Por mucho tiempo, la disciplina económica se orientó a promover acciones que produjeran un mayor Producto Interno Bruto (PIB) per cápita. La premisa era que si incrementábamos la producción de bienes y servicios a un ritmo mayor que los incrementos en la población, tendríamos una mayor posibilidad de consumo por persona, incrementando así el bienestar general. Y la lógica de esta premisa no estaba del todo equivocada, excepto que las externalidades y los detalles asociados a este objetivo son más complejos de lo que parece.
Primeramente, centrarnos exclusivamente en la producción de bienes y servicios tiene un costo significativo en el medio ambiente. Este enfoque tiene su costo y, discusiones más o discusiones menos, la producción desmedida nos puede llevar a un desastre ecológico. Por otro lado, está el tema del tipo de bienes y servicios que se consideran para el cálculo del PIB en los países. Los recursos empleados para reparar los daños causados por una guerra, un huracán o un terremoto cuentan de manera positiva en el crecimiento del PIB, mientras que el trabajo en casa o el trabajo voluntario son dejados fuera de esta contabilidad. En palabras de Robert Kennedy: “El PIB mide todo menos lo que vale la pena”.
Finalmente, y sin que esto sea una lista exhaustiva de críticas al PIB como medida de progreso, está el aspecto de la distribución de los ingresos. El PIB de un país puede crecer, pero puede que la riqueza no llegue de manera uniforme a todos los sectores de la población.
Con la entrada del nuevo milenio se intensificó un cambio de enfoque en la concepción del progreso y del bienestar de las personas. El movimiento Beyond GDP o “Más Allá del PIB” buscó explorar alternativas acerca de las mediciones del progreso y del bienestar en las sociedades de manera que, con nuevos indicadores, se obtuviera una medida más adecuada que reflejara los avances o retrocesos del bienestar en las sociedades.
Si bien a finales del Siglo XX apareció el índice de Desarrollo Humano, a principios de este siglo se desarrollaron nuevas mediciones que intentaron representar el bienestar de una manera más precisa y adecuada. Un parte aguas fue la Comisión Stiglitz, formada por más de veinte científicos a nivel mundial a petición del entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy. Dentro de las conclusiones más contundentes de su reporte fue el reconocimiento de que el bienestar era multidimensional y que el aspecto material era apenas una de esas dimensiones que conforman en bienestar de las personas. Otra recomendación fue que el enfoque de las mediciones oficiales debería de centrarse más bien en el bienestar de las personas y no sólo en el crecimiento económico.
El esfuerzo ha sido continuo hacia encontrar mejores mediciones del bienestar. Recientemente tuve acceso a una charla organizada por la Wellbeing Economy Alliance (Alianza por la Economía del Bienestar). Para esta organización, una economía del bienestar es aquella que pone el bienestar de las personas y del planeta primero. La economía es vista más como un medio y no como un fin.
Dentro de los esfuerzos de este grupo podemos encontrar una lista muy interesante de referencias, videos y propuestas, entre otros materiales. Un artículo que profundiza en el movimiento Más Allá del PIB es ofrecido por Rutger Hoekstra denominado “This is the moment to go beyond GDP”.
Hoekstra hace un recuento de las razones por las que debemos de encontrar nuevas medidas de progreso y de desarrollo y presenta un resumen de las alternativas de indicadores que tenemos a disposición para medir adecuadamente el progreso de las sociedades. Hace referencia al Reporte Brundland para enunciar las dimensiones básicas que debe de cuidar una sociedad exitosa. Estas dimensiones son: el bienestar de las generaciones presentes, la inclusión o la distribución del bienestar y la sustentabilidad, haciendo énfasis en que el bienestar presente no debe de obtenerse a costa del bienestar de las futuras generaciones.
Si bien el bienestar ha estado presente en la temática internacional desde hace algunas décadas, durante la reciente pandemia este tema adquirió una relevancia aún mayor. El bienestar personal y la salud mental han sido aspectos recurrentes a nivel familiar, escolar y laboral. Cada vez más, los miembros de la sociedad reconocen que dejar a un lado el tema del bienestar puede traer repercusiones por demás negativas en los diversos ámbitos de la sociedad.
A nivel empresas, el movimiento ESG (Environmental, Social and Corporate Governance) busca que las empresas pongan atención al bienestar de la sociedad, más allá de la generación de utilidades de los accionistas de las mismas.
A nivel sociedad, requerimos de nuevas métricas que nos indiquen si en verdad la sociedad está progresando y generando un mayor bienestar para sus ciudadanos.
Sin duda, el momento ha llegado para desarrollar un verdadero índice de bienestar para México.
¿Alguna propuesta?
El autor es consultor y conferencista en los temas de felicidad, bienestar y calidad de vida
Su correo electrónico es: pepechuy13@gmail.com