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Franja de Gaza: algunas heridas nunca cicatrizan

De los dos millones de población palestina que vive en Gaza, más del 40 por ciento son niños y niñas de 14 años o menos.

Estos niños y niñas han vivido toda su vida bajo el bloqueo israelí, sobrevivieron a tres grandes ofensivas. (Médicos Sin Fronteras). (Fady Hanona/MSF)

Del 10 al 21 de mayo de 2021, hace ya un año, los ataques aéreos y bombardeos israelíes en la Franja de Gaza mataron a 256 personas, incluidos 66 niños y niñas. Alrededor de 2 mil personas palestinas resultaron heridas durante el bombardeo, incluyendo más de 600 niños y niñas y 400 mujeres, algunas de estas personas sufrieron lesiones que les provocaron discapacidades a largo plazo, como la pérdida de extremidades o de la vista.

En Israel hubo 13 muertos y 700 personas heridas a causa de cohetes disparados desde la Franja de Gaza. El 21 de mayo de 2021 entró en vigor un alto el fuego negociado por Egipto y cesaron los bombardeos.

Incluso antes de los bombardeos del año pasado, la mayoría de las y los palestinos en Gaza ya habían experimentado el trauma de la guerra, sobre todo en 2014 y durante la Gran Marcha del Retorno en 2018. Este trauma: temer por su vida, ver su casa en ruinas y de las dificultades económicas diarias, se ha visto agravado por los acontecimientos de mayo de 2021. La crisis de salud mental en Gaza es ahora aún más aguda.

De los dos millones de población palestina que vive en Gaza, más del 40 por ciento son niños y niñas de 14 años o menos. Estos niños y niñas han vivido toda su vida bajo el bloqueo israelí, sobrevivieron a tres grandes ofensivas de Israel y experimentan traumas repetitivos y continuos. Un año después de la última ronda de bombardeos, las y los palestinos de la Franja de Gaza se sienten más inseguros que nunca.

Estos tres testimonios, dos de nuestros pacientes y uno de un miembro de nuestro personal, demuestran el impacto de por vida de las hostilidades del año pasado, ya sea por lesiones físicas o trauma mental.

Ahmad*41 años, casado y con cuatro hijos de 18, 17, 7 y 3 años

“Fui herido el primer día de los bombardeos. Yo estaba en casa cuando la atacaron. No sabíamos si era una bomba o si había explotado algo en la casa. Solo escuchamos un ruido masivo y la casa tembló. Fue entonces cuando vi mi mano colgando de mi brazo. Toda la familia estaba junta, era Ramadán. Parte de la casa quedó destruida, dos de mis primos murieron y otro pariente quedó discapacitado.


La explosión fue tan fuerte que los vecinos también resultaron heridos. El hijo del vecino estaba caminando afuera y perdió ambos ojos. Tenía solo 9 años y nunca podrá volver a ver. Solo estaba jugando afuera.

Las personas estaban tratando de poner a las víctimas en los coches. Las ambulancias no podían alcanzarnos, ya que las bombas caían por todas partes. Yo estaba en un coche con otras cuatro víctimas. Uno de ellos era el hijo de otro vecino. Murió en el regazo de su padre, justo a mi lado, camino al hospital. El resto de nosotros no sabíamos si llegaríamos vivos al hospital, todo estaba siendo bombardeado a nuestro alrededor.

Finalmente llegué al hospital al Shifa y, después de una semana, me derivaron al hospital al Awda, de Médicos Sin Fronteras (MSF). En ambos hospitales temían que nos cayeran las bombas. Incluso los hospitales no estaban seguros esta vez.

Tuve ocho cirugías diferentes y me amputaron la mano. Mientras estaba en el hospital, temía por mi familia. Su salud mental se vio profundamente afectada, y los ruidos fuertes todavía hacen llorar a mis dos hijos menores. Mi madre fue quien más sufrió. Tuvo una crisis nerviosa y ahora está siendo atendida por especialistas en salud mental. Todavía no puede hablar de ello sin sufrir un ataque de pánico.

Lo que más me duele es que no puedo mantener a mi familia. Yo era un conductor, y no puedo conducir sin mi mano. No solo era responsable de mi esposa e hijos, sino también de mis padres que son mayores.

Se suponía que iba a recibir una prótesis de mano, pero debido al bloqueo, no tengo idea de cuándo sucederá.

A veces me pregunto por qué sobreviví. A veces desearía haber muerto con los demás, para finalmente poder irme de Gaza. La muerte es la única salida”.

Mohamed* 36 años. Casado, dos niñas y un niño

Perdió a su hijo de 8 años. Paciente de guerra de mayo de 2021.

