Monterrey

Ideas, proyectos, rentabilidad, y prioridades sociales

Atrás ha quedado la etapa de campañas para las elecciones, y, por tanto, atrás también debería quedar la costumbre de querer transformar ideas expuestas en diversos auditorios en proyectos prioritarios sociales para la siguiente administración

Una de las primeras enseñanzas de la ciencia económica, y que hace de esta profesión una de las más reconocidas "arruinadoras de fiestas" en cualquier conversación casual o entre especialistas, es que todo tiene un costo. Esa famosa frase, alguna vez atribuida a Milton Friedman (Premio Nobel, 1979), la cual establece que "no existe tal cosa como un lonche gratis", o que detrás de toda acción o decisión hay al menos un costo por realizarla, debe sin duda un compás que habrá de servir para guiar la trayectoria de nuestras finanzas públicas en los próximos años.

Atrás ha quedado la etapa de campañas para las elecciones, y, por tanto, atrás también debería quedar la costumbre de querer transformar ideas expuestas en diversos auditorios en proyectos prioritarios sociales para la siguiente administración. En otras palabras, es momento de comenzar a concretar un proyecto de finanzas públicas que habrá de regir el marco de funcionamiento del gobierno entrante bajo la dirección del virtual presidente electo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sabiendo identificar las áreas prioritarias de acción, y reconociendo que es imposible hacer todo simultáneamente.

Los matices del equipo de AMLO van de la excelencia y reconocida trayectoria académica en su equipo económico, a la actualmente muy cuestionada designación con tintes altamente políticos de directivos en campos clave para el desarrollo del país en el corto plazo, particularmente en el sector energético representado por PEMEX y CFE.

El problema es que, no obstante, la seriedad con que se han expresado las futuras autoridades financieras federales, el virtual presidente electo sigue planteando ideas que en principio pudieran tener buenas intenciones, pero cuya implementación final debe ser evaluada bajo el más estricto escrutinio de su rentabilidad social, y posterior lugar dentro de la lista de prioridades de ejecución dadas las restricciones presupuestales con las que cuenta el gobierno.

Comencemos por proponer la diferencia entre una idea y un proyecto: mientras que la primera constituye en abstracto un objetivo determinado planteando algunas de las fortalezas y los obstáculos que se habrán de encontrar en el camino para su ejecución, un proyecto define específicamente los costos, beneficios, riesgos, y rentabilidad (económica, financiera, y social) asociados a la implementación de la idea concretizada en un programa de trabajo.

Y desafortunadamente, a semanas de una elección cuya alta participación y votación relativa ha legitimado al gobierno entrante dotándolo de un increíble acervo de capital social, el debate público sigue promoviendo ideas sin concretar en proyectos, ya no digamos en definición de prioridades.

Así, ideas como la descentralización de múltiples dependencias del gobierno federal redireccionándolas en diversos estados en paralelo al recorte draconiano en salarios del personal de confianza, la construcción de nuevas refinerías petroleras, becas para estudiantes, el congelamiento en los precios de la gasolina, y el combate a la corrupción siguen siendo para muchos ideas (algunas de ellas con buenas intenciones) pero que aún distan mucho de ser proyectos que hayan sido evaluados profesionalmente, y que cuenten con una métrica de rentabilidad que les permita ordenarlas en términos de la prioridad que ejercerán en el limitado presupuesto federal con el que se contará.

Así, la idea detrás del "no hay nada gratis" es que para obtener una cosa que nos gusta, generalmente tenemos que renunciar a otra cosa que también nos gusta. Tomar decisiones requiere cambiar un objetivo por otro al cual renunciamos. Para nuestro gobierno entrante, pronto deberá ser el momento de comenzar a cerrar el paso a la lluvia de ideas para dar paso a concretar la evaluación de los proyectos, medir la rentabilidad social de cada uno de esos proyectos, y entonces, definir las prioridades de su ejecución, aunque esto generé descontento o desilusión en algunos de los grupos sociales que apoyaron su movimiento. Esto necesariamente implica renunciar a aquellos proyectos que, no obstante, pudieran ser buenas ideas y rentables socialmente, no se pueden ejecutar por una simple razón: no hay recursos suficientes, y generarlos implicaría un nuevo debate entre la eterna disyuntiva de la reforma a la miscelánea fiscal o el incremento de deuda pública, porqué si en algo estamos de acuerdo es que con la tentación de la inflación no se juega. Y eso lo tenemos todos claro.

El autor tiene doctorado en Economía en la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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