El PASO.— Emma ya conocía el proceso: disolver las píldoras debajo de la lengua y esperar que llegara el sangrado. Esta vez, sin embargo, no había conseguido la medicación en una clínica. La solución, para ella y muchas otras mujeres en Texas desde que entró en vigor el veto casi total al aborto en ese estado, llegó desde el otro lado de la frontera.
En los más de nueve meses que lleva en vigor esa ley en el mayor estado conservador de Estados Unidos, las miradas de muchas pacientes y activistas texanas se han dirigido a México, a las farmacias de su zona fronteriza y las redes feministas que dan apoyo a los abortos autogestionados.
“Cada vez más gente se está quedando sin opciones y está investigando qué otros métodos hay”, dijo Emma, que pidió no divulgar su apellido para proteger de consecuencias legales a quienes la ayudaron a abortar, en una conversación con EFE.
La ‘vía mexicana’
En ciudades fronterizas como El Paso, quienes se plantean interrumpir su embarazo saben desde hace años que tienen la opción de cruzar a Ciudad Juárez, donde muchas farmacias venden sin receta médica el misoprostol, un tratamiento para úlceras que también se usa para inducir el aborto.
El interés por esa “vía mexicana” ha aumentado desde que entró en vigor en septiembre el veto casi total en Texas, llamado SB 8, y ante la perspectiva de que el Tribunal Supremo estadounidense erosione el derecho a abortar en el país, con una decisión que se espera en los próximos días.
No son solo las fronterizas las que recurren a esa posibilidad: en el caso de Emma, la medicación llegó hasta San Antonio.
Nada más enterarse de que estaba embarazada en febrero, Emma acudió a su clínica local, donde los médicos le confirmaron lo mismo que a otras cientos de pacientes en Texas: habían detectado actividad eléctrica en las células cardíacas del feto durante la ecografía y no podían practicarle un aborto en el marco de SB 8.
“El único recurso que pudieron ofrecerme fue el teléfono de una clínica en Nuevo México. Para llegar habría tenido que ir en avión o manejar en auto durante ocho horas”, explicó la joven de raíces mexicanas, de 29 años.
Las “náuseas extremas” que sentía Emma a sus seis semanas de gestación le hicieron descartar la idea de viajar. Otras mujeres ni siquiera se la plantean: las indocumentadas no pueden salir de la zona fronteriza, y el 75 por ciento de quienes intentan abortar en Estados Unidos viven en la pobreza o rozan ese umbral, según el centro de estudios Guttmacher.
“Esta ley solo permite a algunas conseguir la ayuda que necesitan. Dime tu código postal y te diré si puedes permitírtelo”, aseguró Xochitl Rodríguez, directora de filantropía en el oeste de Texas para la organización de salud reproductiva Planned Parenthood, en una entrevista con EFE en El Paso.
Doce píldoras, seis horas
Emma investigó cómo obtener misoprostol por correo postal, una opción ilegal en Texas pero a la que recurren cada vez más mujeres del estado gracias a organizaciones como Aid Access, que al ser europea esquiva las restricciones de Estados Unidos.
Finalmente, decidió recurrir a una amiga suya “que visita a menudo la zona fronteriza” y había “comprado misoprostol” en México hacía tiempo para ayudar a otras mujeres en Texas.
A las nueve semanas de gestación, Emma se preparó viendo videos de Médicos Sin Fronteras en YouTube e ingirió doce píldoras de misoprostol en un intervalo de seis horas, el régimen que recomienda esa organización para los abortos autogestionados.
Preocupada por la intensidad del dolor y el sangrado, Emma se planteó acudir a una sala de urgencias, pero no quería que su pareja -que la habría acompañado- ni la amiga que le dio la medicación “enfrentaran consecuencias legales” bajo SB 8, que permite demandar a cualquiera que ayude a alguien a abortar.
Lo que hizo al final fue llamar a una línea de ayuda para personas que experimentan un aborto espontáneo y hablar con un médico. Por fin respiró tranquila: su salud no estaba en peligro.
El aborto funcionó, pero la experiencia fue frustrante por el “contexto de criminalización” en Texas: ni siquiera pudo decirle a su amiga que las píldoras eran para ella.
Solidaridad fronteriza
Para quienes no tienen los recursos de Emma, hay redes de “acompañantes” en México que llevan años guiando a mexicanas para que usen de forma segura el misoprostol en abortos autoinducidos, y que ahora colaboran con activistas en Texas, Nuevo México y Arizona para apoyar a las estadounidenses.
“Estamos ideando las maneras de poder ayudarlas desde acá”, aseguró a EFE una “acompañante” de Marea Verde Chihuahua, que pidió identificarla únicamente con la letra E.
Aunque en Chihuahua, donde se encuentra Ciudad Juárez, la interrupción voluntaria del embarazo sigue siendo ilegal, el hecho de que en septiembre el Supremo mexicano prohibiera penalizar a quienes abortan ha derivado en “ciertas protecciones”, afirmó E.
Ya no hay que temer penas de cárcel por abortar de forma clandestina en casa, y el precio del misoprostol en las farmacias es accesible, “400 pesos, unos 20 dólares”; aunque algunos farmacéuticos conservadores intuyen para qué se compra y solo se lo venden a hombres o personas con expresión masculina, explicó.
Las entrevistadas por Efe subrayaron la necesidad de informarse para practicar de forma segura los abortos autogestionados: si se producen demasiado pronto o tarde en el embarazo -después de las 10 semanas- pueden no funcionar, y si el misoprostol se usa de forma inadecuada, puede requerir atención médica.
“Puede que la medicación cruce la frontera, pero por desgracia, los cuidados de salud no lo hacen”, subrayó Xochitl Rodríguez.
Las redes de ambos lados de la frontera están decididas a reforzar sus lazos. “Tenemos que colaborar internacionalmente todo lo que podamos”, reconoció Rachel, presidenta de la junta de West Fund, un fondo que ayuda a viajar para abortar a mujeres en El Paso y sus alrededores.
En una entrevista con EFE, Rachel -que omitió su apellido- confió en afianzar la cooperación con México para ayudarse “mutuamente en momentos de opresión”.
Esa colaboración no es nueva: entre 1940 y la legalización del aborto en 1973, decenas de estadounidenses cruzaron la frontera para acceder a abortos clandestinos pero seguros en el lado mexicano, recordó a EFE una historiadora de la Universidad de Iowa y experta en salud reproductiva en la frontera, Lina-María Murillo.
Durante décadas, además, muchas mujeres de Ciudad Juárez que tenían visado de turista u otros medios para entrar a Estados Unidos abortaban en las clínicas de El Paso. Ahora esa dinámica se ha invertido, pero la solidaridad entre las fronterizas continúa.
“Las bases ya están sentadas. Lo único que va a suceder ahora es que se va a fortalecer ese lazo entre México y Estados Unidos”, pronosticó la mexicana E.