Las últimas semanas han sido terribles para la comunidad científica mexicana. Documentar y comunicar lo sucedido debe ser al menos uno de los compromisos de quienes decidimos dedicar el ejercicio de nuestra profesión a esta área tan dañada en estos momentos críticos en donde el papel de la ciencia se vuelve fundamental en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
En esta nota reflexionaremos sobre cuatro noticias que visten de negro a la comunidad, pero que muestran la importancia de ésta ante la complicada situación económica y social que enfrentamos.
Primero, la confirmación de diversos estudios publicados a nivel internacional que muestran a México como el país con mayor incidencia mortal de personal médico a nivel mundial: una catástrofe imposible de justificar.
De acuerdo con un reporte de Amnistía Internacional al mes de agosto, de los casi siete mil profesionales de la salud en el mundo que han perdido la vida por el Covid-19, al menos mil 320 se registraron en México.
La tragedia es aun mayor si se considera que tal y como también publica en su estudio Amnistía Internacional, el personal sanitario infectado en México de Covid-19 roza ya los 100 mil profesionales, según la propia Secretaría de Salud: esto es, una de cada ocho casos registrados de manera oficial es una persona vinculada a la prestación de servicios médicos. Siendo las áreas de la salud una de las disciplinas que requieren mayores sacrificios en su desempeño, funcionamiento y aprendizaje, esta información constituye una verdadera tragedia, pues cada pérdida representa una batalla perdida contra el virus de quienes representan nuestra principal línea de defensa contra este mal.
Segundo, la muy publicada desaparición de 109 fideicomisos federales en áreas vinculadas a ciencias, artes, humanidades, salud, y protección contra de desastres naturales representa en sí mismo, una enorme derrota para nuestro país en estos rubros.
Para ubicarnos, los fideicomisos, en particular los asociados a instituciones educativas, representaban el ahorro y la administración de años de recursos de estos organismos de educación e investigación de excelencia, buscando que su funcionamiento multianual no dependiera del ciclo político o económico del país.
Al eliminar estos fideicomisos, y pasar de nuevo a manos del gobierno federal con negociaciones anualizadas, institutos como el CIDE, el COLMEX, el Instituto Mora, y el CINVESTAV pierden una parte importante de su autonomía administrativa poniendo en riesgo la continuidad de proyectos de investigadores y de acceso a becas a sus alumnos. Tristemente, esta noticia se da en el contexto del 80 aniversario del COLMEX (mi segunda alma mater) quien para muchos ha representado una alternativa educativa de excelencia en las ciencias sociales, desde su fundación a manos de dos de los más grandes humanistas mexicanos: Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas.
La tercera noticia vinculada al tema de esta columna es la reciente publicación del nuevo reglamento del Sistema Nacional de Investigadores, que una vez más modifica su contenido y reglas sin aviso ni consulta previa o aviso a sus miembros.
A lo anterior se suma la desaparición del área biomédica como parte de sus áreas científicas, además de reglas más estrictas en la revisión de las distinciones y la desaparición de las becas complementarias a instituciones privadas.
Todo lo anterior representa, otra vez, un mensaje de distancia entre la comunidad académica dedicada a la ciencia e investigación, y las autoridades dedicadas a promoverla a nivel nacional.
En un país donde la inversión en tecnología es baja, por no decir casi nula, y que muchos de los proyectos de investigación dependen del apoyo recibido a través de becas y complementos al salario de profesores investigadores universitarios quienes ven en estos fondos la única manera de recibir un salario que compense su trabajo y nivel de preparación, el buen funcionamiento del SNI es una condición necesaria para garantizar continuidad en la ciencia y en sus distintos ámbitos.
Finalmente, la muerte esta semana del premio nobel en química mexicano Mario Molina, quien fungía como una figura de autoridad moral en la comunidad académica, y como voz y mediador de los científicos ante las autoridades gubernamentales, representa una enorme perdida para toda la comunidad.
Su trabajo como uno de los descubridores de las causas del agujero de ozono antártico, y su ejemplo de trascendencia en el mundo con ideas y trabajo científico multidisciplinario quedarán en la memoria de quienes cuando jóvenes crecimos inspirados por sus logros y soñando con realizar una contribución importante al progreso y entendimiento de la humanidad, usando el conocimiento como herramienta de transformación social.
En estos momentos en que la humanidad globalmente pelea una de sus batallas históricas más complicadas desde todos sus distintos frentes (económico, sanitario, político y social) una comunidad científica comprometida y unida, con trabajos que robustezcan su participación y propuestas en la política pública, son condiciones necesarias para combatir la obscuridad de los prejuicios y de la ignorancia.
Ahora, más que nunca, es necesario señalar el grave error que presupone pensar que la educación y la ciencia son "bienes exclusivos" al servicio de los ricos, y demostrar desde el ejemplo que el ejercicio de la labor científica es un pilar en el funcionamiento y desarrollo de nuestra sociedad. Porque, como señalan los lemas de dos de mis almas mater, la ciencia al servicio de la sociedad es la fuerza que "alienta la flama de la verdad" permitiendo que "el conocimiento crezca de más a más, y así se enriquezca la vida humana".
- Agradezco a El Financiero – Bloomberg en Monterrey por estos primeros cinco años de haberme abierto este espacio para compartir ideas y opiniones desde mi trabajo académico como economista en la UANL. El capital humano adquirido en esta desafiante experiencia comunicativa es gratificante y enriquecedor en todos los aspectos, y por su naturaleza, lo llevo conmigo a todas partes. Espero con mi trabajo seguir aportando al prestigio editorial de este proyecto periodístico.
El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL.
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