Monterrey

Eduardo Enrique Aguilar: Falsas soluciones, capitalismo social

En esta tercera entrega sobre falsas soluciones, es necesario hablar de una de las más desvergonzadas: el capitalismo social. No solo porque es un oxímoron —es decir, una combinación de palabras con sentido opuesto—, sino porque intenta vender la causa del problema como la solución. Nadie en su sano juicio propondría curar el cáncer con aquello que lo está causando.

Por eso, resulta impresionante la habilidad de quienes promueven esta corriente para embellecer el funcionamiento del capitalismo y oscurecer otros sistemas y lógicas económicas. Para lograrlo, omiten, ya sea por desconocimiento, ignorancia o incluso por estrategia, las lógicas propias del capital.

El capital es una relación social de crecimiento. Para ello, articula una serie de mecanismos como la producción, el mercado y el consumo. Esto significa que es posible producir, comercializar y consumir sin que necesariamente exista una “ganancia” de por medio.

De hecho, durante gran parte de la historia de la humanidad, esto fue lo habitual. Incluso, las grandes religiones monoteístas, como el islam o el cristianismo, han prohibido la lógica del lucro (recordemos que Cristo expulsó a los mercaderes del templo con un látigo en mano). Solo cuando el sistema capitalista se instala como dominante en todo el mundo, la lógica de crecimiento se vuelve “natural”.

Para establecerse como sistema dominante, el capitalismo ha destruido formas de vida con economías propias que no le eran afines. Diversos estudios históricos, antropológicos y sociológicos han documentado estos procesos.

Al implantarse, el aumento de los niveles de desigualdad, el conflicto social, las enfermedades y la destrucción del entorno se hacen evidentes. Es decir, existen pruebas empíricas de todas partes del mundo, y aun con todo esto, los promotores de esta ideología deciden omitirlas deliberadamente como si no existieran.

Sostienen que los problemas públicos deben ser resueltos por las empresas, no por el Estado, sin considerar siquiera los costos sociales que ello implica. Estas personas creen que los ricos deben resolver los problemas que nos afectan a todos, como la distribución de agua, alimentos, vivienda u otros bienes básicos bajo una lógica de rentabilidad. En otras palabras, consideran que estos bienes —que son derechos— solo deben distribuirse entre quienes puedan pagarlos.

Esto es un sinsentido, ya que partir de esta premisa generaría un incremento de la desigualdad sin precedentes. Las empresas, por muy “socialmente responsables” que sean, tienen como mandato obtener ganancias y ser rentables; su fin no es social. La privatización del agua, de la vivienda, del transporte y de otros bienes públicos ha resultado en encarecimiento, mal servicio y el descontento de un número cada vez mayor de personas.

Pensemos por un momento: ¿quiénes son estos empresarios para decidir sobre bienes de acceso público? Nadie lo sabe, porque nadie los conoce. Por supuesto, nadie los elige, y dado que no son funcionarios públicos, no están dispuestos a rendir cuentas a la ciudadanía. Por ello, aunque aumente el descontento popular, no pueden ser destituidos mientras su gestión empresarial continúe generando ganancias. El capitalismo social es profundamente antidemocrático.

Los problemas públicos deben resolverse mediante mecanismos distintos a los del mercado, no solo porque este es el dispositivo más ineficiente para la redistribución de bienes, sino porque, dentro de la lógica del lucro, impedirá que millones de personas accedan a lo más básico para tener una vida digna.

De nuevo, los promotores eligen ignorar la evidencia histórica que, por mencionar solo economista, Thomas Piketty ha demostrado: el capitalismo genera mayor desigualdad, y solo la intervención estatal, a través de impuestos altos, ha permitido reducir esa brecha mediante mecanismos de redistribución de la riqueza.

El último gran problema del capitalismo social que quiero destacar es el ocultamiento del impacto ambiental que genera. Como mencioné antes, la esencia de una empresa es el crecimiento —no existe ninguna empresa que aspire a ser cada vez más pequeña.

Esta lógica implica un crecimiento infinito, lo cual es insostenible en un planeta finito. Significa el colapso de los ciclos de regeneración del entorno, priorizando el crecimiento de la producción a costa de cualquier equilibrio natural.

De hecho, esto es lo que ya vivimos hoy en día, pero poner en marcha el capitalismo social implica potenciar este escenario, pues implica disminuir a la única entidad con el mandato de imponer límites a la destrucción del entorno —aunque lo hace de manera claramente laxa— es el Estado. No podemos simplemente proponer ni pretender que las empresas se hagan cargo de la vida social. Por ello, el capitalismo social es una falsa solución.

El autor es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Monterrey y cuenta con la distinción de Investigador Nacional (SNI Nivel 1-CONAHCYT).

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