Si bien la teoría de la paridad del poder adquisitivo es la que debería de determinar el valor relativo de la paridad entre el peso y el dólar estadounidense, como se hizo desde finales de la década de los cuarentas, y hasta septiembre de 1976, cuando la paridad de $12.50 pesos por dólar se rompió, precisamente porque nuestro Gobierno abandonó la disciplina monetaria, y emitió importantes cantidades de dinero para financiar el creciente déficit del gasto público, lo que originó una espiral inflacionaria que vino a romper la referida estabilidad en el tipo de cambio.
Al perderse el equilibrio entre las inflaciones de México y EUA, para compensar la pérdida en el poder adquisitivo de los salarios en México, se incrementan los sueldos, pero el efecto solo sirve para resarcir el poder adquisitivo que se perdió con la inflación, sin embargo, si hay una mercancía, llamada dólar, que no aumenta de precio (porque no se devalúa el peso) el efecto es de que aumenta el poder adquisitivo de los salarios y se pueden adquirir más dólares, y como la inflación en EUA es menor, se compran más productos importados.
Por el contrario, para el norteamericano, como el peso no se ha devaluado, le dan los mismos pesos por sus dólares, pero como los precios aquí ahora son mayores, su poder adquisitivo se reduce, y deja de adquirir productos mexicanos.
El no devaluar en función del diferencial en las inflaciones entre México y EUA, conduce a un déficit comercial creciente que deja sin divisas al Banco de México, y se termina devaluando la moneda.
Bueno, pues en años recientes, la paridad de las monedas ya no obedece tanto a ese diferencial de inflaciones, y a pesar de que no haya desequilibrios en el poder adquisitivo, se registran movimientos a la alza y a la baja de manera constante, por lo que ahora se ha acuñado la excusa de que la oferta y la demanda de divisas, es la que explica las apreciaciones y las depreciaciones del peso mexicano.
De tal suerte, si “entran” dólares al País, principalmente capitales financieros, que buscan mejores rendimientos, así como remesas, la oferta de dólares hará que se aprecie el peso, y a la inversa, cuando hay salida de capitales, los movimientos en el peso son devaluatorios.
Haga Usted de cuenta que las divisas ahora son como los tomates o cualquier otro perecedero, que cuando la cosecha es abundante, el precio baja, pero si se siniestra, y baja la producción, el precio se va a las nubes.
Lo anterior ocurre porque no se puede “guardar” o inventariar la producción del bien perecedero, y se debe bajar su precio para que se venda, y no se eche a perder, lo cual no ocurre con bienes industriales, que pueden almacenarse y no enviase al mercado, para que la oferta no aumente, y por ende, no baje su precio, más aún, entonces, con las divisas.
La realidad, es que los mercados financieros ya se han vuelto altamente especulativos, y los grandes capitales, en efecto, pueden “secar” literalmente los mercados en cuestión de días, y generar crisis de iliquidez, que son las que conducen a los cambios en las paridades, razón por la cual, actualmente, estos movimientos se explican más por estos factores y su volatilidad, que por una buena o mala política económica interna.
De tal suerte, así como el tipo de cambio, la inflación y las remesas tampoco son una resultante o un reflejo de la “buena” política económica del gobierno, ni tampoco el precio del petróleo, sí generan efectos positivos en las finanzas y en la deuda pública.
Por ejemplo, a mayor inflación, mayor PIB nominal, y por ende, se puede contratar más deuda pública sin que el cociente de Deuda a PIB aumente.
Si la deuda pública asciende a digamos, $14 Billones de pesos, una inflación de 3% le permite al gobierno colocar $420 mmp sin que aumente el cociente de deuda a PIB, pero si la inflación es de 8%, el gobierno podría colocar deuda por $1.4 billones de pesos, sin aumentar este cociente.
Una mayor inflación a la programada, no necesariamente aumenta el gasto total en ese mismo porcentaje, pero los ingresos tributarios, principal fuente de financiamiento para el gasto público, sí aumentan con la inflación.
Ahora, en materia de deuda, al apreciarse el dólar contra el euro, y contra el yen, principalmente, la deuda pública externa, principalmente de Pemex, se reduce al convertirla en dólares estadounidenses, mientras que la totalidad de la deuda externa, al convertirse a pesos, baja incluso, cuando el peso se aprecia.
De hecho, eso es lo que ha estado pasando en los últimos dos años, y tan solo en 2022, se registra una reducción, en dólares, de más de $4 mil millones en el saldo de la deuda externa pública, asociada a movimientos en tipo de cambio dólar versus otras monedas, lo que amortigua el aumento neto de nueva deuda que se colocó en 2022, y gracias al “ajuste” por tipos de cambio, ya en pesos, el saldo total de la deuda pública externa se redujo en $400 mmp ya que pasó de $4.5 billones de pesos al cierre de 2021, a $4.1 billones al cierre de 2022.
Por otro lado, si el PIB nominal aumentó en poco más de 10% por el efecto conjunto de la inflación y del crecimiento real, el cociente de deuda externa a PIB bajo en 2.7 puntos porcentuales, lo que amortiguó el incremento en la deuda interna, que a pesar del mayor PIB nominal aumentó en 1.5 puntos, pasando de 33.1% en 2021, a 34.6% del PIB en 2022.
En total, la deuda pública paso de 50.5% a 49.3% del PIB, apoyada en estos 2 efectos favorables, el mayor PIB nominal, y el efecto cambiario.
Cuando se elimine la fortaleza del dólar contra el Euro y contra el Yen, y cuando se ajuste a la baja el peso, estos buenos resultados habrán de revertirse, y se reflejará la verdadera realidad del nuevo endeudamiento de esta administración, particularmente de deuda interna, que tan solo el año pasado, aumentó en $1.5 millones de millones de pesos.