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Tras 10 años en los campos de Myanmar, la salud mental de los rohingya sigue afectada

Todos los viernes, MSF abre una clínica en Aung Mingalar a la que acuden las y los habitantes del gueto para recibir atención sanitaria básica.

En todo Myanmar hay enormes brechas en los servicios de salud mental. (Ben Small/MSF). (Ben Small/Ben Small/MSF)

En 2012, cuando estalló la violencia entre las comunidades rohingya y rakhine, la casa de Zaw Rina en la ciudad de Pauktaw fue incendiada. Se vio obligada a huir con su familia a un campo en Ah Nauk Ywe, en una isla de difícil acceso en la remota parte occidental del estado. La fragilidad de la estructura de bambú en la que vive ahora desmiente la década que ha pasado en el campo.

Un refugio inestable junto a otro inestable se alinea en caminos estrechos y fangosos a través de los campos sobrepoblados en los que viven más de 5 mil personas. El drenaje es insuficiente, y los charcos de agua estancada son un caldo de cultivo para los mosquitos y las enfermedades. Hay demasiadas personas para tan pocas letrinas, mientras que el escaso suministro de agua, sobre todo en la estación seca, hace que las instalaciones estén sucias. La privacidad es casi imposible de encontrar.

La violencia de 2012, que destruyó la casa de Zaw Rina y mató a cientos de personas, hizo que unas 140 mil personas, tanto rohingyas como musulmanes kaman, se establecieran en estos campos. En la actualidad, la mayoría sigue allí, donde su libertad de movimiento es limitada, lo que les impide acceder a un trabajo remunerado, a la educación y a la atención sanitaria. Muchas se embarcan en peligrosos viajes por mar y tierra hacia Bangladesh y Malasia con la esperanza de una vida mejor.

El impacto en su salud mental

El día a día de Zaw Rina y de otros miles de personas como ella que viven en el estado de Rakhine está marcado por la lucha para conseguir alimentos, el miedo a la inseguridad y el sentimiento de desesperanza. Este prolongado statu quo tiene consecuencias drásticas en la salud mental.


El estrés de vivir en estas condiciones se agravó cuando la hija de 20 años de Zaw Rina intentó suicidarse después de que su esposo le pidiera el divorcio.

“Me volví muy pesimista y no encontraba nada positivo. Le grité a mi esposo. Le grité a mis hijos. No podía encontrar una respuesta dentro de mí”.

En todo Myanmar hay enormes brechas en los servicios de salud mental. En el estado de Rakhine la stuación no es diferente, dejando a personas como Zaw Rina y su hija con pocas opciones. Hay una clínica de salud mental privada en Sittwe, pero es demasiado costosa para la mayoría de la población, mientras que los servicios de psiquiatría del hospital público son muy limitados. Sumado a sus problemas, la ciudad está a unos 10 kilómetros al otro lado del río Kaladan desde los campos del municipio de Pauktaw; tanto la distancia como las restricciones de movimiento hacen que sea increíblemente difícil para las y los rohingya que viven en los campos llegar a estas instalaciones.

Sin embargo, a través de clínicas en los campos, Médicos Sin Fronteras (MSF) podemos acudir a la población rohingya para brindarles apoyo vital en materia de salud mental, con asesores y médicos que ofrecen citas individuales, sesiones de grupo y visitas a domicilio. Estos servicios están disponibles para cualquier persona que acuda a nuestras instalaciones, sin importar su etnia o religión.


Tanto Zaw Rina como su hija recibieron consejería por parte de Médicos Sin Fronteras, lo que les ayudó a controlar mejor sus síntomas.

“Me sentía muy perdida y no sabía dónde pedir ayuda hasta que me reuní con el consejero [de MSF]”, dijo.

“Ahora me siento mejor en cuanto a mi salud mental, mucho mejor, y mi hija también”.

La lucha por obtener ingresos en el gueto de Sittwe

Aunque Daw Than Than nació de padres budistas en Mandalay, se casó con un musulmán kaman, cambió de religión y ahora vive junto a rohingyas y kaman en Aung Mingalar, un gueto musulmán en el centro de Sittwe.

