Monterrey

Rogelio Segovia: Las empresas desaparecen, ¿adiós Intel?

La esperanza de vida promedio de las empresas en México es de 7.8 años.

Está de más recordarlo, porque la eternidad no existe en el efímero contexto de la humanidad, pero hablando de cuestiones mundanas, las empresas no son eternas, aunque en ocasiones pensemos que esto es así. Esto es ocasionado por nuestro sesgo de creer que las cosas seguirán funcionando de la misma manera, inmutables y perennes, es decir, sobreestimamos la estabilidad de la situación actual.

Hagamos un ejercicio y pensemos en compañías de toda la vida, entendiendo por “toda la vida” unos 80 años. A nuestra mente vendrá solo un puñado de ellas, y probablemente algunas no sean las empresas en sí, sino marcas comerciales que han cambiado de manos con el tiempo.

Para poner en contexto lo anterior, la esperanza de vida promedio de las empresas en México es de 7.8 años; en la Unión Europea, es de 19.6 años, y en Estados Unidos, respecto a las empresas del índice Standard and Poor’s 500, es de unos 20 años.

Quizá el ejemplo más llamativo de que las empresas mueren es General Electric (GE), fundada en 1892 y que, a finales de los años noventa, llegó a ser considerada el conglomerado industrial más grande del mundo, destacándose por su innovación y diversificación en múltiples sectores. Hoy solo quedan polvos de aquellos lodos.

Otro ejemplo es el de las empresas mencionadas en el libro Empresas que sobresalen de James C. Collins. El autor investigó varias compañías que lograron una transformación significativa, pasando de ser buenas a excelentes, por haber conseguido un rendimiento excepcional y sostenido durante un período prolongado.

Entre las empresas reconocidas por Collins están Abbott Laboratories, Gillette, Kimberly-Clark, Philip Morris, Walgreens, y Wells Fargo. Hoy en día, algunas de estas empresas aún existen, mientras que otras, como Circuit City, se declararon en bancarrota. Otra, como Fannie Mae, pasaron por muy malos momentos. Esta última estuvo involucrada en la crisis hipotecaria de 2008 al haber adquirido y garantizado una gran cantidad de préstamos hipotecarios, incluidos algunos de alto riesgo. Esto contribuyó a una burbuja insostenible. Difícilmente algún autor de negocios las incluiría como referencia de gestión y desempeño en estos tiempos.

Y apenas la semana pasada, Intel, la multinacional estadounidense de semiconductores y circuitos integrados fundada en 1968, famosa por el característico “bong” en los jingles de sus anuncios comerciales, sufrió un desplome de sus acciones en bolsa. Esta empresa, que fuera una de las dos primeras tecnológicas en unirse al Dow Jones durante el auge de los años 90 está a punto de ser expulsada de dicho índice.

Tan solo en lo que va del año, sus acciones se han desplomado un 62 por ciento. Hasta hace poco, encontrar una calcomanía con la leyenda “Intel inside” en computadoras personales y laptops era una garantía de compra. Hoy, aparte de su estrepitosa caída, suspendió los dividendos a accionistas, despidió al 15 % de su fuerza laboral y quedó fuera del auge de la inteligencia artificial.

¿Por qué mueren las empresas? No lo sé. Seguramente tiene que ver con la brevedad y transitoriedad de la vida y la existencia humana. Al igual que cayeron imperios como el Romano, el Mongol y el Español, o más recientemente el Británico, Otomano y Austrohúngaro, las empresas eventualmente también desaparecen.

De hecho, como ya hemos comentado en este espacio, en su libro Pensar rápido, pensar despacio, Daniel Kahneman argumenta que el éxito de las empresas no siempre puede atribuirse a las estrategias y prácticas que autores como Collins destacan. En cambio, Kahneman sugiere que el éxito empresarial a menudo está influenciado por factores aleatorios, la suerte o la serendipia, más que por decisiones estratégicas conscientes.

Es decir, a veces se tiene una mano con suerte, y a veces no. Pero quizá no todo es suerte. O dicho de otra manera, la suerte no siempre se debe a eventos que ocurren por casualidad o de manera aleatoria. Prefiero pensar que la suerte es cuando la preparación y la oportunidad se encuentran.

Epílogo: La semana pasada, en este espacio, escribí acerca de si ser empleado de una empresa es una especie de nueva esclavitud, a partir de lo mencionado en el capítulo 3 del libro Jugarse la piel de Nassim Nicholas Taleb (Empleados, ¿nueva esclavitud?, septiembre 03, 2024). Como era de esperar, levantó mucha controversia y generó numerosas conversaciones.

Taleb, en su mismo libro, ejemplifica al “mejor tipo de esclavo” moderno: el expatriado. Según el autor, esta figura es una especie de diplomático moderno con un alto nivel de vida que no necesariamente corresponde con el que tiene en su país de origen. El expatriado generalmente goza de beneficios como chofer, afiliación a un club de golf, una casa proporcionada por la empresa con jardinero incluido y un vuelo de primera clase anual para él y su familia.

Cuando regresa a la oficina central, pierde esos privilegios y vuelve a su salario base, y a una vida de clase media. Por eso, los expatriados prefieren no regresar. Taleb concluye que esta es la mejor forma de esclavizar a una persona para que cuide los intereses de la empresa y no actúe por su cuenta.

El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM.

Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx

COLUMNAS ANTERIORES

Falta a industria personal técnico de tres carreras
Favorecería a Pymes recorte a tasa de interés de Banxico

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.