Monterrey

Zidane Zeraoui: El que mucho se despide…

Una vieja y tradicional frase de lenguaje mexicano que dice: “el que mucho se despide, pocas ganas tiene de irse” hoy se vuelve quizá, el preludio del futuro que le depara al país.

Desde que se anunció el triunfo de Claudia Sheinbaum como presidente de México, muchas han sido las voces que han especulado respecto a lo que será su gestión.

Por una parte, están las visiones más pesimistas que no hacen sino ver en ella una persona totalmente bajo la tutela de Andrés Manuel López Obrador.

Por otro lado, están las voces de quienes no pierden la esperanza en verla como una presidente autónoma, libre, que marcará un rumbo propio, y que sabrá poner distancia respecto a su antecesor.

Si hoy tuviera que definir mi posición respecto a estas dos opciones, lo vivido en esta última semana particularmente en la toma de protesta de Claudia Sheinbaum lo mismo que en la presentación de sus 100 compromisos de gobierno, me hacen tener una visión más bien escéptica respecto a una futura administración con sello propio que haga de la primera mujer en el poder ejecutivo, una verdadera estadista.

Pocas por no decir ninguna de las transiciones de la historia reciente de nuestro país han mostrado tan grande protagonismo del presidente saliente como lo han sido las últimas semanas de Andrés Manuel López.

La tradición en las sucesiones durante el régimen priísta se caracterizaron por ser el momento en que el presidente saliente tenía que tomar las más rudas decisiones en aras de dejar “limpia la casa” para el nuevo inquilino.

Sin irnos demasiado atrás en el tiempo, durante las últimas cuatro transiciones, el presidente saliente lo hizo marcando sana distancia de los asuntos políticos e incluso limitando su presencia mediática.

Baste recordar la transición de Enrique Peña Nieto con Andrés Manuel, a quien incluso le cedió importantes espacios en las decisiones políticas, cuando aún no era investido con la banda presidencial.

En esta transición del 2024 hemos visto exactamente lo contrario. Andrés Manuel ejerció su poder hasta el último día de su administración, firmando y publicando reformas constitucionales, dando instrucciones directas y veladas a Claudia Sheinbaum en muchas de sus mañaneras, haciendo recorridos por varios estados de la República, incluido Sinaloa , como parte de la “gira del adiós”, al más puro estilo de un cantante popular. ¿Cuántos cantantes no han hecho su “gira del adiós” y han vuelto a los escenarios cuando, los aplausos y el clamor del público, empezaron a extrañar?

Andrés Manuel López anunció en repetidas ocasiones que una vez terminado su periodo presidencial se retiraría a su rancho, situación que parece estar lejos de cumplirse. AMLO no solamente se hizo grabar un video de despedida que inunda las redes, se hizo producir una canción que lo inmortaliza, y ha desplegado directa o indirectamente todo una campaña mercadológica en la que se inunda los mercados, plazas populares, y vía pública en general, de una gran cantidad de artículos con su imagen y sus frases: peluches, llaveros, tazas, gorras, camisetas, muñecos parlantes, son la expresión material para inmortalizar la megalomanía de Andrés Manuel.

Si alguien ha creído en el retiro de AMLO, yo dudo que este ocurrirá. Por cada ocasión en que Andrés Manuel ha dicho que es un demócrata, un defensor de la Constitución, un hombre de palabra, sus acciones han mostrado exactamente lo contrario, lo mismo sucede con sus anuncios de retirarse.

Como todo estratega demagogo, Andrés Manuel ha apuntalado y afianzado todos los mecanismos necesarios para seguir manejando los hilos del poder y ser una pesada sombra sobre los hombros de la nueva presidente.

No solamente seguirá dirigiendo los destinos de Morena con las recientes designaciones como las de Luisa M. Alcalde en la presidencia nacional y la de su propio hijo Andrés Manuel López Beltrán como Secretario de organización haciendo caso omiso a sus propias palabras en las que rechazaba el influyentismo y el nepotismo, sino además logró colocar en el “nuevo” gabinete de Sheinbaum a fieles seguidores del obradorismo, lo mismo en los liderazgo de las cámaras lo que seguramente se replicará en la “elección” para no decir, designación, de jueces ministros y magistrados lo que muestra con total claridad la forma en que se encuentra acotada la nueva presidente.

El mismo 1 de octubre fue el día para Andrés Manuel, los medios de comunicación se abarrotaron a la salida de su domicilio esperando su traslado hacia el palacio legislativo. Situación inédita en las transiciones pasadas.

Su traslado fue cubierto por todos los medios, lo mismo que su llegada a San Lázaro. Su entrada al recinto marcó la apoteosis del culto a su personalidad.

Los coros repetían una y otra vez “es un honor estar con Obrador” así como la búsqueda continua por lograr el selfie con el gran “Caudillo”, incluso Claudia Sheinbaum, ya investida como presidente, portando la banda presidencial dedicó alrededor de cinco minutos de su discurso de toma de posesión a Andrés Manuel, señalando sus logros, proezas, virtudes, equiparándolo con Lázaro Cárdenas y declarándolo el mejor presidente de México.

Lamentable que los primeros minutos de su discurso fueran dedicados al presidente saliente, con tal nivel de elogios y loas.

Aún más lamentable fue, que al final de su discurso, nuevamente en el recinto de San Lázaro timbraran sonoramente los coros que le hacen recordar a Claudia que el poder no está en la presidencia, sino en el líder del movimiento.

“Es un honor estar con Obrador”, le recuerda a la presidente ya en funciones que Andrés Manuel no se ha ido y que estará a su lado permanentemente a menos que ella decida ejercer el poder que las urnas le confirieron.

El autor es Doctor en Ciencia Política, especialista en política internacional y asuntos regionales y del Medio Oriente. Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

Advertising
Advertising