Lo inmutable, lo seguro, lo único seguro de la vida es la muerte. A los humanos nos gusta pensar que vamos hacia algo agradable y positivo después de morir, pero muchos de nosotros simplemente no estamos seguros de qué se trata.
Tengo que aclarar que estas ideas son producto de la cultura occidental y que, en oriente, cercano y lejano, todo cambia.
La vida después de la muerte es el misterio supremo. La muerte, por sí misma, no representa ningún misterio. Shakespeare lo expresó diciendo, ese “país por descubrir de cuyo destino el viajero no regresa”.
Pero un viajero ha regresado, de acuerdo a la liturgia católica, y entonces se dice que “ese” no solo regresó de la muerte “del país no descubierto”, sino que habiendo ido más allá de la muerte, vuelve para decirnos qué esperar. Esa persona es Jesús de Nazareth, que, según la iglesia católica, murió, fue sepultado, volvió a la vida y fue visto, aunque no lo reconocieron con el cuerpo que mostró, por muchos testigos confiables. Todo consignado en el nuevo testamento de la Biblia.
Otras culturas consideran la muerte como un hecho más de la vida; en el continuo de la vida, la muerte es solo un paso más.
La tradición mística del sufismo señala que la muerte, como la conocemos, delata nuestra pequeñez, nuestro carácter efímero. Todo cuanto conocemos, todo cuanto hemos construido, se derrumbará y quedará como mera ilusión ante la realidad de la muerte. Por eso, para el ego la muerte supone un final inaguantable.
Visto así, y según la tradición del sufismo, en la muerte podemos encontrar una manera de comprender el misterio de la vida misma.
Existe una frase en árabe que dice: “Mûtû qabla an tamûtû”, que traducido quiere decir: “Morid antes de morir”. Esta expresión es como una regla de oro que, más que señalar cómo morir, dice cómo vivir.
En la tradición sufí se busca morir ya -simbólicamente hablando- a tú yo, antes de que sea demasiado tarde, puesto que tras la muerte física no te quedará ninguna posibilidad.
Traer la muerte a la realidad del ahora, para vivirla en lo cotidiano, la convierte en un elemento básico de una verdadera transformación alquímica de la persona.
El derviche verdadero es el hombre transformado que ha mutado el temor pavoroso a la muerte en el gozo de vivir.
Cuando vemos este contraste, podemos pensar que, mientras las religiones pretenden salvar al hombre, la mística sufí lo que busca es transformarlo, salvarlo a través de su propia transformación.
“Morir antes de morir” significa vivir de la mano con la muerte, sin tratar de evadirla o ignorarla. La muerte no tiene que ver con el final del cuerpo físico, sino con el presente transformador de cada instante.
También constituye un reto, una invitación a superarnos, a sobrepasar los límites de un yo que nos empequeñece y limita. Morir significa vivir más. Significa abandonar el limitante engaño del ego para un dar generoso para obtenerlo todo.
Nos ayuda a comprender que en la vida no todo se reduce a morirnos.
Otra de las corrientes de la filosofía oriental señala que la muerte es solo el paso de un estado de vida a otro estado de vida. Por ello, muchas religiones hablan de la salvación, la vida eterna es un estado de vida que no tiene final.
Entonces la muerte constituye, así, un portal divino que nos lleva más allá del momento final en el que el cuerpo físico deja de operar. En esta nueva dimensión no funciona ninguno de los signos vitales como los conocemos. La materia se queda en este plano de la existencia y “el espíritu” o el “aliento de vida” se separa para incorporarse a un universo alterno que no se rige por ninguna ley conocida.
Finalmente, ¿cuál es el consuelo para los que, al partir de un ser querido, nos quedamos solos? ¿Qué hacemos con ese vacío interno que no parece llenarse con nada?
Las palabras de consuelo apelan a la idea de que nuestro difunto está en un mejor sitio. No lo sabemos.
Los rezos se repiten, como un mantra, pidiendo a un ser divino que reciba entre sus manos ese “aliento de vida” que ya abandonó este cuerpo mortal. Tampoco lo sabemos.
Solo sabemos que ya no está, que este cuerpo es solo un vehículo que necesitamos para transitar en este limitado viaje.
Solo sabemos que estamos viajando sin conocer el destino ni la ruta. Llegamos solos y al final transitamos a ese nuevo plano, pasamos por esta puerta divina que es la muerte, solos.
Vivamos intensamente cada día, transformándonos en algo mejor de lo que somos.
Seamos una mejor versión de lo que nuestra pobre y limitada mente puede imaginar, porque al final esa vida vivida, intensamente vivida, será todo el equipaje que nos llevaremos. Y eso tampoco lo sabemos.
No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la próxima.
El autor es experto en comunicación corporativa y situaciones de crisis. Cuenta con un MBA del ITESM.
Contacto: hirampeon@gmail.com