El pasado 6 de febrero, el último domingo, Isabel II se convirtió en la monarca más longeva en el trono del Reino Unido de Gran Bretaña. 70 años de haber ascendido al trono inglés, inmediatamente después de la muerte de su padre, el Rey Jorge VI.
Los monarcas británicos, como en muchas otras monarquías, ascienden al trono a la muerte de su antecesor, de forma automática y sin mediar mayor ceremonia o protocolo. La coronación de un monarca sucede según la historia, meses o hasta un año después de haber ascendido al trono. Ese fue el caso de Isabel II, viajaba por África, en un gira oficial por Kenia y Tanzania en 1952, cuando su padre falleció de cáncer pulmonar en la misma residencia familiar en la que Isabel II, celebró en privado hace dos días, sus 70 años en el trono: Sandringham. Isabel fue coronada en junio de 1953, un año después de convertirse en monarca y de suceder a su padre.
Su Majestad la Reina goza de un amplio respaldo ciudadano. Las últimas encuestas le otorgan cifras superiores a 70%, que difieren, del respaldo general a la monarquía, que registra por estos días 60% de aprobación.
Los Windsor del siglo XX, y antes no podría ser de otra forma puesto que la familia real británica llevaba otro apellido, se han caracterizado por la resiliencia.
En el siglo XIX la reina Victoria quien ocupó el trono por 63 años y es tatarabuela de Isabel II, casó con el príncipe alemán Alberto de Sajonia y Coburgo, que otorgó justamente ese apellido a su descendencia, con permiso y regocijo de Victoria, quien lo veneraba.
De tal forma que Victoria (1938-1901) y Eduardo VII su hijo (1901-1910) llevaron el nombre de la noble casa alemana. Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, donde se enfrentaron Alemania e Inglaterra, además de Austria, Francia, Rusia y otros imperios de la época, la casa real británica tuvo la sensibilidad y el compromiso con el pueblo inglés, de cambiar su apellido a un nombre que tuviera mucho más sentido entre la ciudadanía: Windsor, nombre del poblado a las afueras de Londres que otorga el mismo nombre al famoso Castillo propiedad de la familia. La decisión por decreto real para el cambio de nombre de la dinastía, correspondió a Jorge V (1910-1935) nieto de Victoria y abuelo de Isabel II.
Hay muchos datos interesantes en ese momento de la historia, puesto que 3 de las cabezas coronadas -como se utilizaba en aquellos años- que se enfrentaron en la Primera Guerra (llamada por los ingleses La Gran Guerra) eran primos hermanos: el Rey Jorge V de Inglaterra, el Káiser Guillermo II de Alemania, y el Zar Nicolás II de Rusia. Tres imperios que chocaron y se desgarraron, dejando a un lado la cariñosa y fraternal correspondencia que los tres monarcas y primos intercambiaron durante al conflicto.
Los Windsor decíamos, son una dinastía que ha sabido enfrentar los temporales -que no han sido pocos- adaptarse a los tiempos y salir adelante con la dignidad dañada pero reestablecida al paso de los años.
Buena parte de esta estabilidad inamovible, de esa roca sólida que otorga consistencia, continuidad, sentido del deber y no poco sacrificio personal, se debe a Isabel II.
Isabel era una pequeña princesa nacida en 1926, del hermano del Príncipe de Gales. Su padre era el Duque de York, el equivalente hoy en día a una de las hijas del actual Duque del mismo título, el controversial y polémico Príncipe Andrés (sus hijas Eugenia y Beatriz).
El escándalo de la abdicación en 1936 de Eduardo VIII (tío de Isabel) para casarse con la socialité americana dos veces divorciada Wallis Simpson, produjo la imprevisible carambola de sentar a Jorge VI en el trono y convertir a Isabel en princesa heredera y futura monarca.
Ese cambio traumatizante en su niñez, es fundamental para entender la formación de su personalidad. Primero es el país, el servicio y compromiso con la corona y la patria, y después, todo lo demás. Así lo aprendió de su adorado padre, quien le transmitió ese profundo sentido del deber.
En su primer mensaje radiofónico siendo apenas una niña, expresó su convicción por entregar su vida al servicio del pueblo británico: Isabel ha cumplido con creces, y decíamos, no sin sacrificios.
Su madre, la Reina Isabel (reina consorte) apoyo fundamental para el breve reinado de Jorge VI (1936-1952) contribuyó significativamente para imprimir ese sello de responsabilidad y compromiso que Isabel II ha demostrado en 7 décadas como monarca.
En su comunicado de aniversario Isabel II emitió dos mensajes clave que disipan cualquier tipo de especulación: la sucederá, como señala la tradición y la línea sucesoria, su hijo primogénito, Carlos, Príncipe de Gales. Para quienes aseguraban, sin conocimiento profundo, que la corona pasaría a su nieto Guillermo, dejando a un lado a su hijo, ignoraron que la tradición es más poderosa que cualquier simpatía personal.
Y dos, segundo mensaje muy delicado y controversial “es mi sincero deseo que, cuando llegue el momento, su esposa Camila sea conocida como Reina Consorte, mientras continúa con su propio y leal servicio”.
Según encuestas, Camila sólo recibiría el apoyo del 16% de la población, para convertirse en reina consorte, es decir, esposa del Rey con título de Reina, cuando Carlos ascienda al trono. El recuerdo y la memoria de la Princesa Diana, su trágica muerte (1997) hace 25 años en un accidente automovilístico en Paris y la simpatía que el pueblo en general sentía por la princesa, hacen parecer difícil que Camila, actual esposa de Carlos y Duquesa Cornwall, pudiera ser reconocida como Reina Consorte. Según sondeos recientes, un amplio porcentaje la considera responsable del divorcio entre Carlos y Diana.
Isabel II celebrará su jubileo de platino durante 4 días de fiesta nacional en junio de este año, una marca histórica de 70 años de reinado, un hito de continuidad, resiliencia, estabilidad y entrega.