Monterrey

Robert G. Papp: La Trifecta

Las carreras de caballos y el destino de la democracia.

La democracia a menudo se convierte en su propio peor enemigo, ya que los partidos que acceden al poder, a través del voto de la mayoría, llegan a creer que solo ellos tienen el mandato y son los únicos que pueden asumir el liderazgo del país.

La amenaza es aún mayor cuando el partido vencedor tiene el control de los tres elementos esenciales del poder democrático: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Sin embargo, lograr lo que llamaremos una “trifecta” se está convirtiendo, cada vez más, en el objetivo dominante de los partidos políticos en un número alarmante de democracias maduras en el mundo.

Según Merriam-Webster, “trifecta” es una palabra relativamente nueva en el idioma inglés que data de la década de 1970, la cual se refiere a una apuesta en la que un jugador elige correctamente a los caballos que terminan en primero, segundo y tercer lugar en una carrera de caballos.

Curiosamente para los observadores en México, la raíz de esta palabra es “perfecta”, una palabra del español americano en la que se seleccionan dos ganadores en el orden correcto.

Con el paso del tiempo esta acepción ha adquirido nuevos significados, muchos de los cuales son realmente deseables, por ejemplo, lograr un paquete de tres resultados a menudo loables como curar enfermedades, erradicar el hambre y poner fin a la guerra. Incluso se argumenta que cada elemento de la trifecta puede “mejorar la eficacia de las otros

Ahora podemos volver a la cuestión de la democracia y el poder político. El objetivo de la democracia, tal y como está consagrado en las constituciones de EE. UU. y México, es que existan considerables controles y equilibrios también llamados pesos y contrapesos. Si una rama del gobierno excede su mandato, otra interviene. De esta menara la democracia prevalece y los intentos, de cualquiera de los tres poderes, por aumentar de forma excesiva sus capacidades son detenidos y se les deja a los votantes decidir qué será lo mejor en el siguiente ciclo electoral.

Desafortunadamente con la trifecta puede surgir la tendencia en la que el debate legítimo llegue a su fin. Un partido e incluso un líder, pasado o presente, llega a dominar el discurso político. Y lo que bien puede comenzar como un deseo genuino de implementar un cambio positivo para la sociedad en su conjunto, evoluciona hacia lo que los estadounidenses llaman “my way or the highway” (a mi modo o a la calle).  

En estas condiciones ya no importa lo que diga la oposición, ya que un solo grupo o movimiento controla todos los elementos clave del poder.

En el peor de los casos surgen dos opciones para las figuras de la oposición: mantenerse dentro de los límites prescritos o ser eliminados del diálogo. Esto podría comenzar con su exclusión de los medios convencionales y el desprecio o descredito en la prensa principal.

Dependiendo del país, la escalada para un crítico del partido en el poder incluso podría extenderse a la censura en las redes sociales, la acusación de haber cometido un delito, la persecución directa e incluso ser forzado al exilio o peor aún, “caer de una ventana” o sufrir cualquier tipo de “accidente” como sucede en algunos países autoritarios… al menos esto sigue siendo una perspectiva distante.

Eventualmente, el partido con una trifecta puede olvidar por qué existe. Sus programas se vuelven menos sobre defender los derechos humanos, la prosperidad económica y la seguridad nacional, y más sobre cómo consolidar el poder en el próximo ciclo electoral.

Con la trifecta, ciertamente tiene las herramientas para hacer esto, especialmente si el liderazgo de los mandos militares, las instancias clave de aplicación de la ley, los tribunales y una mayoría de legisladores están de su lado. Lenta pero seguramente, el mantenimiento y la expansión del poder en todos los niveles del gobierno se convierten no solo en un objetivo a corto plazo sino perpetuo.

Así, la democracia llega a derrotarse a sí misma, comenzando con buenas intenciones y creencias genuinas, y terminando en una democracia que ya no es reconocible como tal.

Abraham Lincoln siempre creyó que su gabinete debería incluir funcionarios que no siempre estuvieran de acuerdo con él. Incluso eligió a un Secretario de Estado que se había opuesto amargamente a él en las elecciones de 1860, en vísperas de la Guerra Civil Americana.

Todo gobierno requiere de voces diversas y no de abyectos complacientes.  Lo que más necesita ahora la democracia es escuchar voces de todos los lados.

La discusión que resulte en un compromiso, en lugar del gobierno por mandato simplemente “porque podemos”, debe ser la base para la toma de decisiones.

Por su parte, el bando contrario, perdedor en una elección tampoco puede simplemente “oponerse por oponerse”, sino que debe tener una plataforma coherente para promover y buscar un papel positivo en el interés público.

La democracia debe temer a la “trifecta”. Si un partido logra alcanzarla, debe usar su considerable poder con humildad y cautela, y siempre con una mano extendida en paz a quienes no comparten sus puntos de vista.

El autor es Doctor por la Universidad de Columbia, Estados Unidos, consultor, conferencista y experto en política internacional y asuntos globales, actualmente Director del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey.

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