Para su funcionamiento, las sociedades humanas requieren de mitos que sean como motores que les permitan permanecer unidas, así como fundamentos para darse respuestas que, de otra forma, no se pueden dar.
En otras palabras, los mitos dan sentido a las vidas de las personas. Claramente, la sociedad mexicana tiene sus mitos fundantes; pensemos, por ejemplo: el águila devorando una serpiente, la cual ha dado identidad a muchas generaciones. Sin embargo, dentro de un territorio tan vasto como el mexicano, con grupos humanos y trayectorias históricas diferenciadas, es imposible pensar en la existencia de que todos sean iguales u homogéneos. De hecho, la antropología se ha encargado no solo de recopilar, sino de interpretar esa diversidad existente a lo largo y ancho del país. Así las cosas, cabe preguntarse: ¿cuáles son los mitos de Nuevo León?
Las personas investigadoras del noreste se han encargado de buscarlos y señalar los puntos en que se ha articulado o entrado en disputa con otras regiones –en especial la del “centro” del país– y de los múltiples contactos extranjeros. El crecimiento del capitalismo comercial, industrial y de servicios en la región generó no solo el crecimiento poblacional, sino también una estratificación jerárquica de clases muy pronunciada.
Además, la particular naturaleza –que entendemos como el entorno geográfico, el clima y las especies nativas– se entrelaza en un gran proceso cultural que generó mitos, cuyas particularidades difieren de otras partes del país.
El antropólogo Aarón López-Feldman le ha llamado “excepcionalidad regia” a toda esta estructura mítico-simbólica que ha sido generada históricamente y que se ha impuesto desde las élites para poder moldear la sociedad y justificar la gestión del territorio en Nuevo León para sus fines particulares.
Así, hoy en día permea en la sociedad que el noreste mexicano, una tierra inhóspita y salvaje, fue dominada por “grandes y bravíos hombres”, que Monterrey –como epicentro del noreste mexicano– “es un desierto”, que el esfuerzo individual ha creado los grandes capitales industriales y, por supuesto, que el destino es “siempre ascendiente”, hacia arriba, al progreso y al desarrollo.
A esta “excepcionalidad regia” le podemos agregar, por ejemplo, una idolatría a la tecnología e ingeniería como aquella capaz de solucionar cualquier problema, incluido el ambiental: es una especie de tecnolatría que ha generado una tensa calma en los momentos más álgidos de la sequía de 2022.
De esa manera, fue común en los medios y de voz a voz el mensaje de que la solución al problema pasa por la regulación de la presión de las bombas, la ampliación de las tuberías, la construcción de más represas y el bombardeo de yoduro plata a las nubes, lo cual ha sido altamente cuestionable.
Estos mitos de la “excepcionalidad regia” se vuelven a imponer –incluso de forma inconsciente– con el ecocidio perpetrado en el río Santa Catarina. La “idea del desierto” a través de “un río seco”, la asociación de la “naturaleza salvaje” con “la posible inundación” y el “desarrollo” con “el embellecimiento del río” se mezclan con la tecnolatría, y todas estas circunstancias fueron los motivos para la destrucción ecológica sucedida en el río.
No obstante, todos estos mitos tienen límites materiales claros: el colapso socioambiental del área metropolitana de Monterrey conjugado con el colapso ambiental global.
En otras palabras, la emisión masiva de gases tóxicos, la obstrucción de las áreas de recarga de acuíferos y la destrucción de las pocas áreas verdes que aún quedaban en el área urbana de Monterrey, cuya periferia se entrelaza con el aumento de temperaturas, el cambio de la temporada de lluvias, la desertificación y la extinción masiva de especies que sucede a nivel mundial.
De esta realidad, las movilizaciones sociales que se han aglutinado bajo la consigna #unríoenelrío se vuelven sumamente importantes para la ciudad y la región, estos esfuerzos colectivos articulados no solo detuvieron este ecocidio, sino que también son capaces, mediante la reflexión crítica con una academia histórica crítica, como los historiadores Lydia Palacios o Arnoldo Díaz, de desmontar los mitos fundantes que motivaron y justificaron dicha destrucción para evitar que ocurran en el futuro.
El autor es Doctor en Economía Política del Desarrollo y profesor investigador en la Licenciatura de Ciencia Política de la Universidad de Monterrey.