Es común escuchar que el bienestar de un país depende de la calidad de sus gobernantes, de qué tan bueno es su sistema educativo, o incluso de sus niveles de corrupción. Al respecto hay muchos informes o rankings donde se puede ver la posición relativa de México en el contexto global. Se podrá estar de acuerdo con ellos o no, pero representan un punto de partida para identificar el camino que falta por recorrer. Por ejemplo, los exámenes PISA de la OCDE, nos exhiben como un país con un sistema educativo rezagado y deficiente.
Es más complicado medir la “calidad” de los empresarios en México. Para empezar, habría que definir los criterios de medición. Uno podría ser el nivel de creatividad para afrontar los problemas diarios; otro sería para medir su visión estratégica y así por el estilo. Sería también difícil medir estas variables de manera objetiva. Sin embargo, no habría que indagar mucho para darse cuente de que hay de empresarios a empresarios.
Todo esto viene a colación porque hace unos días, tuve la infortuna de escuchar historias terribles de personas que renunciaron de sus empleos, debido a la indiferencia y desinterés de sus empleadores. “A veces tenía que dejar de cobrar mi quincena para completar los pagos”, “El dueño ni se aparece por aquí, y yo tengo que dar la cara ante los clientes”. Este tipo de situaciones son más comunes de lo que uno se imagina, y aunque en México tenemos empresarios comprometidos, responsables y congruentes, también es cierto que hay muchos que solo ven a sus empresas como el medio para darse un nivel de vida que no es sostenible.
Otra situación tristemente recurrente es la de empresas que no están al corriente de sus obligaciones legales y fiscales. Más de una vez he visto empresarios que tienen ideas (que no planes) muy ambiciosas de crecimiento, que demandan a sus áreas de finanzas conseguir créditos, pero que tienen pendientes meses y hasta años de presentación de declaraciones o pagos de impuestos. ¿Cómo se puede aspirar a crecer si no hay orden en temas tan básicos?
Si seguimos indagando, también hay datos medibles al respecto. Por ejemplo, el nivel de inversión en nuestro país es uno de los más bajos en la OCDE, y ha venido en picada. Es claro que la competitividad y la posibilidad de generar riqueza, dependen en buena medida de las inversiones en tecnología, infraestructura y talento humano. Es común criticar al gobierno sobre esta situación.
En efecto la inversión oficial es lamentable, así como la falta de estímulos para que la iniciativa privada las haga. Sin embargo, decir que todo es culpa del gobierno, es no querer asumir la responsabilidad que tienen los empresarios. ¿Cuántas veces no hemos visto empresas pobremente equipadas y sin las inversiones adecuadas, pero con accionistas que se dan la gran vida? Empresario rico y empresa pobre, es una frase tristemente popular y no sin razón.
En México ser empresario plantea retos adicionales, y afortunadamente hay muchos que los asumen a cabalidad, se preocupan por el bienestar de sus colaboradores, tienen sentido de responsabilidad social y contribuyen al crecimiento económico. En la medida que más empresarios se sumen a este grupo, muchas de las carencias que tenemos como nación serán superadas.
El autor es Miembro de la Comisión de Capacitación y Práctica Independiente del ICPNL.
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