Monterrey

José de Jesús García: La Calidad de Vida

Con frecuencia solemos confundir los términos de felicidad, bienestar y calidad de vida.

Con frecuencia solemos confundir los términos de felicidad, bienestar y calidad de vida. Al final, estos tres conceptos nos brindan una idea de un ideal para nuestras vidas. Pensamos que nos gustaría vivir en países como Suiza, Canadá o Australia porque se dice que su calidad de vida es excelente y que, por ello, gozaríamos de bienestar y podríamos ser felices.

Si bien los tres términos nos dan una idea de una vida buena, existen algunas pequeñas diferencias entre ellos. La felicidad se puede definir como el grado de satisfacción que tiene una persona con su vida. El bienestar se evalúa desde diversos ámbitos, entre ellos físicos, materiales y emocionales y la calidad de vida incluye aspectos objetivos y subjetivos.

No es fácil encontrar definiciones para estos conceptos que sean del agrado de todos debido al gran componente subjetivo que poseen. Ubicándolos en términos del control que tenemos de cada uno de ellos, podemos afirmar que la felicidad depende en gran parte de nuestra manera de ver la vida y las circunstancias juegan un papel menor en la definición de nuestro nivel de felicidad. Con poco o con mucho, con circunstancias propicias o adversas, nosotros tenemos el poder de ver la vida de manera optimista y ser felices. Ser feliz es en gran parte una decisión propia.

Por otro lado, el bienestar integral es algo en lo que tenemos que trabajar cada uno por su cuenta y ni las circunstancias ni nuestra actitud determinarán el grado de bienestar que podamos alcanzar. No podemos decretar que tenemos bienestar material; hay trabajar para lograrlo. Lo mismo sucede con el bienestar físico y con el bienestar emocional. Nada nos caerá del cielo; hay que ganarlo y hay que cuidarlo.

La calidad de vida es un concepto más novedoso y por lo mismo, menos explorado. A diferencia de los conceptos de felicidad y bienestar, en los cuales existen algunos consensos en sus definiciones y en su forma de medir, en calidad de vida este consenso no es tan claro. Recuerdo que en una reunión de la International Society of Quality of Life Studies, se me ocurrió preguntar si teníamos una definición del concepto propia de la organización. El presidente de la misma me contestó: Claro que sí, tenemos muchas.

En lo que sí existe consenso es que, además de que la calidad de vida incluye aspectos objetivos y subjetivos, también se define de acuerdo a la cultura y a las aspiraciones de los individuos en una sociedad o grupo. No son los mismos los indicadores de calidad de vida urbana que los de una zona rural, así como tampoco sería correcto pensar que lo que es importante para la calidad de vida en los países orientales lo sería para las sociedades occidentales.

El concepto de calidad de vida, sea cual sea la definición aceptada por una sociedad, puede llenar un hueco importante en la toma de decisiones de política pública. Por mucho tiempo se pensó que el desarrollo económico era el indicador de desarrollo por excelencia en una sociedad o país. Bajo esa premisa, muchos de los esfuerzos de los gobiernos se centraban en fomentar el desarrollo económico para así poder incrementar el ingreso per cápita de los habitantes. La lógica era simple: a mayor ingreso, mejor sería la vida de los ciudadanos.

Es a mediados de los años 70s del siglo pasado cuando aparece un parteaguas que pone en duda la lógica prevaleciente. En un artículo que revolucionó la manera de ver el progreso de las sociedades, el Dr. Richard Easterlin demostró con estadísticas que existía una nula relación entre el ingreso per cápita y la felicidad. La pregunta era entonces: si el progreso económico no trae felicidad, ¿entonces en qué debemos de enfocar la política pública?

Muchos avances se han presentado desde entonces en el tema. El movimiento de indicadores sociales tomó fuerza y el estudio y la medición de la felicidad empezaron a tomar el estatus de ciencia. Ya no era extraño que estudiosos de diversas disciplinas tomaran el tema de felicidad con seriedad y publicaran sus hallazgos en revistas de renombre. Las mediciones de la felicidad en forma oficial empezaron a proliferar y con ellas las oportunidades de realizar estudios serios.

Faltaba aun decidir, entre otras cosas, si lo más importante era el desarrollo económico o la felicidad. Es entonces que el concepto de calidad de vida vino a combinar una serie de indicadores objetivos y subjetivos que, de un modo integral, pudieron representar el bienestar de los integrantes de una sociedad.

Falta aún mucho por hacer, pero los primeros pasos ya se han dado. La calidad de vida es un excelente concepto que puede reflejar con precisión si los gobernantes están haciendo bien su labor o no. Dentro de las tareas pendientes está la definición adecuada del concepto en términos de lo que una sociedad valora y la aceptación de los gobernantes para poder enfocar los esfuerzos en esos indicadores valiosos para la sociedad.

Y el concepto se puede extender a otros ámbitos como el laboral, el universitario e, inclusive, al ámbito familiar.

Pero eso, eso es tema de otra colaboración.

El autor es consultor y conferencista en los temas de felicidad, bienestar y calidad de vida

Su correo electrónico es: pepechuy13@gmail.com

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