“Era el primer día de los bombardeos. Estaba afuera de mi casa con mi hijo, cuando un misil golpeó el coche, a menos de un metro de nosotros. No recuerdo exactamente el orden de las cosas, pero luego vi que mis piernas estaban completamente lesionadas. Cuando miré hacia un lado, mi niño no estaba despierto. Su abdomen estaba abierto, y sus dos manos habían desaparecido. Empecé a gritar. Mi esposa y mis dos hijas estaban en la casa y llegaron corriendo. Ellas también estaban gritando. Había muchas personas heridas a nuestro alrededor y ninguna ambulancia a la vista.

Los vecinos llevaban a los muertos y heridos en sus coches, apresurándose al hospital. Mi hijo fue primero en auto, pero creo que ya estaba muerto para entonces. No había espacio para mí en ese coche. Me llevaron a otro, con otras tres personas gravemente heridas. Tuve que ir en la cajuela con las piernas colgando. El camino al hospital fue como ver el infierno en la tierra. Dondequiera que miráramos estaba destruido, incendios por todas partes, las bombas seguían cayendo del cielo. La mitad de Gaza fue bombardeada.

No fue como ninguna otra guerra que haya visto antes. Estaban apuntando a civiles, no había a dónde huir. Las llamas estaban por todas partes. Después de eso, mi familia quedó completamente destruida. Mi esposa me dejó; tuvo un colapso mental del que nunca se recuperó. Me culpó por la muerte de nuestro único hijo. Solo una de mis hijas se quedó conmigo y ahora siempre está de pie junto a mi cama de hospital.

Ha pasado un año y todavía estoy atrapado en una cama de hospital. He pasado por tantas cirugías e intervenciones que perdí la cuenta. Creo que podría haber batido el récord de número de cirugías, (dice con una sonrisa). Estoy sonriendo porque no hay nada más que pueda hacer, necesito sonreír”.

Ashraf* 30 años. Casado con dos hijos. Miembro de nuestro personal

“En mayo de 2021 fue la primera vez que presencié una agresión mientras tenía una familia propia: una esposa y dos hijos. Las bombas nunca habían estado tan cerca de nosotros. Mis hijos estaban asustados y gritando. Nada de lo que dijimos podía calmarlos. Traté de mentirles, diciendo que eran fuegos artificiales, pero mi hija se dio cuenta de que no estaba diciendo la verdad; dijo que los fuegos artificiales nunca eran tan ruidosos y que tenían luces bonitas; estos eran demasiado ruidosos y todo lo que podía ver era fuego alrededor de nuestro edificio.

Creo que mi mayor temor era perder a mi familia. Tanto mi esposa como yo somos trabajadores de la salud y teníamos que turnarnos para ir al hospital y quedarnos con los niños. Mientras estaba en el hospital, me preocupaba constantemente que mi teléfono sonara y alguien me dijera que mi familia había muerto.

Las ambulancias de MSF no podían moverse. Tuvimos que llevarnos con colegas sin ninguna seguridad de que llegaríamos sanos y salvos al hospital. Estaban apuntando a todo. Ni siquiera el hospital estaba a salvo. Mientras estábamos en el quirófano, caían bombas a nuestro alrededor. Uno apuntaba a un edificio al norte del hospital, a no más de 300 metros de distancia. Otro estaba 100 metros al sur del hospital. El quirófano temblaba constantemente, como si hubiera un terremoto. Teníamos miedo de que pudiéramos ser el próximo objetivo.

La intensidad de las bombas también fue algo que nunca había visto en agresiones anteriores. Era una lluvia de misiles, una lluvia torrencial. Bombas cada segundo, en todas partes. Gaza parecía estar completamente en llamas. De camino al hospital, pudimos ver los edificios en medio de la ciudad completamente destruidos y los cuerpos en las calles.

A los hospitales llegaban multitudes y multitudes con heridas muy diversas. Una vez más, nos sentimos abrumados por las bajas masivas que Israel infligió en Gaza. No había suficiente sangre para transfusiones, no teníamos suficiente capacidad en la unidad de cuidados intensivos. Simplemente no podíamos tratar a esa cantidad de personas al mismo tiempo. Nuestro objetivo era salvar tantas vidas como pudiéramos en el acto. La sepsis estaba en todas partes, posibles transmisiones de COVID-19 y otras enfermedades transmisibles.

Fue más corta que las agresiones anteriores, pero mucho más intensa. Nada de lo que aprendimos de escaladas anteriores nos ayudó esta vez. Todos estábamos esperando nuestro turno para morir. Antes teníamos descansos de los bombardeos, corredores humanitarios. Esta vez, no había nada, ningún lugar a donde correr, ningún lugar donde estar a salvo.

A mi hija le encantaba ir a la playa. Antes de mayo de 2021, pedía ir todos los días. En mayo de 2021, sin embargo, pudimos ver cómo bombardeaban la costa desde nuestra ventana. Tardó meses en volver a pedirme que la llevara a la playa. Tiene solo 3 años y ya puede distinguir los diferentes sonidos de explosiones, fuegos artificiales y misiles. Esa es su infancia; no es una infancia saludable. Dios sabe qué tipo de trauma llevarán a lo largo de sus vidas”.

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