Durante meses, el restaurante Tarihi Balikca de Estambul intentó absorber la subida de precio del aceite de girasol que utiliza para freír pescado, calamares y almejas.
Pero a principios de abril, cuando los precios eran casi cuatro veces los de 2019, el restaurante subió por fin el precio. Ahora, incluso viejos clientes miran el menú y se marchan.
“Nos resistimos. Dijimos ‘esperemos un poco, quizá el mercado mejorará, quizá (los precios) se estabilizarán’. Pero vimos que no hay mejora”, dijo Mahsun Aktas, camarero y cocinero en el restaurante. “El cliente no se lo puede permitir”.
Los precios globales del aceite de cocina empezaron a subir con la pandemia de COVID-19 por diferentes motivos, desde malas cosechas en Sudamérica a falta de trabajadores asociada al virus, así como una demanda creciente de la industria de los biocombustibles. La guerra en Ucrania -el país que produce casi la mitad del aceite de girasol del mundo, mientras que Rusia produce el 25 por ciento- ha interrumpido sus entregas y disparado el precio del aceite para cocinar.
Es un nuevo revés para el suministro global de alimentos derivado de la guerra de Rusia, y otro aumento de los gastos para hogares y negocios en un contexto de inflación al alza. El conflicto ha impulsado aún más los costes de la energía y la alimentación, lo que golpea sobre todo a los más pobres.
Los suministros de alimentos están especialmente amenazados porque la guerra ha interrumpido los cruciales envíos de grano de Ucrania y Rusia y empeorado una escasez de fertilizante que hará que la comida sea más cara y menos abundante. La pérdida de fuentes asequibles de trigo, cebada y otros granos aumenta las posibilidades de desabastecimiento e inestabilidad política en países de Oriente Medio, África y Asia, donde millones de personas dependen de tallarines baratos y pan subvencionado.
Los precios del aceite vegetal batieron un récord en febrero y después volvieron a subir un 23 por ciento en marzo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El aceite de soja, que se vendía por 765 dólares por tonelada en 2019, costaba de media 1.957 dólares por tonelada en marzo, según el Banco Mundial. Los precios del aceite de palma subieron un 200 por ciento y se esperaba que siguieran al alza después de que Indonesia, uno de los principales productores del mundo, prohibiera las exportaciones de aceite de cocina a partir del jueves para proteger el suministro nacional.
Algunos supermercados en Turquía han impuesto límites sobre la cantidad de aceite vegetal que pueden comprar los consumidores, después de que el temor a la escasez provocara compras de pánico. También algunos comercios en España, Italia y Reino Unido han fijado límites. En un tuit reciente, la principal compañía eléctrica de Kenia advirtió que se estaban robando fluidos tóxicos de transformadores eléctricos para venderlos como aceite de cocina.
“Ahora tendremos que cocerlo todo, los días de la sartén se han terminado”, apuntó Glaudina Nyoni mientras miraba los precios en un supermercado de Harare, Zimbabue, donde el precio del aceite vegetal casi se ha multiplicado por dos desde el inicio de la guerra.
El alto coste del aceite de cocina es una de las causas en las protestas en Yakarta. Indonesia ha impuesto límites al precio del aceite de palma en su país y prohibirá las exportaciones, lo que reduce aún más la oferta. El aceite de palma se demandaba como alternativa al aceite de girasol y se emplea en muchos productos, desde galletas a cosméticos.
The Associated Press ha documentado abusos de derechos humanos en el sector, en el que ya se habían denunciado efectos dañinos para el medioambiente desde hacía años.
Los precios podrían bajar un poco en otoño cuando los agricultores del Hemisferio Norte cosechen maíz, soja y otros cultivos, indicó Joseph Glauber, investigador del International Food Policy Research Institute. Pero siempre está el riesgo de mal tiempo. El año pasado, la sequía golpeó la cosecha de colza en Canadá y la de soja en Brasil, mientras que fuertes lluvias afectaron a la producción de aceite de palma en Malasia.
Entre tanto, consumidores y negocios acusan el golpe.
En Jordan’s Grab n’Go, un pequeño restaurante en Dyersburg, Tennessee, conocido por sus hamburguesas con queso fritas, la propietaria, Christine Coronado, también estaba muy angustiada por la subida de los precios. Pero con una subida general del 20 por ciento en sus gastos, y de casi un triple en el aceite de cocina desde que abrió en 2018, finalmente subió los precios en abril.
“Odias subirle los precios a la gente, pero es que los gastos son mucho más altos que hace un par de años”, comentó.