Hace más de 20 años escribía en un diario de circulación nacional cómo los mexicanos nacidos después de 1960 sólo nos identificamos, en términos de crecimiento y desarrollo con un fenómeno denominado crisis económica.
Una crisis económica es, en pocas palabras, la contracción sistemática de la capacidad de la economía de generar nuevos bienes y servicios que permitan, en el largo plazo mejorar, el bienestar de toda la sociedad, es decir, implica la renuncia, al menos momentánea al desarrollo y la felicidad.
Las preguntas fundamentales que los estudiosos se han hecho a lo largo del tiempo son básicamente dos: ¿Qué provoca una crisis en el esquema productivo de un país? Y, sobre todo, ¿cómo los agentes económicos pueden revertir este doloroso y costoso fenómeno para restaurar la senda del crecimiento y el desarrollo?
Actualmente existe consenso en que son básicamente dos tipos de eventos los que terminan desencadenando una contracción severa de la actividad económica.
El primero, denominado exógeno, tiene su origen fuera del ámbito estrictamente productivo y de allí provoca que la economía pierda su capacidad de, al menos, mantenerse en el nivel preexistente. Una guerra, un desastre natural o una pandemia, son ejemplo de fenómenos que pueden producir este tipo de consecuencias.
El segundo tipo, también llamado endógeno, ocurre como consecuencia de las decisiones específicas de los agentes económicos, principalmente en el ámbito de la esfera financiera. Curiosamente este tipo de crisis en general inicia por decisiones emanadas del sector público, fundamentalmente por el peso específico que este tiene sobre la actividad económica. Un marco jurídico lleno de incertidumbre e inestabilidad, una política fiscal restrictiva y poco competitiva, un sobreendeudamiento acompañado de un déficit público creciente y desordenado son signos inequívocos de desequilibrios que pueden desencadenar en un desequilibrio grave de los factores productivos.
México es ejemplo de esta caracterización de la desgracia. No cabe duda de que 1976 y 1982 fueron claros ejemplos de crisis provocadas por malas decisiones gubernamentales relacionadas con las finanzas públicas. Siendo simplistas, el gobierno quebró y esto provocó un proceso recesivo crónico. 1995 parece ser otra historia.
Primeramente, el contexto del país era significativamente diferente, debido principalmente a los procesos de apertura e integración global que se llevaban a cabo desde 1986, con el fin de la Ronda Uruguay y que para nuestro país culminó con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1993. Estos elementos habían puesto a México en el contexto internacional, tanto en términos de los flujos comerciales cómo de los circuitos financieros internacionales. Dicho de otra forma, el país participaba en el comercio internacional y era receptor emergente de dinero a nivel mundial.
En segundo término, México estaba desarrollando su inserción en los mercados financieros internacionales con elementos reputacionales incipientes, es decir, existía una alta percepción de incertidumbre sobre la capacidad de pago del gobierno mexicano en relación con sus compromisos financieros internacionales. Estos dos elementos se conjugaron para generar una crisis de confianza en diciembre de 1995.
Dicho de forma simple, el mercado financiero internacional tuvo la duda, fundamentada o no, de que si el gobierno de México podría cubrir los compromisos contraídos con el mercado financiero internacional. Como ya es conocido este proceso provocó una presión de expectativas autocumplidas (creo que no vas a pagar y provoco que no pagues) que derivó en el ya conocido error de diciembre, provocando una pérdida de más de 7 puntos del PIB.
Aunque de naturaleza distinta, estas crisis mexicanas se han manifestado de la misma forma. Un trio perverso: inflación, devaluación y elevación de la tasa de interés.
El primer participante consistente en la elevación sistemática e incontrolable del nivel de precio. Se desata a partir de 1976 y se logra controlar hasta finales de la primera década del siglo XXI (más 30 años), dañando sistemáticamente la capacidad de compra de la mayoría de la población.
El segundo la devaluación de la moneda, signo inequívoco de nuestra inestabilidad externa, ha pulverizado los ahorros generacionales y ha hecho costosa la integración de nuestra economía a los procesos económicos globales.
El tercero, tal vez el más letal, la elevación crónica de la tasa de interés. Le llamo letal por su carácter contradictorio, ya que sus efectos perjudiciales pueden ocultarse tras una medida necesaria para el control de la inflación y no revelar que, ante altas tasas de interés, el mercado entra en un proceso recesivo que contrae la inversión productiva y encarece los mecanismos de financiamiento indispensables para el crecimiento.
Hoy, 2023, los mexicanos volvemos a preguntarnos si estamos a la puerta de una nueva crisis económica. Nadie puede dudar que desde 2016, procesos inflacionarios, sobre todo externos, han desestabilizado el poder de compra del peso mexicano.
También es cierto que la pandemia provocó y sigue provocando desajustes económicos que ya nos han costado varios puntos del Producto Interno Bruto.
De la misma forma, no podemos negar que en México vivimos un largo proceso de estancamiento económico los últimos 20 años, donde solo en contadas y extrañas ocasiones hemos podido superar el deseado 5 % de crecimiento anual. Tampoco podemos argumentar que vivimos el mejor momento de certidumbre política, ni mucho menos un idilio ideológico entre los agentes económicos clave, léase gobierno y sector empresarial.
Ante todo lo anterior, cualquier observador con memoria histórica podría vaticinar la inminente ocurrencia de una nueva catástrofe económica en un corto plazo. Tal vez el único elemento disonante actual sería la fortaleza del peso mexicano en los últimos meses, sin embargo, debemos considerar a profundidad las características actuales del mercado cambiario para poder dimensionar este hecho a la luz de los demás factores.
Es por esta razón que consideramos relevante analizar profundamente todos y cada uno de los aspectos que nos permitan desarrollar una base de conocimiento para poder responder a esta pregunta clave para todos los mexicanos ¿Es inminente la repetición histórica de una crisis económica en los años veinte del siglo XXI? Y sobre todo ¿qué consecuencias generacionales tendrá en la población mexicana que vive una realidad diametralmente opuesta a la de las tres crisis previas del siglo pasado? Si así nos lo permiten seguiremos analizando en este espacio todos los elementos que nos den elementos de análisis para entender y sobre todo estar preparados para enfrentar la crisis que al menos la historia nos dice que es inminente.
El autor es profesor de tiempo completo del Departamento de Contabilidad y Finanzas en la Región Ciudad de México del Tecnológico de Monterrey.
Contacto: llagunes@tec.mx