeres sin hijos (OIT, 2016). Esto deja de sorprender cuando volteamos a ver la forma tan desproporcionada en que se distribuye el trabajo no pagado, pues son las mujeres las que llevan a cabo más del 75% de dicho trabajo, dedicando más de 6 horas al día a la administración del hogar, limpieza, preparación de alimentos y el cuidado de hijos, enfermos y adultos mayores, mientras que el hombre apenas dedica cerca de 2 horas al día a estas mismas tareas.
La llegada de la pandemia y el cierre de escuelas vinieron a empeorar una situación que ya era de por sí insostenible, afectando mucho más a las mujeres, de ahí que la participación de las mujeres en la economía haya caído de un 45% pre-pandemia a un 40% en el primer trimestre del 2021 (ENOE), borrando en un suspiro los pocos avances que se habían logrado hacia la igualdad de género en el trabajo en las últimas décadas.
Y ni que decir del impacto que ser madre tiene en la salud física y mental de las mujeres, muchas de ellas sufren de depresión y ansiedad al sentirse lejos de los estándares inalcanzables que impone la sociedad para ser “una buena madre”, se les juzga de no hacer nada todo el día o de ser malas madres por irse a trabajar y dejar a los niños a cargo de alguien más.
Ya pasada la euforia del festejo, esta es una oportunidad para pensar críticamente acerca del valor del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que mayormente es llevado a cabo por las mujeres y en el cual se ha venido recargando la economía completa del país desde la historia de la vida, y detenernos a pensar sobre como luciría nuestro país si, en lugar de reconocer a las mujeres que son madres con flores y chocolates, lo hiciéramos con acceso igualitario al trabajo pagado, a carreras en áreas mejores pagadas, como las de ciencia y tecnología, y a posiciones de liderazgo; cómo luciría nuestra sociedad si se reconociera a las mamás con igualdad salarial, con un sistema universal de cuidados infantiles, con un sistema que efectivamente garantice a las mujeres una vida libre de violencia, y en general con leyes y políticas corporativas que realmente beneficien a las mamás y las reconozcan como seres autónomos y ciudadanas merecedoras de la igualdad. Más que una salida a comer, esto es precisamente lo que buscaban Ruth Hanna McCormick, Julia Ward Howe, Ann y Anna Jarvis, fundadoras del Día de las Madres en los Estados Unidos, al exigir la institución del Día de las Madres en 1914.
Es cierto que la maternidad no tiene precio, pero la economía de convertirse en madre está profundamente marcada por el género, y colectivamente todos contribuimos a estas estadísticas. Es momento de que reconozcamos el valor intrínseco de la aportación que las mujeres que son madres hacen en favor de la sociedad, que los entornos laborales reconozcan la vida completa, que el gobierno ponga como prioridad la creación de un sistema universal de cuidados y de que juntos, hombres y mujeres tomemos acción para migrar hacia una sociedad mucho más equitativa.
La autora es abogada y Directora de Womerang, A.C.