Aquí viven los restos de la población musulmana de Sittwe, que solía ser casi la mitad de los 200,000 habitantes de la ciudad. El resto huyó durante la violencia de 2012 o se vio obligado a instalarse en campos como el que vive Zaw Rina. Desde hace 10 años, la población musulmán del centro de Sittwe está confinada en este pequeño barrio, sin libertad de movimiento y con puestos policiales vigilando día y noche.

Daw Than Than es viuda. No tiene hijos ni familia que la mantenga. Cuando puede, cocina y limpia en las casas de la gente. Sin embargo, al no poder ir y venir del barrio a lo largo de los años, con frecuencia tiene dificultades para ganarse la vida.

Aunque las restricciones de entrada y salida del gueto han disminuido en el último año, permitiéndole moverse por Sittwe, su salud física ha empeorado, impidiéndole trabajar. “Me siento sola y triste porque no tengo a nadie que me apoye cuando me encuentro mal. No puedo permitirme ir a un hospital privado”, dice, y agrega que no tiene suficiente dinero para alimentarse adecuadamente, y a menudo sobrevive con arroz y té verde.

Todos los viernes, MSF abre una clínica en Aung Mingalar a la que acuden las y los habitantes del gueto para recibir atención sanitaria básica, apoyo en salud mental y tratamiento de enfermedades no transmisibles.

“Tengo problemas y me siento triste en mi vida, pero cuando hablo [con los asesores de MSF], siento cierto alivio. Los consejeros me invitan a venir cada vez que siento dolor en mi cuerpo o en mi mente”, dice.

“Me ayudan con ejercicios de respiración, que son muy útiles para relajarme. Sin embargo, durante las sesiones de asesoramiento no puedo controlar mis sentimientos y lloro”.

“Los consejeros me hablan y me dicen ‘entiendo tus problemas’”.

La violencia agrava la salud mental de las mujeres rohingya

Las difíciles y estresantes condiciones en las que las y los rohingya están recluidos en campos con poco espacio, con escasas oportunidades económicas y dependientes de la ayuda humanitaria, hacen que las mujeres y las niñas corran un mayor riesgo de sufrir abusos, acoso sexual y violencia doméstica.

Khin Phyu Oo acudió por primera vez a la clínica Sin Thet Maw de MSF luego de sufrir un ataque. Cuando el personal de la clínica le dijo que tuviera cuidado con los fogones cuando cocinara debido a su estado, su esposo se sintió frustrado porque no podía hacer las tareas domésticas y la golpeó. Este fue uno de los varios incidentes en los que su esposo la atacó, lo que la hizo sentirse con tendencias suicidas. Fue entonces cuando empezó a recibir asesoramiento de MSF, junto con un tratamiento para atender las convulsiones.

“No tengo a nadie con quien abrirme [en la comunidad]. Nadie quiere escucharme. Estoy contenta de venir aquí y decir todo lo que me pasa por la cabeza”, dice.

“Me siento más feliz. Creo que recibir tratamiento es bueno para mí. Puedo abrirme a los médicos aquí y me motivan, me dan sugerencias [sobre cómo sentirme mejor]. Los médicos también le dieron a mi esposo educación sobre salud mental”.

Superar las causas fundamentales de la salud mental

Las y los rohingya seguirán luchando con su salud mental mientras las causas profundas de su angustia sigan sin resolverse.

“Tengo la esperanza de que mis hijos puedan recibir una educación algún día”, dijo Zaw Rina.

“Y quiero un buen refugio para poder llevar una vida normal y agradable, como la que tenía en la ciudad de Pauktaw. Cuando vivía en mi propia casa, me sentía segura”.

MSF trabaja en Myanmar desde 1992, brindando asistencia a las personas afectadas por el conflicto y con dificultades de acceso a la atención sanitaria. Hoy, más de mil personas brindan atención sanitaria básica, tratamiento de VIH, hepatitis C y tuberculosis, y remiten a los hospitales para tratamientos de emergencia y especializados en los estados y regiones de Kachin, Rakhine, Shan, Tanintharyi y Yangon. En Rakhine, los equipos de MSF apoyan a las comunidades desplazadas por el conflicto, incluyendo budistas de Rakhine y musulmanes rohingya y kaman

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