Como está presentado en el título, casi nadie lo usa. Más bien se conoce como CAPM (Capital Asset Pricing Model). De acuerdo con un trabajo de recopilación de la historia del CAPM, de Marta Gimeno (2014) nos dice que: “El Modelo … conocido como modelo CAPM ... es uno de los modelos más utilizados en la economía financiera. Se trata de un modelo de equilibrio que caracteriza la tasa de rentabilidad teórica requerida para un activo, acciones, si este está correctamente diversificado … incluyendo también al activo libre de riesgo. Relaciona principalmente la rentabilidad y riesgo, suponiendo que todos los inversores del mercado tienen la misma información.
En la concepción del modelo CAPM trabajaron en forma simultánea, pero separadamente, cuatro economistas principales: William Sharpe, John Lintner, Jan Mossin y Jack Treynor cuyas investigaciones fueron publicadas en diferentes revistas especializadas entre 1964 y 1966. La inquietud que los atrajo por este tema fue el desarrollo de modelos explicativos y predictivos para el comportamiento de los activos financieros. Todos habían sido influenciados por la Teoría de Carteras de Harry Markowitz, publicada en 1952 y reformulada en 1959.”
Veámoslo de esta manera. Si se les preguntara a los inversionistas cuanto quisieran ganar, habría tantas respuestas como el número a los que se les preguntó. Alguno diría que “no soy muy ambicioso … con un 55 por ciento de rendimiento me conformo”; otro diría que su número de la suerte al invertir es el 75 por ciento. Habría muchas respuestas, si no absurdas, poco realistas.
Se necesita un modelo racional: el CAPM. Dicho modelo nos dice que lo mínimo que debe aceptar un inversionista es la tasa libre de riesgo que son los CETES. No son otra cosa más que un préstamo al Gobierno Federal y se le considera la tasa libre de riesgo porque, mientras haya habitantes y empresas que paguen impuestos en México, se tiene asegurada la fuente de repago.
Además, al ser inversionistas, compararán (como costo de oportunidad) cual ha sido el rendimiento “en acciones”. Ese rendimiento lo podemos equiparar al rendimiento del S&P/BMV IPC (aunque la teoría nos dice que debería de ser el rendimiento del mercado, que abarca cualquier oportunidad de inversión). Para no duplicar, solo se considera la diferencia entre el rendimiento del S&P/BMV IPC y los CETES y se le conoce como premio de mercado. No es otra cosa que, dado que invertir en empresas es riesgoso, entonces se debería tener un rendimiento adicional que compensara dicho riesgo.
A ese premio de mercado se le aplica un factor que se le conoce como la beta. Una beta igual a 1, quiere decir que el riesgo propio de una determinada inversión es igual al riesgo del mercado. Una beta mayor a 1, es que es más riesgoso que el mercado y una beta menor a 1, pues es menos riesgoso que el mercado.
En un artículo recién salido del horno de Enterprising Investor del CFA Institute, titulado “¿La inflación mató al CAPM?” el autor pone el dedo en la llaga al decir que el premio de mercado comentado ha sido negativo. Es decir, aunque es más riesgoso invertir en el mercado accionario que en instrumentos libres de riesgo, se recibe menos rendimiento: el mundo al revés. El autor lo atribuye a una combinación de alta inflación con acciones de por sí caras que no generan ganancia suficiente. Eso sucede en economías de países desarrollados con perspectivas buenas. En México el problema no es una alta inflación, sino un riesgo país al que no pinta que haya rendimiento que alcance. Es como es.