Monterrey

Sara Lozano: Anoche soñé con México

No fue una pesadilla, ni me desperté por la intensidad de un llanto o carcajada. Fue un despertar lento, una peregrinación cargada de angustia.

Todo el día fue amable. Hice ejercicio, ayudé a mi anfitrión – chef especialista en huevitos a la mexicana – a preparar el desayuno, en realidad solo lavé los platos que iba dejando detrás de su obra de arte.

La tarde la pasé con la familia elegida. Les conté mi aventura de perderme en la estación Tasqueña del tren ligero y encontrar el camino hasta su casa. De ahí pasamos a escuchar la travesía de los primos para conseguir las últimas granadas con las que aderezar chiles en nogada de la temporada.

Con el guacamole, chicharrón y sandía fresca en la mesa y cada quién con su copa en la mano, me preguntaron por Nuevo León. Y fue inevitable, dedicamos varias horas a despepitar la política local y nacional. Ni qué decir de la internacional.

Nada interesante en el regreso a casa, me dormí temprano y nada interrumpió mi sueño.

Este iba de una persona que se había enterado de una tragedia en la que la traicionaban, la agredían y a la vez –cosas de los sueños– se veía obligada a mostrar su inocencia. No sé bien por qué yo debía ayudarla. Toda la noche se me fue en descubrir esto.

Como en toda trama onírica saltaba de una imagen a otra, rostros, aromas, espacios casi siempre en exterior. Movimiento todo el tiempo debajo de un peso de color gris.

Quería acercarme a escucharla, pero la gente le habla todo el tiempo: que si el té tila debía tomarse con miel, que lo mejor era agarrar las riendas y enfrentársele de una vez, que no olvidara encomendarse a la Virgen Santísima de Guadalupe muy milagrosa, que más bien debería agarrar su maletas y largarse de aquí.

Observaba a esa bellísima víctima de rostros multicolores cargando un vacío enorme, parecería que si no la sostenían iba a derrumbarse, sin embargo, yo sabía, no iba vencerse solo tenía que encontrar la forma de ayudarla.

Nadie se daba cuenta que la resignación en su mirada no era por la derrota, se trataba más bien de la profunda resignacion al reconocer que no tenía otra opción más que dejar a un lado la esperanza y enfrentarse sin tapujos a la determinación de su ira.

Ella quería llorar, gritar su dolor, golpearle, desmembrarle. La turba a su alrededor no quería que pensara, mejor convencerla de hacer lo que era mejor para ellos, por ellos y con ellos.

En esta vorágine a mí no me dejaba entender qué había pasado, menos hablar con ella. Seguía las caravanas que la llevaban a todas partes, la cubrían de pieles y de consejos en las sierras, bajo el sol picante o la lluvia. Entre sequías, deslaves y remanentes de catástrofes naturales causadas por cosas artificiales.

No la dejaban hablar ni ella quería hacerlo, sabía lo que estaba por pasar, solo estaba recuperando el aliento y calculando el momento. Me dio miedo.

En el duermevela caí en cuenta de la lentitud con la que avanzábamos de un lado a otro y siempre en carrozas.

¿Por qué carrozas? Con la seguridad de la seminconsciencia supe que estaba soñando con México, esa protagonista, víctima bellísima, contenía las facciones de todas las etnias y estaba buscando justicia.

Después empezó la semana: el proceso electivo del Poder Judicial; la súper mayoría en los congresos, la reforma a la Guardia Nacional….

Sara Lozano

Sara Lozano

Colaboradora en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública y profesora en el Tec de Monterrey de Ciudadanía y Democracia. Integrante fundadora de Ellas ABP coordinadora de programas por la prevención de la violencia laboral y económica contra las mujeres.

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