En auto, en tren, a pie o, hasta en una silla de oficina, cientos de miles de ucranianos están escapando de la guerra y tratando de llegar a países vecinos —Polonia, Rumania, Hungría, Moldavia y Eslovaquia— y más allá también.
El caótico éxodo —se calcula que medio millón de personas ya salieron de Ucrania desde que comenzó la invasión rusa— está siendo captado por los fotógrafos de la Associated Press (AP).
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que el conflicto ya generó 4 millones de refugiados, con “consecuencias humanitarias devastadoras”.
Una columna inacabable de vehículos esperaba ingresar a Moldavia por el cruce de Mayaky-Udobne. Había gente que llegaba a pie, arrastrando maletas. Muchas personas caminaban con pesados abrigos, guantes, sombreros y gorras para abrigarse ante el invierno. Algunas llevaban sus mascotas, otras cargaban sus pertenencias en cochecitos de bebés.
Se ven emotivas despedidas en las estaciones de trenes, así como jubilosos reencuentros familiares en los países vecinos que abrieron sus fronteras a los ucranianos que le huyen a la guerra.
Abundaron los encuentros familiares en carpas en Siret, Rumania. A los niños les regalaban juguetes.
En la estación de trenes de Lviv, algunos afortunados lograron montarse en un tren con destino a Chop, en la frontera con Hungría. Los que no pudieron hacerlo quedaron a la espera de que llegase otro tren.
Miedo, cánticos y esperanza: Así es la vida en los refugios de Kiev
Cuando los niños empiezan a llorar, los adultos entonan canciones folclóricas o les cuentan historias para aliviar sus pesares. La comida y el agua escasean a veces. Todo el mundo sueña con la paz.
Así es la vida en los improvisados refugios surgidos en toda Ucrania, en los que las familias tratan de proteger a los menores y a los ancianos, y de crear las mejores condiciones posibles mientras a la distancia se escucha el sonido de balas, misiles y bombas.
Cientos de miles de personas pasaron otra noche en la red de trenes subterráneos en Kiev, luego de que volviesen a sonar las sirenas anunciando ataques el domingo. Entre las personas que buscaron refugio figuraron algunos periodistas de AP quienes observaron cómo hacen los ucranianos para sobrellevar la guerra que destroza su país.
“Es todo como un sueño terrible”, expresó Alla Rutsko, profesora de piano. “Siento que no me puede estar pasando esto. Los ojos ven lo que sucede, pero la mente se niega a aceptarlo”, agregó Rutsko, de 37 años, sentada en un colchón inflable en la estación Pecherskaya de Kiev.
“En la cuarta noche, ya puedo dormir y soñar”, agregó. “Pero el despertar es especialmente duro”.
Piensa mucho en su piano y teme perderlo. “Es un instrumento excelente, heredado de mi abuelo, que sobrevivió a la última guerra”.
Los combates arrecian en Mariupol, al sudeste de Ucrania, donde las fuerzas ucranianas han impedido hasta ahora a los rusos tomar el control de esa estratégica ciudad sobre el Mar de Azov.
“Dios no permita que caigan cohetes aquí. Por ello nos venimos todos aquí”, manifestó el voluntario Ervand Tovmasayan, quien ayuda a organizar un refugio en el sótano de un gimnasio. Su hijo no se apartaba de su lado.
Las máquinas para ejercitarse parecen fuera de lugar ahora que el gimnasio es un refugio. Escasean el agua potable, la comida y la gasolina para los generadores desde que comenzaron los combates la semana pasada, por lo que los residentes traen lo que pueden.
Muchos de los ocupantes recuerdan los bombardeos del 2014, cuando separatistas prorrusos capturaron brevemente la ciudad. Anna Delina sobrevivió ese ataque y ahora tiene dos hijos. Hace lo posible por consolarlos con palabras cariñosas y caricias, mientras ellos se cubren con mantas en el frío piso del gimnasio.
“Se repite la historia, pero ahora tenemos hijos”, señaló.
En toda Ucrania se suceden innumerables historias humanas.
En Kramatorsk, al este del país, una pareja se abraza en la plataforma de una estación antes de que la mujer suba a un tren que se dirige hacia el oeste, supuestamente más seguro. Los refugiados caen al piso agotados tras ingresar a Polonia.
Kiev, la capital de Ucrania, mientras tanto, espera la llegada de los rusos. La plataforma de la estación de Pecherskaya está llena de cochecitos de bebés y de algunos carritos para mascotas.
Inicialmente las autoridades prohibieron el ingreso de mascotas, pero luego empezaron a hacer la vista gorda. Ahora se ven numerosos perros y gatos ansiosos que no se apartan de sus dueños.
Debis Shestakov, un arquitecto de 32 años, inventó un cuento para calmar a su hija Katya, de cinco años.
“Pero, ¿cómo le explicas todo esto a un perro? Se le está cayendo el pelo por el estrés”, declaró.
“Uno termina acostumbrándose a una pesadilla”, agregó. “Y esto es una pesadilla”.
A pesar de la escasez de todo, de la falta de privacidad y de todos los problemas asociados con la vida en una plataforma de tren subterránea, pocos se quejan.
“Los soldados en el frente de combate la pasan mucho peor. Da vergüenza quejarse porque el piso está frío, hay corrientes de aire o los inodoros son malos”, expresó Irina, una mujer de 74 años que no quiso dar su apellido. Su nieto Anton está peleando en el este de Ucrania.
El internet funciona la mayor parte del tiempo y todo el mundo está informado. La posible participación de Bielorrusia en la guerra, apoyando a Rusia, es uno de los temas dominantes en las conversaciones.
“Los ucranianos, bielorrusos y rusos ya no pueden decirse hermanos”, observó Dmitro Skorobogaty, un ingeniero de 69 años. “Aunque uno no puede elegir su familia”.
Constantemente se recuerda a la gente que hay saboteadores rusos que tratan de generar pánico en Kiev.
Patrullas policiales revisan los documentos de la gente, distribuyen agua y alertan cuando se puede salir a la calle.
Junto a los padres que les cantan temas folclóricos a sus hijos hay estudiantes africanos que entonan con ellos el melódico himno ucraniano: “Ucrania no está muerta todavía. ¡Gloria a Ucrania!”.
Algunos de los refugiados conservan esperanzas.
“Confiamos (en las negociaciones). Todos quieren la paz, que no mueran civiles”, dijo Delina, la mujer con dos hijos pequeños.