Esta semana el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) informó sobre los nuevos resultados de dos de los principales referentes económicos en el país: los índices de formación en inversión bruta, y los indicadores de desempeño de la industria de la construcción. ¿Qué nos dicen estos indicadores sobre el estado actual de nuestra economía? De ello reflexionaremos en esta entrega.
Primero presentemos los hechos particulares, para luego reflexionar un poco más sobre causas y consecuencias de estos resultados.
INEGI en su comunicado del pasado 6 de octubre del presente año informa que la Inversión Fija Bruta disminuyó 1.4% en julio de 2022 respecto al mes previo, y en su comparación anual aumentó 3.5%, lo anterior con cifras desestacionalizadas.
Cuando estudiamos dicho indicador por componente y con datos también ajustados por estacionalidad, a tasa mensual en julio de 2022, los gastos efectuados en Construcción cayeron 1.7 % y en Maquinaria y Equipo total (tanto de origen nacional e importado) 0.4 por ciento.
Profundizando en los indicadores, a tasa anual los gastos en Construcción disminuyeron 1.9 por ciento con respecto a julio del año pasado, lo anterior fuertemente vinculado a la caída en la industria de construcción residencial que presenta un retroceso de 4.2 por ciento anualizado.
Por contraparte, los gastos en Maquinaria y Equipo muestran un fuerte incremento anualizado por el orden de 11.4 por ciento, dominado por su componente importado, con una tasa anual de 13.2 por ciento. Sin embargo, durante julio estos mismos rubros presentan una desaseleración de 1.4 por ciento en su tasa mensual comparada con el mes anterior.
En una economía cuyo motor de crecimiento real es la acumulación de capital, los indicadores anteriores pueden resultar desalentadores, particularmente al analizar sus niveles actuales con respecto a la tendencia que existía previo a la crisis por pandemia por COVID-19.
Por ejemplo, si consideramos el índice de Inversión Fija Bruta, damos cuenta que éste se ubica en niveles cercanos a los registrados en 2012, esto es, un retroceso de casi 10 años, lo cual si añadimos el componente de depreciación para tener una idea de la inversión neta, dan cuenta de niveles en estos indicadores todavía más alarmantes.
En un contexto de desaseleración mundial producto del crecimiento en el precio de energéticos, conflictos bélicos en Europa y amenazas de los mismos en Asia, y con una fuerte posibilidad de recesión próxima en la economía norteamericana, la inversión privada es una de las primeras variables reales que reacciona, ajustándose para reflejar la rentabilidad esperada de los proyectos.
Este ajuste de expectativas, de la mano del incremento gradual y sostenido en las tasas de interés para contener la amenaza creciente de la inflación, ha mermado considerablemente los incentivos a la inversión que no ha podido recuperar una dinámica que garantice crecimiento económico para el país, ni aspirarar a recuperar las tendencias previas a la pandemia por COVID-19.
Para quienes nos dedicamos al estudio de la ciencia económica, resulta difícil analizar estas cifras y dejar de pensar en las implicaciones y consecuencias que éstas reflejan. Es, como lo dijo Robert Lucas (Premio Nobel, 1995), imposible dejar de pensar en otra cosa una vez que uno comienza a reflexionar sobre los procesos internos en el crecimiento y desarrollo de una sociedad.
Sin embargo, para el caso de México, de la mano de esa atención que nos captura en las implicaciones de lo que observamos y podemos medir, nos acompaña una terrible sensación de desamparo e impotencia ante la tragedia que cada nuevo dato publicado refleja, y la falta de rumbo de la política pública ensimismada en distraernos de lo urgente por lo mediático inmediato, como lo fue por ejemplo la discusión sobre el uso del horario de verano, por mencionar un caso.
Si a los hechos anteriores agregamos la inefectividad y la falta de resultados de los programas insignia de la administración actual en atención a la reducción efectiva de los niveles de pobreza, el rezago educativo y en aprendizaje, así como la contracción en las expectativas de vida calculadas en una contracción de casi 5 años, la conclusión no puede ser otra que la política pública requiere un cambio inmediato en su enfoque, instrumentos y objetivos, pero también, que los ciudadanos y las empresas se encuentran en condiciones de vulnerabilidad nunca vistos en la época reciente.
En las condiciones sociales actuales, y con elecciones a celebrarse en estados clave a nivel federal el próximo año, la pluralidad de opiniones y diversidad de ideas en materia de política económica y social deben preservarse como alternativa para diseñar estrategias que permitan corregir el rumbo del país, cuya dirección actual nos aleja cada día más de un pasado idealizado, imaginario y cada día más distante.