Mundo

Isabel II: 70 años. Siglo XXI. Otros escándalos

En este texto, Leonardo Kourchenko refiere la conflictiva relación entre Carlos el heredero y su esposa Diana, así como la muerte de la princesa.

Carlos esperó casi 8 años después de la trágica muerte de la Princesa Diana, para volver a casarse. (EFE)

La vuelta del siglo trajo nuevos problemas para su Majestad. De los divorcios de los hijos, la conflictiva relación entre Carlos el heredero y su esposa Diana, la casa de los Windsor enfrentó nuevos escenarios que dañaron el prestigio y la reputación de la institución que Isabel II ha resguardado y protegido por 7 décadas.

Superados los divorcios, vuelta a casar la Princesa Ana (1992) Carlos esperó casi 8 años después de la trágica muerte de la Princesa Diana, para volver a casarse. Fue en 2005, con la aprobación -generosa en opinión de muchos biógrafos- de sus hijos, quienes aceptaron el enlace de su padre, a pesar de los enormes problemas que la señora Parker Bowles le generó a su madre, Lady Diana Spencer.

Guillermo y Enrique, William y Harry, asistieron, apadrinaron y cobijaron el nuevo matrimonio de su padre.

Isabel II aprendió al paso de muchos años y al costo de enormes sacrificios, que los matrimonios no pueden dictarse por protocolo o conveniencia. La negativa 50 años atrás para que su hermana la Princesa Margarita se casará con un divorciado, dejó sensibles huellas en la memoria de la Reina y en la tumultuosa vida de su hermana menor.


Carlos de Inglaterra, heredero al trono británico, ese quien algún día asumirá las responsabilidades totales de la corona y la jefatura de la Iglesia Anglicana, le fue permitido divorciarse de Diana (1996) y volverse a casar con Camila (2005) para la estabilidad emocional y tranquilidad del Príncipe de Gales.

La imagen pública de Camila era muy negativa a principios del siglo XXI, apenas tres años después de la trágica muerte de Diana, acompañada por la multitudinaria expresión de afecto, respeto y admiración por miles de ciudadanos en el Reino Unido.

La espera fue larga, pero valió la pena. Hoy, 17 años después del enlace, la Duquesa de Cornualles goza de amplia aceptación entre el pueblo inglés, es muy activa integrante de la familia real y participa en múltiples actividades de apoyo a su esposo, el Príncipe de Gales y a su Majestad. Se ha ganado, por derecho propio, el respeto de la ciudadanía, aunque no convoca las emociones y cariños de la desaparecida Princesa de Gales, cuyo título por cierto, no le fue concedido a Camila -a pesar del pleno derecho a utilizarlo, puesto que es la cónyuge del príncipe- por deferencia y homenaje a Diana y a sus hijos. Camila utiliza otro de los títulos que posee el heredero al trono, Duque de Cornualles.

Recientemente la reina, en ocasión de su 70 aniversario en el trono, emitió un comunicado sugiriendo que cuando ya no esté en el trono y Carlos su hijo sea Rey, a Camila se le pueda otorgar el título de Reina Consorte, en su calidad de esposa del Rey.

Fue una deferencia de su Majestad y un reconocimiento a la labor, servicio y compromiso que Camila ha desplegado en estos 17 años de matrimonio con Carlos.

No es una decisión que Isabel II pueda dejar establecida ni de Carlos cuando asuma el trono: corresponderá al Parlamento votar si Camila es merecedora de tal distinción, cuando llegue el momento.

El siglo XXI presentó otros dilemas para la Casa Real. La tortuosa juventud del Príncipe Harry, quien luchó -hoy es público por sus propias revelaciones- con depresión y adicciones, incluso con temas de salud mental.

La muerte de su madre fue muy dura para ambos, pero tal vez Guillermo, un poco mayor y con un temperamento más mesurado e inclinado a guardar las normas institucionales, pudo procesar con alguna madurez y fortaleza la tragedia.

Para Harry fue mucho más difícil. Fiestas, parrandas, novias, un desafortunado uniforme nazi con suástica y saludo en una fiesta de disfraces -registrado por la prensa- además de otros deslices hicieron de su primera juventud un dolor de cabeza para Carlos y para la Reina. Cierta rebeldía, nunca al grado de la rompimiento, hasta que llegó a la edad adulta.

Su matrimonio con la actriz norteamericana Meghan Markle, su estilo de ruptura y renovación, concluyeron por separarlos de la familia y de la institución. Harry finalmente completó un viejo sueño de su madre, que era salir de la jaula de oro que representa la corona para vivir en California con mayor libertad y normalidad.

