La logística bien. A pesar de ser una larga fila avanzamos todo el tiempo, las paradas fueron para preguntar si ya podíamos formarnos porque todavía era temprano y si estábamos en la fila correcta. Íbamos con la mente abierta para ejercitar la paciencia a la que obligan casi todos los trámites gubernamentales. La gente de chaleco nos dijo que sí a todo, después nos detuvo para asegurarse que mis viejones traían sus folios de vacunación. Sí. Otra más para pedirles que tuvieran a la mano su identificación. De tanto en tanto había un alto y algún vehículo salía de la fila, algunos para ir la papelería que les faltaba y otros que querían vacunarse en San Pedro sin residir aquí.
Rodeamos medio parque Rufino Tamayo, más de 50 carros delante de nosotros, y no tuvimos oportunidad ni de sacar el celular porque no dejábamos de avanzar. Antes de entrar al amplio estacionamiento alguien de chaleco verificó la correspondencia de folios e identificaciones; colocó un tarjetón en el parabrisas indicando que iban dos personas a vacunarse. Encontramos más de diez carriles y otro tanto de chalecos que nos guiaban para acceder al más despejado. Pasamos al primer toldo, dos personas con otro color de chaleco se acercaron para registrar al mismo tiempo fecha de nacimiento, folio, INE, teléfono. Les entregaron sus recibos y les pidieron que los guardaran bien porque con eso recibirían la siguiente dosis.
Mi papá se peleaba con la camisa y la camiseta para despejar el brazo en el que le iban a vacunar. Le pidieron que no lo hiciera, el sol estaba radiante, pero el aire estaba fresco y no querían que se resfriara. Pasamos al siguiente toldo. Dos mujeres del personal médico, sin chaleco, les hicieron una breve entrevista, les pidieron despejar el brazo que menos utilizaban, les respondieron todas sus dudas y les tranquilizaron porque la aguja era delgada; mientras, otro chaleco anotaba en el vidrio posterior la hora en la que estaban siendo inyectados y la hora para los 20 minutos "en observación".
Más chalecos nos indicaron el lugar adecuado para estacionarnos, así les vigilaría el personal médico. Había música, mimos y acróbatas que a cada contacto visual les aplaudían o les daban "like" con la mano. Puntualmente un médico les preguntó cómo se sentían, les dio las indicaciones para las próximas 48 horas y los cuidados en tanto recibían la siguiente dosis. Les felicitó y les agradeció. Al arrancar el resto de la gente del chaleco les saludaba con la mano, aplaudían y vitoreaban.
Había autoridades a nivel federal, estatal y municipal, hablaban con la gente, nada oí sobre las elecciones. Política elegante. En menos de 40 minutos terminamos un proceso recargado de amabilidad, comprensión y paciencia. La vacuna fue lo de menos, tampoco importó el color del chaleco, todo el equipo estaba muy dedicado primero a tranquilizarles, después a felicitarles y agradecerles.
Nadie se dio a la tarea de hacer valer si el chaleco pertenecía al voluntariado, al gobierno federal, estatal o municipal. Fue el esfuerzo del Estado para acompañar a la ciudadanía vulnerable y lo hizo con amabilidad y dignidad; fue un solo gobierno enfocado en que las cosas salieran bien sin importar las preferencias electorales aun en tiempos de campañas.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.