La pandemia es un evento altamente impredecible, tanto en su manifestación, como duración. Una de las más estudiadas ha sido la de la influenza española de 1918-19 y más recientemente, la de la influenza porcina H1N1 2009-2010. Ambas significaron la enfermedad y pérdida de la vida para amplios grupos poblacionales.
Los costos implícitos derivados de una pandemia tienen un amplio espectro, perder a un ser querido significa un altísimo costo emocional, difícilmente mesurable. Por su parte, aquello más cercano a una posible medición es el bienestar puramente económico.
Prominentes autores han estudiado los efectos en el bienestar económico producidos por eventos catastróficos, algunos lo han hecho vía análisis de costo y beneficio, otros por el efecto en el ingreso nacional u otras variables macroeconómicas. Sea cual sea el método, estará sujeto a importantes supuestos y error, ya que cada crisis tiene variantes que la hacen única.
En un estudio publicado en julio de 2019 por la oficina nacional de investigación económica (NBER, por sus siglas en inglés) Martin y Pindyck miden el costo en bienestar derivado de una catástrofe, mediante la estimación de la cantidad máxima que la sociedad estaría dispuesta a pagar hoy y en el futuro, para eliminar la amenaza que ésta constituye. Las dimensiones consideradas por estos autores incluyen dos elementos, el impacto en consumo y el valor implícito en la pérdida de vidas humanas, aproximado este último a través del denominado valor estadístico de una vida.
En el estimado de su modelo para 2018 en EE.UU., Martin y Pindyck aproximan una cantidad máxima equivalente al 10 por ciento del consumo agregado de aquel país, es decir aproximadamente un billón de dólares, casi el cinco por ciento de su ingreso nacional.
Fan, Jamison y Summers en 2016, estiman los costos asociados a una posible pandemia de influenza, consideran el impacto en el ingreso nacional bruto y el costo equivalente a la pérdida de vidas, comparando entre escenarios que van desde poco severos hasta muy severos, estos últimos que significarían para el mundo la pérdida de siete millones de vidas humanas. El rango de pérdida de ingreso va del 0.4 al 5 por ciento. En la medida que la pandemia sea más severa el costo por vidas perdidas aumenta su proporción en el costo económico total y la proporción correspondiente a la caída de ingreso se reduce, llegando en el caso extremo a representar apenas el cinco por ciento del costo económico total del evento, dejando así el 95 restante al costo por vidas perdidas.
Estas cifras dan idea de las cantidades que la sociedad podría dedicar a infraestructura para enfrentar las denominadas catástrofes genéricas, dentro de las cuales, las pandemias serían un tipo. Fondos contra desastres naturales, recursos destinados a institutos de investigación en materia de salud y combate a nuevas enfermedades, fondos federales de rápida distribución para mantener el nivel de consumo e inversión, creación de protocolos de operación institucional y la disposición de los recursos humanos y financieros necesarios para llevarlos a cabo en cada caso, recursos para rescates financieros, entre otros en una gran lista.
La necesidad de recursos públicos para paliar los efectos de la pandemia que estamos viviendo en México y en el mundo es notable, por su parte, las finanzas públicas en buena parte del orbe están lejos de su mejor momento. Al tiempo que se requieren nuevos fondos, las autoridades monetarias reducen las tasas objetivo de la tasa de interés interbancaria, para atenuar la caída en la demanda agregada. Una vez más queda clara la imperiosa necesidad de aumentar la recaudación en tiempos apacibles y la denominada moralidad fiscal en todo momento, para tener una mayor esperanza de vivir las emergencias actuales y venideras de manera tal que el golpe en el bienestar económico sea menor.
Como en otros renglones del quehacer público, el esfuerzo que demandará a la sociedad mexicana el enfrentar la pandemia del COVID-19 podría sobrepasar las energías públicas ahora disponibles, la solidaridad entre las organizaciones de la sociedad civil y de cada uno de nosotros con los demás, será muy valiosa y seguramente, la vía más factible para salir adelante con el menor costo social posible.
El autor es economista del Tecnológico de Monterrey, con Maestría en Economía y Doctorado en Ciencias Sociales de la UANL. Actualmente es Profesor Investigador del Departamento de Economía, Miembro del SNI, nivel 1.
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