Las recientes noticias de un barco hundiéndose en la costa sureste de Grecia, llevando a al menos 78 personas muertas, es un oscuro recordatorio de la repugnante situación y el nivel de riesgo que enfrentan los buscadores de asilo que escapan de la persecución y zonas de conflicto alrededor del mundo. Grecia dice que es una de las tragedias migrantes más grandes de su historia y declaró tres días de luto.
Mientras la situación no es nueva para gobernantes y creadores de políticas en el continente europeo, el nivel al que las acciones de disuasión ahora son regularmente implementadas por las autoridades a lo largo de la ruta ha llegado a niveles sin precedentes en el nivel de obscenidad de las tácticas para tratar a otros seres humanos.
Enfrentadas a situaciones desesperadas donde no hay otra opción más que huir, las personas continúan escogiendo grandes riesgos. Esto sin importar el tratamiento que reciben en las costas de Europa, con tal de llegar a un espacio que ellas puedan considerar seguros. Demasiado numerosas para nombrar aquí, estas circunstancias desesperadas surgen de conflictos bélicos sin final, asesinatos ubicados para demográficos específicos o, cada vez más, por devastaciones relacionadas con el cambio climático, así como falta de fuentes de alimento y dinero que hacen imposible tener una vida normal.
Esta falta de elección más que moverse lejos de los complicados prospectos de sobrevivencia fue algo que enfrentaron los europeos también. Desde la terrible hambruna de la papa en mediados del siglo XIX en Irlanda (llevando a grandes migraciones a Estados Unidos), hasta patrones migratorios menos famosos del Mediterráneo en Italia hacia el África del Norte durante más de un siglo, comenzando en 1830, la necesidad de huir de una muerte casi segura es una faceta recurrente de la vida humana. Pero hoy, parecería que el cambio de la dirección de estos movimientos poblacionales se ha hecho inaceptable para nosotros o, aún peor, se ha criminalizado el ayudar a las personas en mayor necesidad. Esto se considera una violación de derechos humanos.
En el paso de los últimos meses, el número de llegadas ha incrementado significativamente en las islas griegas y en otros puntos alrededor del “Fuerte de Europa”. En 2022, las figuras de UNCHR mostraron un total de 159,410 llegadas nuevas en Europa, mientras que el Geo Barents – el barco de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, ha rescatado a más de 3800 personas. Lejos de los ojos de los medios, las difíciles situaciones de estos compañeros humanos son en el mejor de los casos descontados y, en los peores, completamente ignorados.
Sin sorprender, la narrativa alrededor de estas personas migrantes siempre es la misma: solo llegan para tener nuestros trabajos, abusar de nuestro sistema de bienestar o aún pero, para “reemplazarnos” en el gran esquema de conseguir xenofobia públicamente asumida.
Nuestros ancestros intelectuales, quienes pusieron las fundaciones de la solidaridad con los menos afortunados, quienes supusieron la noción de humanidad como el valor central de nuestras sociedades, deberían revolcarse en sus tumbas al ver cómo sus descendientes tratan a otros seres humanos.
Paradójicamente, viniendo de Grecia e Italia, los valores de la compasión humanitaria están lentamente ahogándose en el Mediterráneo. Y la mayoría de las opiniones públicas de Europa voltean la mirada como si esas repetidas historias de abuso, malos tratos y humillaciones no importaran.
Estas personas, ya sean cientos o miles son abandonadas a perecer en anonimato en las frías aguas del Mar Egeo deberían crear una ira incontrolable, pues ellas representan la pérdida de los valores, de nuestra alma y de todo lo que se nos ha enseñado a amar como europeos.