Con el reciente banderazo al Tratado entre México, Estados Unidos de Norteamérica y Canadá (T-MEC), inicia formalmente una nueva era en el entorno regulatorio al comercio en la región.
En lo que concierne a las externalidades al intercambio comercial, el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) entró en vigor en medio de la turbulencia política provocada por la aparición paralela del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y una subsecuente crisis económica desencadenada en diciembre de ese mismo año, entre otros sucesos políticos.
Estos acontecimientos distorsionaron transitoriamente la perspectiva colectiva en torno al impacto inmediato que tuvo dicho acuerdo comercial en la economía mexicana. Por un lado, es irrefutable que los sucesos políticos y económicos que se suscitaron en 1994, mermaron la confianza de los inversionistas extranjeros en la economía mexicana. Sin embargo, la devaluación de nuestra moneda provocada por la crisis económica, apuntaló la competitividad del sector manufacturero de exportación.
A 26 años de vigencia, y a pesar de las voces detractoras que en su momento descalificaron el TLCAN (incluyendo entre ellas a los Presidentes Trump y López Obrador), el T-MEC pretende extender el innegable éxito comercial de su antecesor.
No obstante, al igual que ocurrió en 1994, la pandemia Covid-19, la caída en el precio del petróleo y las magras perspectivas económicas globales nos impedirán cuantificar de manera inmediata los beneficios económicos que traerá el T-MEC.
A esto, habría que agregarle que este nuevo tratado no tendrá un impacto mayor en las condiciones de trato arancelario preferencial, ya que dichas barreras son prácticamente inexistentes desde hace años.
Es por ello, que el éxito del T-MEC sin duda dependerá de la habilidad que se tenga como región para sortear nuestras diferencias comerciales y complementarnos como cadena de suministro, potenciando nuestras fortalezas respectivas.
En lo que respecta a la industria de manufactura de exportación, existen dos factores que representan oportunidades: 1) una reciente devaluación de nuestra moneda respecto al dólar estadounidense (actualmente oscila entre un 20 y un 25 por ciento pero algunos analistas proyectan que podría ampliarse a finales de 2020) que presenta un escenario fértil para el inversionista internacional y para las empresas nacionales que exportan y b) la inestabilidad de las relaciones comerciales entre los Estados Unidos de Norteamérica y China, privilegiando la posibilidad de reubicar operaciones de manufactura a México, con el objeto de guardar "sana distancia" con el mercado de consumo.
Sin embargo, se vislumbran también algunos riesgos en este nuevo entorno comercial. Por un lado, será importante que las empresas manufactureras (particularmente las proveedoras de la industria automotriz terminal) adapten sus procesos y contenidos para adecuarse a las nuevas reglas de origen, incluyendo las relacionadas con el valor de contenido regional (y en el caso de la industria automotriz, el contenido laboral).
De igual manera, será importante monitorear el resultado de las negociaciones de la Asociación Nacional de Zonas de Libre Comercio (NAFTZ por sus siglas en inglés) respecto a la posibilidad latente de que las Zonas Libres de Comercio (Free Trade Zones o FTZ) en los Estados Unidos de Norteamérica puedan aplicar el principio de tarifa invertida para insumos no originarios de la región, situación que estaba prohibida en el TLCAN. Dicha posibilidad daría una ventaja a las FTZ que actualmente no esta prevista para las empresas maquiladoras o manufactureras en México, que afectaría la justificación de llevar a cabo ciertos procesos de ensamble y manufactura en México.
Pero sin duda, un elemento primordial para el éxito continuado del acuerdo comercial de la región de Norteamérica será la confianza que pueda brindar el Gobierno de México es la confianza al sector exportador en la gestión de gobierno y en la certeza que pueda brindarse respecto a su tratamiento fiscal y operacional.
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