Monterrey

Luz Araceli González: México-Estados Unidos, ¿una nueva era en la relación?

La realidad muestra que en política la cuestión de género queda subordinada a las prioridades de los grupos de poder, independientemente que estos sean encabezados por mujeres.

Las recientes elecciones en Estados Unidos generaron grandes expectativas en la opinión pública, particularmente de lado mexicano.

Muchas voces auguraban el triunfo de Kamala Harris, suponiendo que, en los tiempos actuales, estando de presidenta Claudia Sheinbaum y teniendo como su homóloga a otra mujer, podría haber un mejor entendimiento entre ambos gobiernos y en consecuencia un beneficio mayor para ambas naciones.

Pensar que gobiernos dirigidos por mujeres son más eficientes, con un enfoque mayor hacia los derechos humanos, con atención prioritaria a los grupos vulnerables, mayor respeto a las libertades individuales, así como una atención particular a los graves problemas es, a todas luces, un mito.

Las mujeres en la política no han demostrado ni ser mejores gobernantes, ni tener un desempeño más acorde a la visión idealizada que señala que las mujeres en el poder tendrían un enfoque distinto al llamado patriarcado machista.

La historia nos demuestra que los gobiernos de Margaret Thatcher, en Inglaterra, de Golda Meir, en Israel, de la propia Indira Gandhi, en la India, o de Angela Merkel, en Alemania, así como en Latinoamérica con Cristina Kirchner en Argentina o en Chile Michelle Bachelet, por solo mencionar algunos, no han sido sustancialmente distintos, ni menos belicosos que los gobiernos encabezados por hombres. La realidad muestra que en política la cuestión de género queda subordinada a las prioridades de los grupos de poder, independientemente que estos sean encabezados por mujeres.

Otro gran mito en la relación México-Estados Unidos es que, con un gobierno demócrata, en caso de que Kamala Harris hubiese ganado, este iba a ser más humanitario en temas como la atención a los migrantes, así como de las población de indocumentados en el territorio estadounidense. Baste a recordar que justamente los gobiernos demócratas, como el de Bill Clinton, o el de Barack Obama, han sido los más severos en este rubro, y no hay razones para pensar que con Kamala hubiera sido diferente.

Lo cierto es que el triunfo de Donald Trump ha generado una oleada de opiniones que anticipan un deterioro en la relación que afectará gravemente a México.

Las amenazas de Trump, respecto a la posibilidad de un aumento en los aranceles a los productos mexicanos, particularmente del sector automotriz, así como su ofensiva contra los grupos delincuenciales y los carteles de la droga que operan en territorio mexicano formaron parte de un discurso muy agresivo hacia México, que fue más un elemento de su campaña electoral del que ahora claramente vemos sus frutos con su contundente triunfo.

Donald Trump logró llegar a los oídos de un sector muy importante de votantes quienes se han visto afectados en su calidad de vida y en sus ingresos por las políticas implementadas en la administración de Joe Biden, quien estuvo más atento a apoyar las escaramuzas belicosas de Zelenski, en su guerra con Rusia, así como a Netanyahu en Israel.

Demócratas o Republicanos dirigiendo la política estadounidense, no son sino dos lados de una misma moneda que cambian en las formas más no en el fondo de los temas medulares. El interés nacional estadounidense va más allá de discursos electorales y de posiciones partidistas.

Es claro que México, en su relación bilateral con Estados Unidos, no la tiene fácil, sin embargo las dificultades que deberá de enfrentar el gobierno de Claudia Sheinbaum no derivarán del triunfo de los republicanos, sino del proyecto político que implemente el gobierno del segundo piso de la 4T así como de las acciones concretas que se lleven a cabo respecto a los temas cruciales que están en la mira de Washington, entre los que destacan: el comercio, la migración y la seguridad particularmente la relativa a la actividad de los grupos criminales que operan en territorio mexicano.

Es momento de hacer a un lado los discursos de propaganda electoral, así como las declaraciones de poner en pausa la relación, lo mismo que las amenazas de uno y otro gobierno.

Tampoco es momento de señalar posibles represalias contra el gobierno estadounidense, tal y como las declaró recientemente el secretario de economía Marcelo Ebrard.

A México le apremia establecer políticas de Estado que velen por el interés nacional y que consoliden una sólida relación con nuestro principal socio comercial, toda vez que la relación si bien es de una gran interdependencia, aún se mantiene una asimetría en la que México sería el mayor afectado, en caso de continuar con una política ideologizada.

La autora es Doctora en Relaciones Internacionales, especialista en Asuntos Globales y Política Internacional. Profesora investigadora de la Escuela de Gobierno y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey.

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