A pesar de las extensas responsabilidades de la Reina como cabeza de Estado, su Majestad se da un poco de tiempo para breves espacios de relajación y aficiones.
Por ejemplo, es bien sabido que hasta hace pocos años, Isabel II disfrutaba enormemente de conducir libremente por sus propiedades de Balmoral (Castillo familiar en Escocia) o Sandringham (la casa familiar en Inglaterra, donde se reúnen para las fiestas navideñas).
La Reina, una instruida mecánica desde la Segunda Guerra Mundial, disfruta abordar una vieja -e incómoda- Landrover de campo, y conducir con absoluta libertad y sin choferes o escoltas por sus propiedades.
No piense usted que un auto de lujo, o una de las elegantes limousinas dispuestas para eventos y ceremonias oficiales. La Reina disfruta el campo abierto, el bosque y la campiña inglesa donde creció, y lo hace en vehículos de campo apropiados para caminos rurales y espacios abiertos sin asfalto o pavimento.
La Reina suele dedicar tiempo a amplios paseos a pie junto con sus corgies -la raza de perros que ha cultivado por más de 10 generaciones- y lo hizo por décadas en compañía de su difunto esposo el Príncipe Felipe.
La salud de su majestad ha disminuido su independencia en los últimos años, y ante el temor de un accidente, le han sugerido dejar de ponerse al frente del volante. Hay que decir, que un detalle que detesta es el uso del cinturón de seguridad en un vehículo.
Hablábamos de la casona de campo en Sandringham, donde cada año celebran Navidad en familia. Con los hijos, nietos y bisnietos, la Reina tiene entre sus favoritos mantener los arreglos y las decoraciones navideñas hasta principios del mes de febrero, cuando concluyen sus vacaciones y regresa a Londres para continuar con sus actividades habituales.
La familia real intercambia presentes navideños de broma entre los adultos, mientras que los niños reciben auténticos regalos de navidad.
La Reina exige a sus secretarios y equipo de oficina, reservar la correspondencia privada para que sea ella misma quien la abra. Cada miembro de la familia real tiene un código que se inscribe en el sobre exterior en una esquina, para saber quién la envía. De tal forma que su correspondencia privada, tiene la garantía de conservar ese estatus.
La Reina se escribe a menudo con sus hijos y nietos, al tiempo que ellos y sus nueras le responden. No se sabe a qué miembro de su familia su Majestad ha escrito más cartas, pero se sabe que recibe miles cada año de muchos de sus súbditos, que son procesadas por su oficina y presentadas a la Reina bajo cuidadosa selección, para que ella misma las lea y dicte respuestas.
Su Majestad firma la correspondencia oficial como Elizabeth R (Isabel Regina, Reina en latín), la misma inscripción que guardan las famosas “Red Boxes” en que el gobierno envía todos los días documentos oficiales para la firma de la Reina. Estas cajas rojas, no son otra cosa que portafolios forrados en piel escarlata, con la inscripción dorada de EIIR (Elizabeth II Regina).
La correspondencia informal es firmada simplemente como Elizabeth, a sus primos o amigos, o a otros miembros de su familia.
La firma más íntima y personal es Lillibeth, el sobrenombre con que sus padres, hermana y hasta su esposo le dispensaron durante su infancia y juventud.
Hoy por cierto, un nombre sujeto a debate y posible controversia en tribunales. El nieto de su majestad, el Príncipe Harry (Enrique) Duque de Sussex, alejando de la familia real desde su matrimonio con Meghan Markle y residentes en California, anunció que bautizará a su hija con el nombre de Diana Lillibeth, lo que ha causado cierto revuelo en la familia real.
Aparentemente pretenden impedirle que utilice ese nombre, tan personal e íntimo para la familia. Dicen algunos que sería como popularizarlo, pero también es cierto que el Príncipe desea rendir homenaje a su abuela, al nombrar a su nueva bisnieta con ese nombre. Nada se ha resuelto aún.
Otro detalle entre los favoritos de la Reina, es conservar un espejo de bolsillo dorado en su bolso de mano todo el tiempo en cada ocasión, viaje o compromiso. Fue un obsequio de bodas de Felipe, Duque de Edinburgo en 1947. Desde entonces, ha estado con ella en toda ocasión.
La Reina también tiene sus desagrados, que son cuidadosamente advertidos a visitantes y ciudadanos en eventos y ceremonias oficiales. Isabel II es totalmente reacia a los largos y rebuscados discursos. A todos quienes deben hablar frente a su Majestad se les avisa que conserven su mensaje, corto, puntual y preciso.
La Reina fue una avezada jinete, que por su avanzada edad ha debido abandonar. Pero el gusto por los caballos y las carreras con los mismos, le han brindado no pocos momentos de dicha y satisfacción en sus largos e históricos 70 años de reinado. La cuadra de la Reina ha competido en un sinnúmero de carreras en Inglaterra y fuera de ella, ganando no pocos premios y lugares destacados en el podio de ganadores.
Un deporte que le desagrada profundamente es el tennis, por razones no reveladas hasta ahora. En 70 años en el trono, ha asistido una sola vez el emblemático torneo de Wimbledon a entregar premios. Sucedió en 1977, en su primer Jubileo en el trono, por 25 años desde su coronación.
Otra actividad que la separó de su esposo el Príncipe Felipe y de su hija, la Princesa real Ana, es la vela. Tanto su esposo como su hija, fueron destacados navegadores de vela, disfrutaron muchas horas al frente del timón en diferentes veleros a los largo de su vida. La Reina simplemente no disfruta esa actividad.
En contraste, es una calificada bailarina de danzas típicas escocesas, y por muchos años, participó en el Scottish Country Dancing, bailando con ciudadanos comunes e integrantes del equipo de trabajo de la Casa Real, durante las festividades en Escocia.
Es bien sabido que su madre la Reina Isabel, guardaba un profundo cariño por sus orígenes escoceses, y pasaba largas temporadas del año en su castillo. Debe haber transmitido a su hija el gusto por el ritmo, la alegría y los distintivos tonos de las pipas escocesas.