En los últimos años el llamado Megxit ha sido un golpe fuerte para su Majestad y para el Príncipe Felipe, en la última etapa de su vida. Harry fue uno de los nietos consentidos, su gracia y carisma natural provocaba la simpatía de todos, pero especialmente de sus abuelos.

Su rompimiento, separación, incluso mudanza del Reino Unido y finalmente, la desatinada entrevista con Oprah Winfried, afectó a sus abuelos y especialmente a su padre, el Príncipe Carlos, quien en palabras del propio Harry, no le contesta el teléfono.

La historia se repitió para Isabel II, al reproducirse un pasaje semejante a la salida y rompimiento de Eduardo VIII (1936) en la conocida crisis de abdicación. El entonces Rey rechazó sus obligaciones y responsabilidades para casarse con la americana Wallis Simpson. Los Duques de Windsor -título que se le otorgó después de abdicar- residieron en Francia los siguientes 36 años, con una breve estancia como gobernador de Bermudas. Nunca más formó parte de la familia real, ni regresó a territorio británico más que para asistir a los funerales de su hermano Jorge VI (1952) y de su madre, la Reina María (1953).

El Príncipe Harry, Duque de Sussex, mostró una personalidad distinta y de mayor confrontación con la institución monárquica a partir de su matrimonio con Meghan Markle. Ruptura de protocolos, distanciamiento de su hermano y de su padre, suspensión de actividades públicas y finalmente, el retiro definitivo de las responsabilidades como integrante senior de la familia. Su título le fue mantenido, pero no así sus honores militares, nombramientos y el patronazgo de asociaciones y fundaciones que encabezó por años.

El Príncipe Harry, Duque de Sussex, vive hoy con su esposa Meghan en California, con sus hijo Archie y su segunda hija Lillibeth Diana -en honor a su abuela y su madre. Nombre por cierto, que es hoy motivo de disputa, incluso jurídica, puesto que eligió el nombre íntimo y familiar de su Majestad la Reina: sus padres, su hermana e incluso su esposo el Príncipe Felipe llamaba así a Isabel II. Harry no pidió permiso para utilizar ese nombre único e inexistente en ningún país ni registro. La Casa Real le ha solicitado que retire ese nombre a su hija por indicaciones de la Reina.

El otro grave escándalo de los últimos años para su Majestad ha sido el descalabro de su hijo el Príncipe Andrés. Desde su divorcio de Sarah Fergusson en 1996, el tercer hijo de la Reina -y el favorito según algunos biógrafos- cultivó amistades y relaciones peligrosas.

Hombres de negocio de pobre reputación, clubes nocturnos, viajes por Europa y la explosiva a mistad con Jeffrey Epstein.

Esta última relación y el estilo inescrupuloso, criminal y delictivo con que Epstein “atendía” a sus amigos en residencias y viajes mediante el tráfico sexual de jóvenes mujeres menores de edad, alcanzó al Príncipe Andrés quien fue formalmente demandado por abuso sexual en varias ocasiones a una joven estadounidense.

El escándalo duró unos cuatro años desde la primera denuncia hasta el reciente acuerdo económico extrajudicial, por el que la demandante decidió retirar los cargos.

Aparentemente la Reina salió al rescate de su hijo para pagar una suma entre los 10 y los 15 millones de euros a la víctima, que fueron destinados a una Fundación para atender a mujeres en condiciones de abuso.

Al Príncipe Andrés, Duque de York, le fueron retirados todos su grados y honores militares, medallas y reconocimientos en su calidad de veterano en la Guerra de las Malvinas (1981). Ha sido retirado de toda actividad pública, y sólo ha tenido dos apariciones: en el funeral de su padre el Príncipe Felipe (abril 2021) y en el servicio fúnebre a un año de su fallecimiento (abril 2022).

En opinión de varios expertos de la monarquía, Andrés representa hoy una absoluta vergüenza para la familia y la Casa Real. Corren versiones extraoficiales de que tanto el Príncipe Carlos, como el Príncipe Guillermo (números 1 y 2 en la sucesión al trono) tienen la firme intención de apartarlo por completo de la familia: expulsarlo de la Firma.

Durante la pandemia se informó que Andrés visitaba a su madre por la noche en Windsor, para ofrecerle disculpas por el daño al prestigio y reputación de la monarquía.

Si usted recuerda las imágenes del funeral en el Castillo de Windsor del Príncipe Felipe, el cortejo fúnebre a pie detrás del féretro, era encabezado por los cuatros hijos: Carlos, Ana, Eduardo y Andrés, para dar paso después a los nietos, algunos sobrinos de la rama alemana de la familia de Felipe de Edinburgo, y finalmente dos colaboradores y amigos.

No se permitieron los uniformes militares de gala en la ceremonia, porque los príncipes Harry y Andrés (sobrino y tío) perdieron sus grados, honores y estatus.

También lee: