Hace unos días revisando material para mi clase de administración pública, me detuve a releer un clásico en la literatura de esta materia, el artículo es “The Study of Administration” de Woodrow Wilson (1887). Woodrow Wilson fue profesor de la Universidad de Princeton, presidente de la misma universidad, gobernador del estado de Nueva Jersey y presidente de los Estados Unidos (1913 - 1921); fue un promotor de la profesionalización del servicio civil, de la separación de funciones políticas y administrativas y, creo que su artículo sigue resonando en la modernidad del aparato burocrático después de más de 100 años.
En 1887, mientras que en México iniciábamos el segundo tercio del porfiriato, en los Estados Unidos tenían cuatro años de haber aprobado el Servicio Civil de carrera propuesto por la Ley Pendleton (1883) cuyo propósito era que los puestos de trabajo del gobierno federal fueran asignados en base al mérito y mediante una evaluación de competencias. El objetivo de esta Ley era terminar con un sistema corrupto de tráfico de influencias; ¿suena familiar?
Para Woodrow Wilson “la administración pública es la sistemática y detallada ejecución de la Ley Pública”, esta definición tiene significativas implicaciones en cuanto a que propone una separación entre la política y la administración y propone que la administración – o ejecución de la política – sea tan efectiva como en los negocios. La separación entre los aspectos políticos de los administrativos es una tarea que en México no hemos podido lograr a nivel local.
La responsabilidad política, así como la administrativa de los gobiernos municipales recae en la figura del alcalde y es en la ciudad en donde vivimos los retos de la convivencia y la dinámica cotidiana, como la transportación, la seguridad, los servicios públicos, etc.
En los Estados Unidos como en Europa separan las funciones entre la figura electa públicamente para desempeñar las responsabilidades políticas y la administración de la ciudad; en México estas dos funcionas siguen recayendo en una sola persona y es evidente que la eficiencia de su desempeño deja mucho que desear.
En la última encuesta nacional de calidad e impacto gubernamental (ENCIG) del INEGI para el 2021, solo el 47 por ciento de los encuestados dicen tener confianza en los gobiernos municipales, un 45 por ciento dice tener confianza en los gobiernos estatales y en general solo un 48 por ciento dice tener confianza en los servidores públicos.
Pero más preocupante aún es que, solo el 28 por ciento de los encuestados dice tener confianza en los partidos políticos. Creo que, en buena medida, este bajo nivel de confianza que tenemos en quienes desempeñan una posición en el servicio público es resultado de un desempeño constantemente cuestionable.
Después de más de cien años de la publicación del ensayo de Woodrow Wilson sobre la administración pública, sus recomendaciones sobre las cualidades de la misma siguen siendo vigentes. Cualidades como el profesionalismo, eficiencia, preparación y capacitación, separación entre política y administración e integridad, por destacar algunas.
El 2 de junio del 2024 tendremos las elecciones más grandes en la historia de México; de acuerdo con las cifras del portal del Instituto Nacional Electoral, saldremos a votar por 20,375 cargos públicos, de los cuáles 19,746 serán para cargos locales y 629 para cargos federales (Diputados, Senadores y Presidente de la República).
Sin embargo, lo destacable aquí es que la gran mayoría de las y los candidatos a dichos cargos públicos saldrán de las filas de algún partido político, de esos mismos que en México solo el 28 por ciento les tiene confianza.
Yo me pregunto, ¿cómo vamos a seleccionar a nuestros representantes federales y locales si claramente no tenemos confianza en la estructura organizacional que sirve de plataforma para lanzarlos como candidatos?
Al parecer estamos entrampados en una paradoja de confianza en la representación política de nuestros partidos políticos. No confiamos en ellos y no confiamos en nuestros servidores públicos, pero aun así tenemos la esperanza de que desempeñen cabal y eficientemente sus responsabilidades.
Evidentemente no tengo una solución a esta paradoja, mucho menos una de corto plazo, pero sí creo que, a través de la educación, la participación ciudadana y el fortalecimiento del aprecio por lo público podremos cambiar los perfiles de quienes participan activamente en los partidos políticos y de quienes se postulan (o postulamos) para ocupar un puesto de representación al servicio de lo público.
En noviembre inicia la precampaña para los 629 cargos federales y las campañas formalmente inician el primero de marzo, quizá tengamos todavía tiempo para escudriñar con mayor vigor las postulaciones de quienes desean tomar una responsabilidad en el liderazgo público en nuestro país.
Quizá tengamos todavía tiempo para cotejar los perfiles de “los querientes” con las cualidades descritas por Woodrow Wilson hace más de cien años.