La última década del siglo XX representó para la Reina Isabel II, una de las más difíciles y desgastantes de su reinado. La monarquía británica había ya asumido el verdadero rol que la Segunda Guerra Mundial les había dejado. Del esplendoroso Imperio Británico, el Reino Unido se había convertido en un país importante y de peso en el marco de la Unión Europea, pero muy lejos ya de aquel predominante rol imperial en los 5 continentes.
Los años 90 fueron para su Majestad un reto delicado a nivel familiar y personal. Tres de sus cuatro hijos se divorciaron en esta década, el Príncipe Carlos de su tormentoso matrimonio con la Princesa Diana en 1996; la Princesa Real Ana, de su primer esposo el Capitán Mark Phillips en 1992; y el Príncipe Andrés, de Sarah Ferguson, Duquesa de York en 1996.
En el mismo año de 1992, además de aceptar el divorcio de su hija la Princesa Ana y de su segundo matrimonio en noviembre del mismo año con el comandante Timothy Lawrence, el gran incendio del Castillo de Windsor ensombreció gravemente a la familia, por el extenso daño a la Casa Familiar que da nombre a la dinastía.
No fue gratuito cuando su Majestad, a finales de ese año, lo definió como “Annus Horribilis” (latín, para año horrible).
En 1997 sucedió el trágico accidente automovilístico en el puente de Paris, que terminó con la vida de la Princesa de Gales, madre de los dos príncipes inmediatos en la línea de sucesión al trono (Guillermo el número 2, y Enrique (Harry) el número 3). Este orden se modificaría años después con el casamiento de Guillermo con Catalina, Duquesa de Cambridge y los tres hijos de esta pareja que alteraron la línea sucesoria, como resulta normal cuando aumenta la descendencia de los herederos directos.
La vuelta del siglo y la perspectiva del Jubileo Dorado por 50 años en el trono, se vio eclipsado por el fallecimiento de los dos seres más significativos en la vida de la Reina desde su infancia: su hermana la Princesa Margarita (febrero 2002) y su madre, La reina Isabel (marzo 2002).
En tan sólo un mes, Isabel II perdió a los dos referentes más prolongados y profundos de su vida, aquellos que la remitían a su infancia idílica al lado de su padre Jorge VI, y del mágico cuarteto de los entonces Duques de York con sus pequeñas princesas.
Ese mundo cambió y se transformó brutalmente con la abdicación de su tío David, Eduardo VIII en 1937.
La relación de su Majestad con su madre fue muy cercana, unida, de profunda complicidad y apoyo absoluto. Isabel II no tuvo jamás en su vida, el carisma y la simpatía popular que la Reina Madre desarrolló al paso de los años. La reina Isabel, la Reina Madre representó un decidido apoyo en el reinado de Jorge VI, enfrentó con entereza la crisis de abdicación y después, se mantuvo siempre al lado de su esposo durante los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial.
Son famosos sus recorridos por los escombros a causa de los bombardeos nazis en Londres y en otras ciudades. Ella se negó a dejar sólo a su esposo en esos tiempos desastrosos, pero enviaron a sus hijas, las Princesas Isabel y Margarita al Castillo de Windsor, a las afueras de Londres, donde las visitaban los fines de semana.
La Reina Madre gozó toda su vida de una enorme popularidad en el Reino Unido, muchos años incluso, por encima de su hija, la propia Reina Isabel II.
Encabezó más de 800 fundaciones y organizaciones de caridad, fue un símbolo de estabilidad, rectitud y para muchos biógrafos, columna vertebral para el rescate de la institución monárquica después de la abdicación.
Adolfo Hitler se refería a la Reina Madre como la mujer más poderosa de Europa.
La Reina Madre murió con el cariño de sus hijas y de sus nietos además de la nación entera, a los 101 años de edad en 2002, unas pocas semanas después de haber tenido que despedir a su hija menor, la Princesa Margarita.
La Reina Isabel II sostuvo una conversación telefónica con su madre todos los días de su vida adulta, desde cualquier ciudad inglesa, y con frecuencia, desde sus prolongadas giras por países integrantes de la Commonwealth.
De la misma forma que la Princesa Margarita exigió se instalará una línea telefónica directa con su hermana, cuando tuvo que mudarse del palacio de Buckingham a Clarence House, cuando Isabel se convirtió en Reina y tuvo que trasladar su residencia a palacio.
La relación entre las hermanas ha sido motivo de libros, películas y no pocas series de televisión. Se tuvieron enorme cariño toda la vida, aunque algunos biógrafos insisten en señalar que Margarita nunca perdonó a su hermana la Reina, por no haber otorgado su bendición y beneplácito para el matrimonio con el Capitán Peter Towsend, el militar divorciado del que se enamoró perdidamente a los 21 años.
Por su estatus de divorciado, la reina cabeza de la Iglesia Anglicana, no pudo conceder el permiso real, lo que significaba que Margarita si persistía en su deseo de contraer matrimonio con el capitán, tendría que renunciar a sus títulos, derechos e ingresos por parte de la corona. En 1957 la Princesa Margarita emitió un comunicado anunciando su decisión de no casarse con el capitán Peter Towsend, y cerrando el capítulo de ese amorío para siempre.
Pero la vida de Margarita fue larga y llena de sobresaltos. Un matrimonio con el fotógrafo Anthony Armstrong-Jones (1960) que terminó en divorcio (1978) dos hijos, varios novios y relaciones escandalosas que la mantuvieron durante algún tiempo alejada de la familia en su retiro tropical en la Isla Mauricio en el Caribe.
El temperamento de las hermanas fue radicalmente distinto. Isabel fue desde muy niña seria, comprometida, con un profundo sentido de la responsabilidad. Margarita fue una vivaz y carismática joven de gran belleza, que frecuentó círculos sociales, artísticos y culturales, fuera de la familia real.
En 2001 la Princesa Margarita enfrentó una seria de derrames cerebrales que deterioraron profundamente su salud. Su última aparición pública, en los 100 años de su madre a las puertas de su residencia en Londres Clarence House, se le vio en silla de ruedas, con un brazo vendado en cabestrillo, visiblemente afectada por su más reciente ataque vascular cerebral. Murió en febrero del 2002.
Con estas duras despedidas, Isabel II celebró sus 50 años en el trono británico en junio de ese mismo año. El Jubileo de Oro de su Majestad estuvo marcado por fiestas, reuniones públicas, conciertos a las puertas mismas del Palacio de Buckingham con la participación de múltiples estrellas británicas, además de largos viajes por el Reino Unido y los países de la Comunidad Británica de Naciones.
Sólo los muy cercanos, supieron de la enorme tristeza que embargó a su Majestad, el no haber logrado celebrar medio siglo como jefa de estado, con la compañía de su madre y de su hermana.