Mientras los vientos de la Historia nos dirigen hacia el Oriente, el presidente Andrés Manuel López Obrador parece totalmente aferrado a su relación hacia Norteamérica, particularmente con los Estados Unidos a tal punto que se ha convertido en el portavoz de la guerra verbal contra China. Durante la cumbre de Norteamérica, el líder mexicano hizo un llamado a los países de la región a crear un bloque para oponerse a lo que él llamó la “voracidad asiática” y el “peligro de ver a China acaparar para el año 2050 el 50% del comercio mundial”, una visión catastrófica poco probable.
También durante su gira por América latina, AMLO pidió a los líderes del subcontinente crear un bloque común para enfrentarse al gigante asiático al que denominó como una amenaza, pareciendo desconocer que China se ha convertido en el principal socio comercial de la región, desplazando a los Estados Unidos.
Pero China no es solamente un gigante económico, cada vez más se afianza como un mediador político que ha logrado grandes avances en el panorama internacional.
Recientemente, el líder chino, Xi Jinping, se entrevistó con su homólogo ruso para fungir como mediador en el conflicto que opone Kiev a Moscú y de la misma manera se reunió con el presidente ucraniano, mostrando que es una pieza clave para acercar a las posiciones antagónicas.
Sin embargo, su principal éxito se alcanzó el 10 de marzo pasado cuando logró acercar a Irán y Arabia Saudita cuya rivalidad abierta los confronta en el Medio Oriente desde hace más de 4 décadas, misma que se agudizó a partir de 2016 cuando los dos países rompieron sus relaciones diplomáticas a raíz de la ejecución del líder de los shiítas saudíes, Al Nimr, por el gobierno de Riad y las represalias iraníes con la toma de embajada de saudí en Teherán.
El conflicto irano-saudí se ha manifestado en múltiples frentes entre los que destacan: Siria con el apoyo de Irán al gobierno de Bashar Al-Assad, en El Líbano, con el respaldo del gobierno de los Ayatolá al Hizbolá mientras la monarquía sunita saudí apoyaba a sus correligionarios del país de los cedros, en Irak, en Libia, en el problema palestino-israelí y sobre todo en la guerra del Yemen que vio a Teherán apoyar abiertamente a los rebeldes Huthis contra el gobierno sunita de Abdel Rabo que tiene el respaldo de las monarquías del golfo lideradas por Arabia Saudita.
A pesar de la fuerte pugna entre estos dos países que generó dos ejes antagónicos y que permitió a Israel acercarse a las monarquías regionales por su armamento sofisticado, China logró este acuerdo histórico del 10 de marzo que los proyecta como un socio confiable e imparcial en el escenario mundial, en un momento en donde Estado Unidos con el respaldo del mundo occidental se comprometió a armar a Ucrania en una guerra sin fin y desastrosa contra Rusia.
En el Medio Oriente, con el acuerdo recién firmado bajo los auspicios de Beijing, al contrario, parece que la región se puede abrir hacia una paz entre los rivales de ayer. Un equilibrio en el Golfo no solamente ofrece a China un mercado estable y seguro, sino también un incrementó comercial para los países de la región. De hecho, para Arabia Saudita, su primer socio comercial es el gigante asiático y ya no los Estados Unidos de América. China va ganando terreno en una región que tradicionalmente estaba bajo la influencia norteamericana.
Es interesante notar que la monarquía más conservadora del mundo dio un paso decisivo hacia China, mirando hacia el Oriente, mientras que en México seguimos aferrados a nuestra relación de dependencia con los Estados Unidos y hoy, no solamente a nivel económico, sino a nivel político cuando el presidente López Obrador se presenta como un líder de izquierda. Parece que AMLO va a contracorriente de la Historia.
El autor es Doctor en Ciencia Política, especialista en política internacional y asuntos regionales. Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.