Hace unos días, un empresario me comentó que un (pseudo) “asesor” de empresas familiares había dicho que el término profesionalización era ofensivo para los propietarios y que en su lugar debíamos usar la palabra institucionalización. Aunque nuestra conversación terminó con un “se dice el pecado, no el pecador”, quiero aprovechar esta columna para compartir con amigos empresarios y colegas consultores de familias empresarias la esencia de lo que hacemos.
Que quede claro, cuando como consultores hablamos de profesionalizar, no nos referimos a que los dueños del negocio no sean “profesionales” en la actividad u oficio que realizan—es decir, a que no tengan la capacidad o competencia requerida para hacer lo que hacen. No hay nadie más experto en hacer que su empresa produzca y en visualizar los retos del crecimiento a futuro, que los dueñ@s. [Si no, no nos contratarían].
Los consultores expertos en empresa familiar sabemos que nosotros no profesionalizamos la forma de hacer negocios de los propietarios (no les enseñamos ni a emprender ni a cómo operar). Lo que profesionalizamos y les enseñamos a gestionar de forma productiva son las relaciones de la familia empresaria en el negocio. Es decir, la forma de tratarse e interactuar en la empresa; la manera de tomar decisiones de negocio siendo familia.
En consecuencia, aquél que dice que el término profesionalización supone una falta de respeto hacia los propietarios y que debiera intercambiarse por “institucionalización” no tiene claro su significado… Y tampoco el orden. NO se puede institucionalizar un negocio de forma saludable—con mínimo conflicto, sin primero profesionalizar la dinámica familiar (relaciones) en la empresa. Es como querer construir una casa, sin tener los cimientos.
Y es que, de poco servirá la institucionalización en la empresa familiar y en los órganos de gobierno como el consejo de administración o el propio consejo de familia, si no nos valoramos y respetamos como hermanos y socios (pasamos por encima del otro), si “buscamos el hueco” en los procesos, reglamentos y estatutos para abusar del poder conferido; si ignoramos los canales de comunicación e información existentes; si no nos formamos, informamos, damos y exigimos profesionalismo en la forma de actuar e interactuar; o si tomamos decisiones pensando en el bien individual y no en el bien común (empresa).
No se puede caminar, sin antes gatear. Para poder institucionalizar un negocio, primero hay que profesionalizarlo—hay que definir, practicar y aprender cómo se regularán las relaciones personales (afectivas), económicas y profesionales de la familia en el negocio. ¿Para qué? Para evitar posibles conflictos familiares, sentimentalismos y decisiones empresariales precipitadas, imprudentes o temerarias. Ningún órgano de gobierno o proceso de institucionalización podrá “parar” a los dueños si estos están decididos a causar problemas, a traicionar la confianza y la ética o a iniciar batallas legales.
El éxito de la empresa familiar se mide por el grado de profesionalización que la familia empresaria logra y demuestra en sus relaciones (dinámica) y en la toma de decisiones conjunta dentro del negocio. La institucionalización es una consecuencia.
En resumen: NO se puede institucionalizar un negocio sin primero profesionalizar las relaciones de la familia en la empresa. Ahora que, si queremos cambiarle el nombre por llamar la atención, por quedar bien con los empresarios o simplemente por moda, ese es otro tema… Para mí, al pan, pan, y al vino, vino. ¿Así o más claro?
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