Monterrey

Sara Lozano: ¿Qué hacer con la violencia?

Aún cuando parezca imposible mantener el ánimo en alto, a nadie se puede lastimar.

A veces parece imposible mantener el ánimo en alto con una pandemia, un huracán, un debate sobre cómo coexistir con osos negros, un temblor y una serie de negligencias ambientales que se cometen todos los días, no sólo en Cadereyta; de una liga de fútbol que no agarra sabor, de muchos cumpleaños felices vía zoom y cada vez más condolencias por Facebook.

No se necesitan ver las noticias para estar al borde la rabia, la depresión o la angustia. La falta de ingresos, la reactivación económica que apenas se vislumbra en el mediano plazo, la abulia de muchos funcionarios públicos que, cobrando sus sueldos, no tienen la sensibilidad de dar respuesta, guía, ni para qué pedirles una solución.

Las provocaciones y reacciones agresivas están a flor de piel. Además de la violencia que ya existía se suma el miedo a un bicho invisible y cruel, la prolongación de un encierro que empezó anunciándose por quincenas, la frustración de cualquier tipo de planes. Son golpes de timón que da vida, sólo que en este caso fueron a dar contra pared, una espera que se ha consumido casi toda la esperanza.

Y hay quienes viajan y suben sus fotos a redes sociales, enoja su imprudencia, su irresponsabilidad, y también se envidia la ligereza con la que cargan su angustia. Hay quienes siguen creyendo que nada les va a pasar, hay quienes saben de todos los riesgos y aún así tienen que salir a trabajar, porque lo que había se acaba y lo que se tiene ya no va a alcanzar. Enojan las condiciones en las que está el sistema de salud, enoja que se pasen el día echando culpas de qué administración lo hizo más mal, enojan los medios amarillistas que lucran con el sufrimiento de tantas víctimas que tenemos esta semana en Nuevo León.

En casa se puede hablar del enojo, anticipar a las personas queridas que este día la alegría ya no da para más, poner ese tipo de música alegre que sirva como disque a la violencia y cantar con furia para calmar a la fiera y bailar. Se puede hablar de los motivos del enojo, pero se corre el riesgo que estos crezcan; se puede brincar la cuerda o cualquier tipo de ejercicio para sacudirse la inactividad. Sobre todo, evitar la ociosidad, madre de todos los vicios decía mi abuela; la ociosidad, laboratorio del diablo, decía mi querido Don Juan Villanueva.

También se vale denunciar, si se puede dialogar con el agresor, dejárselo claro, poner un alto a tiempo. Y si ya no es posible, buscar ayuda a la brevedad, el enojo que no se sabe canalizar está tomando más víctimas, crecen por miles, y las agresiones día a día suben de intensidad. Y algo más, el rigor necesario para reconocer si uno mismo es el agresor que se debe denunciar.

Se vale estar enojado, pero nunca violentar a alguien. No es justificación que dure tanto la mala racha, aunque duela lo duro y lo tupido de esta situación, aunque parezca imposible encontrar una solución. Aún cuando parezca imposible mantener el ánimo en alto, a nadie se puede lastimar.

La autora es Consejera Electoral en el estado de Nuevo León y promotora del cambio cultural a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad única de quien la firma y no hay que hacer que la postura editorial de El Financiero.

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